Los árboles y nosotros

Los árboles y nosotros

Ahora que estamos en otoño, podemos ver cómo los árboles empiezan a cambiar de color sus hojas y a perderlas, preparándose para el “sueño invernal”. Y viendo todo esto, me viene a la cabeza la reflexión de que los árboles y los seres humanos no somos tan distintos entre nosotros.

Ambos, cuando nacemos, necesitamos que nos cuiden y nos protejan, ya que no tenemos la fuerza ni los recursos suficientes para ocuparnos de nosotros mismos. Necesitamos agua, alimento, calor, unas condiciones agradables, y en su justa medida, para que podamos crecer y desarrollarnos. Sin ellas, o con exceso de ellas, no sobreviviríamos, nos marchitaríamos. Pero no todos los árboles necesitan el mismo tipo de tierra, la misma cantidad de luz o de agua. Cada uno es único, al igual que cada persona es única. Incluso, aunque busques comparar dos árboles de la misma especie, no serán iguales. Cada uno tendrá sus cualidades, características, que los hace únicos. Del mismo modo, cada persona es única. Incluso los hermanos gemelos, aunque se parezcan como dos gotas de agua, tienen personalidades distintas, lo que los hace a cada uno únicos también.

Y si vamos un poco más allá, podemos ver que los cambios que los árboles hacen cada año se asemejan a los cambios que los seres humanos hacemos a lo largo de nuestra vida. En primavera, los árboles “despiertan”, renacen, empiezan a florecer, a sacar hojas nuevas y nuevos tallos. Más adelante, en verano, nos dan frutos para alimentarnos a nosotros, a los pájaros y otros animales. También los hay que sueltan sus semillas para poder seguir naciendo en otro lugar y seguir reproduciéndose, o simplemente nos alegran la vista con sus colores y sus formas, además de darnos sombra. Cuando llega el otoño, el esplendor de hojas que han mantenido desde la primavera empieza a amarillear y a secarse, para caer en invierno y “adormecerse”, esperando de nuevo la primavera, para comenzar un nuevo ciclo. 

Los seres humanos tenemos nuestra primavera cuando nacemos y crecemos. Cuando somos adultos y suficientemente fuertes, llega nuestro verano, para dar fruto con hijos y/o con nuestro desarrollo personal y profesional. Más tarde, con el paso de muchos años, el otoño llega a nuestras vidas y nos hace ir limpiándonos de “esas hojas” que ya no nos son útiles, para ir poco a poco preparándonos para el invierno y fallecer.

Pero quizás podríamos hacer como nuestros árboles y no esperar tantos años para hacer cambios en nuestras vidas. Para poder crecer y sentirnos libres de lastres inútiles, podríamos, al igual que ellos, empezar de cero (o casi) cada año, soltando en otoño todo lo que no nos sirve, reflexionando en invierno sobre lo nuevo que queremos en nuestra vida, para que, cuando llegue la primavera, nos pongamos manos a ello y nos renovemos, para mostrar nuestro mejor esplendor en verano.

¡Valórate!

Valórate

Julia y Sara estaban hablando por videoconferencia. Sara estaba algo triste y Julia le preguntó qué le pasaba. Sara contestó: “Llevo unos días dándole vueltas a que no voy a encontrar pareja nunca”. Julia le preguntó: ¿Y ahora, por qué te ha venido esa preocupación?” Sara le contestó: “¿No lo ves Julia? Todas nuestras amigas tienen pareja y nosotras dos aún no la tenemos”. Julia se sonrió y le dijo: “Pero Sara, ¿es obligatorio tener pareja para ser feliz? Yo me siento muy bien como estoy”. Entonces Sara dijo: “Ya, pero seguro que, cuando quieras buscar pareja, tú la encuentras enseguida y yo me quedaré sola”.

Julia se quedó reflexionando y dijo: “Vamos a ver Sara, nuestra amistad está por encima de que alguna de las dos empiece a salir con alguien. Yo no te voy a dejar sola. Y además, ¿por qué crees que tú no vas a encontrar pareja? Porque parece que tú sí quieres tenerla. ¿Cuál es tu problema?” Sara miró a Julia y le contestó: “Pues está claro Julia, porque soy pelirroja y tengo todo el cuerpo lleno de pecas”. Julia se sorprendió y le preguntó: ¿Y ese es todo el problema?” Sara se puso seria y dijo: “Claro, para ti no es problema porque tú eres guapa y “normal”. Nadie se ha metido contigo nunca por tus pecas y por tu pelo…”

Julia la miró con ternura y le dijo: “Mira Sara, siento que se metieran contigo cuando eras pequeña. No tendría que haber ocurrido. Pero ya tienes 20 años y eso pasó hace mucho tiempo. Además, yo no he mirado tu físico para ser tu amiga. A mí me encanta tu forma de ser, tu creatividad, tu fuerza, tu forma de escuchar a los demás, y muchas cosas más”. Sara le sonrió y le dijo: “Gracias Julia, pero antes de conocer cómo soy por dentro, tienen que acercarse y mi aspecto les echará para atrás…” Julia entonces le dijo: “Mira Sara. Tú eres una chica muy guapa. El hecho de que seas pelirroja y que tengas pecas no es un defecto, es un rasgo tuyo. Y precisamente eso te hace aún más guapa y más atractiva. No tienes que compararte con nadie. Tú eres así y los demás son como son. No es algo que puedas cambiar. En el momento que lo aceptes, te verás de otra manera. Dejarás de esconderte y se fijarán mucho más en ti”.

Sara se quedó pensando un rato y luego dijo: “Es verdad Julia. No puedo cambiar mi aspecto. Puede que tengas razón. Tengo que aceptarme tal y como soy”. A lo que Julia añadió: “Eso es Sara. Puedes cambiar tu concepto de ti misma. Deja de compararte con nadie porque saldrás perdiendo y no sirve para nada. En cuanto te aceptes a ti misma y te valores, te sentirás mucho mejor. Y lo de la pareja, vendrá después, si así lo quieres”. Sara, sonriendo, le dijo: “Muchas gracias por tus palabras Julia”.

Empezamos la desescalada

Empezamos la desescalada

Siguen pasando los días y ya hemos empezado la desescalada. Durante todos estos días de confinamiento, hemos convivido en familia y hemos visto, tanto en nosotros como en los nuestros, el miedo y la ansiedad ante el coronavirus, la indefensión por no saber o no poder hacer nada, la rabia ante las acciones de los demás con las que no estamos de acuerdo, y la tristeza por las pérdidas que hemos tenido en estos días: pérdidas de trabajo, con la consiguiente situación económica difícil, y las pérdidas más importantes, las de seres queridos. Es decir, un escenario totalmente nuevo para la mayoría de nosotros/as.

Es verdad que todos/as hemos estado confinados, pero unas personas lo han vivido como traumático, con las consiguientes consecuencias psicológicas, y otras personas lo han vivido como una oportunidad de crecimiento personal, de entrar dentro de uno/a mismo/a y salir de todo esto con más fuerza interior. Éstas últimas son personas resilientes, es decir, personas que superan las circunstancias adversas y salen reforzadas de las mismas.  

Seguro que, durante este confinamiento que nos ha tocado vivir, ha habido personas que han descubierto cualidades o capacidades que no sabían que tenían, porque hasta ahora no las han necesitado, y no ha sido hasta que no han tenido que ayudar a los demás o apoyarles, que no han sido conscientes de las mismas. Por ejemplo, mayor facilidad de adaptación a nuevas situaciones, capacidad de autocontrol, una paciencia mayor de la que creían tener, empatía, altruismo, gratitud, solidaridad, etc…

Pero no dividamos a la humanidad entre fuertes y débiles. El ser humano es, por naturaleza, resiliente. Solo tiene que conectar con su fuerza interior. Y ahora vienen nuevos retos, “nueva situación”, y todos/as deberemos afrontarlos como mejor sepamos, para que, entre todos/as, consigamos que la normalidad venga de la mejor forma posible y lo antes posible.

Dentro de esta “nueva normalidad”, habrá quien se pregunte si nuestras costumbres dejarán de ser las mismas, si va a cambiar la forma de relacionarnos entre nosotros, o si directamente, cambiaremos los seres humanos. No se puede dar una respuesta acertada a todos estos interrogantes, ya que, para responder a todo esto, hay que tener en cuenta muchas variables: la personalidad de cada uno/a, las fortalezas y debilidades, su resiliencia, el contexto familiar, cultural, social donde se han movido. Pero sí podemos dar unas pautas para poder avanzar de la mejor forma posible.

Es importante:

  • Tener en cuenta las recomendaciones de las autoridades sanitarias, siendo responsables socialmente.
  • Entender y aceptar que la situación actual no es la misma situación que teníamos antes del confinamiento.
  • Ajustar las expectativas a la situación actual: Es normal establecer comparaciones con la forma de vida anterior, pero las circunstancias han cambiado.
  • Ser flexibles para adoptar nuevas formas de ver las cosas, actuar y relacionarnos.
  • Implantar nuevos hábitos adaptados a la nueva situación.
  • Fomentar nuestra creatividad, ser innovadores, pues esto nos puede facilitar este proceso de adaptación.
  • Plantearse la nueva situación como un reto, como algo motivador que nos va a permitir desplegar nuestras capacidades y fortalezas para alcanzar nuevos objetivos.
  • Focalizarnos en los aspectos positivos que puede ofrecernos esta nueva situación.
  • Mantener rutinas saludables con las que ya contábamos o que hemos adquirido en este tiempo de confinamiento (ejercicio en casa, mayor comunicación/relación con nuestra red social y familiar, cocinar, pasar más tiempo con nuestros seres queridos, etc.).
  • Adoptar un afrontamiento activo ante las consecuencias que se han podido derivar de esta pandemia en el marco social, laboral…
  • Ser pacientes con la vuelta a la “normalidad”; es un proceso que se llevará a cabo de forma gradual y progresiva.
  • Seguir informándonos a través de fuentes oficiales.

Tenemos que ser capaces de afrontar esta situación, que algunas personas ven como amenaza o como de incertidumbre, como una oportunidad de nuevos retos, nuevos aprendizajes y una mayor fortaleza interior, que nos servirá para todo lo que nos queda por vivir a lo largo de nuestra vida.

Este artículo está basado en las informaciones y recomendaciones publicadas por el Colegio Oficial de la Psicología de Madrid, con relación a la situación actual de cuarentena y confinamiento por el coronavirus.

Ayuda para la Ansiedad

Ayuda para la Ansiedad

En estos días en los que tenemos que quedarnos en casa, con toda la incertidumbre que el coronavirus nos genera, quiero compartir con vosotros/as algunas cuestiones importantes a tener en cuenta en cuestión de salud mental. Y voy a empezar con este artículo, hablando de la ansiedad.

Muchos/as de nosotros/as no estamos acostumbrados a estar encerrados en casa, sin poder salir a tomar el aire, hacer deporte, quedar con amigos, etc. Y si vuestra casa no es muy grande, el compartir espacios pequeños con varios miembros de la familia, puede producir estrés. Si a eso le sumamos el miedo que el coronavirus pueda provocar, todo nos puede producir situaciones de ansiedad.

¿Y qué es la ansiedad? Es un mecanismo de nuestro organismo cuando trata de dar respuesta a una situación que nos genera amenaza. Es adaptativo, necesario y universal. Pero si este mecanismo empieza a mandar un mensaje de alerta continuada, nuestro sistema de defensa puede empezar a fallar y tendremos síntomas que escapan a nuestro control y nos pueden afectar en nuestro día a día.

Estos síntomas pueden ser físicos (palpitaciones, mareos, náuseas, sudoración excesiva, temblores, insomnio, …), emocionales (sensación de agobio, miedo, sensación de falta de control, irascibilidad, inseguridad, incertidumbre, …), conductuales (hiperactividad, bloqueo, impulsividad, deseo de escapar, estado de alerta, …) y sociales (verborrea, quedarse en blanco, dificultad para seguir una conversación, …). Cada persona puede presentar diferentes síntomas, dependiendo de su debilidad psicológica y las experiencias anteriores de su vida.

¿Y qué puedo hacer si tengo estos síntomas? Lo primero que podemos hacer es darnos cuenta si estamos teniendo pensamientos irracionales, es decir, pensamientos que no tienen fundamento. Si en estos momentos no tengo síntomas y tomo todas las medidas higiénicas para no contagiarme, no tengo porqué pensar que voy a enfermar. Es mejor dedicar esa energía y ese tiempo a otras cosas que quieras hacer.

Además, es bueno saber que es normal sentirse así en esta situación que nos ha tocado pasar. Si aceptamos nuestras emociones, estas poco a poco irán pasando. Podemos respirar profundamente, tomando aire por la nariz, aguantamos 5 segundos ese aire, y lo expulsamos lentamente por la boca. Repitiendo este tipo de respiraciones tres veces seguidas, conseguiremos relajarnos.

Por último, procura moverte, hacer deporte, ponte una rutina diaria, haz cosas que te gustan. Lo importante es que no te quedes sentado/a mucho tiempo. Habla con tu familia y amigos por teléfono o videoconferencia. Te llegará el apoyo que ellos te pueden dar y te hará sentirte mucho mejor. No tengas reparos en pedir ayuda.

Este artículo está basado en las informaciones y recomendaciones publicadas por el Colegio Oficial de la Psicología de Madrid, con relación a la situación actual de cuarentena por el coronavirus.

¿Qué tienes en tu interior?

¿Qué tienes en tu interior?

Laura, desde su mesa de trabajo en la oficina, observaba a su compañera Rosa. Ésta no paraba de resoplar, y, si se acercaba alguien a hablar con ella, respondía borde y levantando la voz. Después de un rato observando esto, Laura se dirigió a la mesa de Rosa y le dijo: “Rosa, ven, te invito a un café”. Rosa la miró y dijo: “Déjame Laura, vete con otra a tomar café. Hoy no es un buen día.” Laura sonrió y le dijo: “Pues precisamente por eso te vendrá bien descansar un poco y hablar conmigo. ¡Vamos!” Rosa resopló, pero se levantó y fue con Laura a la cafetería del edificio.

Se sentaron en una mesita, cada una con un café, y Laura preguntó: “¿Qué te pasa hoy Rosa? Estás como estresada y enfadada con el mundo…” Rosa miró a Laura y le dijo: “Hoy tengo un mal día Laura. Tengo una avería en el coche que me va a costar un ojo de la cara. Además, he discutido con mi pareja y mi madre ha puesto el broche final llamándome y discutiendo conmigo también. Luego vengo a la oficina y les da a los demás por querer discutir conmigo. Hoy todo el mundo está contra mí.” Laura sonrió y le preguntó: “¿Y no será que eres tú la que está contra todo el mundo? Nunca te había visto hablar tan borde como lo has hecho antes a los compañeros. No sabía esa faceta de ti…” Rosa enseguida contestó: “Yo no suelo ser borde Laura. Es que hoy la gente de la oficina viene enfadada y lo están pagando conmigo. No sé porqué respondo así si yo no soy así…”

Laura se quedó callada un momento, como pensando, y luego le dio un empujón a la taza de café de Rosa, derramando parte del contenido. Inmediatamente Rosa protestó: “Pero ¿qué haces Laura? ¿Tú también estás contra mí hoy? ¡Me has derramado parte del café!” Laura entonces le dijo: “¿Por qué sabes que es café lo que se ha derramado?” Rosa, extrañada, le contestó: “Pues porque la taza estaba llena de café. Mi café.” Laura entonces le dijo: “Exacto. Se ha derramado café porque eso era lo que tenía tu taza. Si te hubieras pedido un Té, al golpear la taza, se habría derramado el Té.” Rosa, confusa, le dijo: “No sé a dónde quieres llegar Laura, no te entiendo”.

Laura entonces le dijo: “Verás Rosa: Cuando la vida te golpea, lo que tengas dentro de ti, se derramará. Puedes vivir creyendo que tu taza está llena de respeto, bondad…, cosas buenas, pero cuando algún suceso te golpee, vas a derramar lo que realmente tienes dentro. La avería de tu coche “te ha golpeado” y te has puesto borde con todo el que ha hablado contigo. No me extraña que hayas discutido con tu pareja y con tu madre.”   

Rosa se quedó pensativa y dijo: “Tienes razón Laura. La avería de mi coche es algo que no esperaba y me va a costar mucho dinero. Eso me ha enfadado mucho. Pero los demás no tienen la culpa de lo que me ha pasado. Yo no quiero ser borde. ¿Qué puedo hacer?” Laura entonces le contestó: “Puedes trabajar en tu forma de ser, en tu autocontrol, en tomar conciencia de cómo actúas y, evitar que las cosas que te ocurran te influyan en cómo tratas a los demás. Si te llenas de generosidad, bondad y cariño, eso es lo que derramarás fuera de ti, pase lo que pase.”  Rosa entonces, le dijo: “Tienes razón Laura. Trabajaré en mi interior para que me guste lo que se derrame si “algo me golpea”. Muchas gracias por tus palabras.”

¡Ilusiónate con el proceso!

Juan y Daniel han quedado para comer juntos en un restaurante. Juan observó que Daniel parecía preocupado y le preguntó: “Daniel, estás muy callado, ¿te pasa algo?” Daniel, bajando la vista, le dijo: “Ayer estuve en el médico. Me hago un chequeo todos los años…” Juan, sin dejarle terminar de hablar, le preguntó: “¿Tienes algo malo?” Daniel contestó: “No, no te preocupes. Bueno, me ha dicho que tengo el hígado graso y que tengo que cambiar muchos de mis hábitos. Por lo pronto, tengo que cambiar de dieta y tengo que hacer ejercicio.” Juan entonces le preguntó: “¿Y cuál es el problema? Me comentaste a primeros de año que querías adelgazar y la mejor forma es ponerte a dieta y hacer deporte.”

Daniel le miró a los ojos y le dijo: “Ya lo sé Juan, pero ya me conoces. Me cuesta cambiar de hábitos y mucho más hacer ejercicio. Y ahora el médico me dice que lo tengo que hacer sí o sí. Ya no puedo ponerlo simplemente en “mis propósitos de Año Nuevo”. Ahora tengo que cumplirlo. Quizás la dieta no me cueste tanto, porque puedo cocinar más a la plancha y tomar menos fritos, pero solo pensar en ir al gimnasio, se me quitan todas las ganas. No sé qué hacer.”

Juan, sonriendo, le dijo: “Mira Daniel, te pasa lo que a mucha gente: tú quieres estar delgado y te encantaría verte en forma, pero eso conlleva un proceso, que significa cambiar de dieta y hacer más ejercicio. Como el proceso no te gusta, no empezarás nunca, y encontrarás siempre alguna excusa para no hacerlo. Tienes que buscar la forma de disfrutar con ello. Si ir al gimnasio no te gusta o te parece aburrido, puedes ir a uno donde vayan amigos tuyos y coincidir con ellos allí, así charlaréis a la vez que hacéis ejercicio. O puedes llevarte música y escucharla mientras te ejercitas. También puedes no ir al gimnasio y buscar un deporte que te guste o te divierta. Conviértelo en tu hobby y siempre tendrás ganas de hacer ejercicio. A ver, piensa en algo que te guste mucho.” Daniel reflexionó un rato y dijo: “No me gusta correr ni hacer pesas en un gimnasio, pero sí me encanta bailar.” Juan entonces le dijo: “Pues ahí lo tienes. Puedes ir a clases de baile.” Daniel entonces le dijo: “Pero bailar no es hacer ejercicio…” Juan añadió: “No te equivoques Daniel. Bailando se hace mucho ejercicio, pero como te gusta, no te das cuenta. En una clase de una hora de baile haces mucho ejercicio. Acabas cansado, pero feliz porque has disfrutado con lo que has hecho. A eso me refería antes. También tienes la posibilidad de hacer Zumba. Es hacer gimnasia bailando. Lo importante de todo esto es que, si bailar es tu pasión, no necesitarás que nadie te empuje a hacer ejercicio, porque estarás deseando que sea la hora de la clase para ir a bailar. Y también querrás practicar lo aprendido los fines de semana, con lo que estarás toda la semana haciendo ejercicio sin apenas darte cuenta. ¿Qué te parece?”

Daniel le contestó: “Me parece genial Juan. Nunca se me ocurrió que podía disfrutar haciendo ejercicio. Siempre lo veía como algo aburrido y que costaba mucho. Voy a buscar clases de Zumba y de Baile y me apuntaré. Muchas gracias por tus consejos. ¡Ya tengo ganas de empezar!

No adivines…

No inventes

Eva y Ana estaban hablando por teléfono. Eva le preguntó a Ana qué iba a hacer esa noche de viernes y Ana contestó: “Pues no sé, supongo que estudiar”. Eva entonces le dijo: “Ana, lo llevas muy bien. Seguro que apruebas. Sé que estos exámenes parciales son importantes para ti, pero llevas toda la semana estudiando muchísimo. Deberías despejarte un poco y salir esta noche”. Ana dijo: “Si a mí me gustaría salir, además, no he visto a Luis en toda la semana y me gustaría verle, pero él no me ha dicho nada de quedar”. Eva entonces le preguntó: “¿Y por qué no se lo pides tú?” A lo que Ana contestó: “Pues porque si no me ha dicho nada es que no quiere quedar conmigo. No voy a llamarle para que “me dé el palo”. Me moriría de vergüenza”.

Eva, sonriendo, le dijo: “Ahora entiendo porqué suenas tan tristona. Mira Ana, creo que estaría bien que le llamaras y le propusieras salir. Dejarías de estar triste y te despejarías de los estudios”. Ana entonces le dijo: “No Eva. Si hubiera querido verme, me lo habría dicho. Hablamos todos los días por WhatsApp y no me ha dicho nada. Seguro que prefiere quedar con sus amigos”. Eva dijo entonces: “Bueno, si él quiere salir con sus amigos, tú no tienes que quedarte en casa. También tienes amigas con quien quedar”. Ana dijo: “Ya lo sé Eva, pero tengo muchas ganas de verle. Le echo de menos. Aunque parece que él a mí no tanto. Quizás esté dudando de nuestra relación. ¿Tu crees que querrá que lo dejemos? Él sabe lo importante que son los exámenes para mí. Seguro que me afecta a mi expediente. ¡Esto va a ser horrible!”

Eva dijo rápidamente: “Para Ana. ¿No te das cuenta de que estás adivinando? Te has creado tu propia “película” de lo que Luis está pensando sin saber si lo piensa en realidad. Mira, os he visto a Luis y a ti juntos, y él no tiene pinta de querer dejar vuestra relación. Creo que los nervios por los exámenes te están haciendo pensar cosas raras”. Ana preguntó entonces: “¿Pues por qué no me ha dicho de quedar esta noche?” Eva contestó: “No lo sé Ana. Dices que te ha escrito toda la semana. ¿De qué habéis hablado por WhatsApp?” Ana contestó: “No sé, de los exámenes, de mis nervios, de no vernos para yo poder estudiar…” Eva dijo entonces: “O sea, que le has pedido que no os veáis para que tú puedas estudiar, y cuando él te hace caso, te enfadas. ¿No puedes pensar que Luis quiere verte, pero no queda contigo para que tú puedas estudiar mejor?” Ana se quedo callada un momento y contestó: “Quizás tengas razón Eva, y todo son paranoias mías…”

Eva le dijo entonces: “Mira Ana, todo esto que estamos hablando es “adivinar” y no tiene sentido seguir con ello. Lo más fácil y rápido es que hables con él y le preguntes si quiere quedar esta noche o no. Con lo que te diga, ya decides lo que haces, pero no tomes tus decisiones basadas solo en “adivinaciones”, que pareces la pitonisa de la tele”. Ana se rio por fin y le dijo: “Tienes razón Eva. Estoy pasando un mal rato sin sentido. Voy a llamarle y preguntarle directamente. Te prometo que no volveré a adivinar nunca más”. Eva, riéndose, le dijo finalmente: “Eso espero Ana, aunque, conociéndote, no te creo mucho…”.

¡Nuevos proyectos, viejos proyectos!

¡Año Nuevo! ¡Vida nueva! ¡Nuevos proyectos, nuevas ideas, …! Todos los comienzos de año son así o parecidos: “Este año voy a hacer algo diferente, voy a ir al gimnasio, voy a hacer dieta, voy a matricularme en ese curso que tanto me gusta, voy a…” Y yo te pregunto: ¿tienes muchos proyectos para este año que empieza? Y aún más, ¿cumpliste todos los que tenías en enero del año pasado? Se habla mucho de los proyectos “nuevos”, pero poco de los “viejos”. Cada vez que llega enero, muchas conversaciones entre amigos, compañeros de trabajo, familia, etc., tratan de las nuevas cosas que vamos a hacer con el comienzo de año. Pero ninguna de esas conversaciones se centra en qué ha pasado con los proyectos del año pasado. Además, es curioso que llamen “nuevos proyectos” a muchos de los que intentaron cumplir el año anterior y al final no consiguieron. Por tanto, no son nuevos porque empieza el año, sino que son los “viejos proyectos” que no hemos conseguido aún.

Este mes os propongo que hagamos una reflexión sobre los viejos proyectos. Verdaderamente, este es un ejercicio que hay que hacer en diciembre, al terminar el año. Pero con las luces de Navidad, las prisas para los regalos, las fiestas, etc., muy poca gente se para a hacer un balance de lo vivido en el año que termina, y, sobre todo, analizar qué ha pasado con las ilusiones que teníamos al comenzar el mismo.

Con esto no quiero decir que no se haya conseguido nada. Puede que sí hayáis vuelto al gimnasio, estéis apuntados a clase de baile o de idiomas, y tantas otras cosas que se proyectan. Pero si no es así, es bueno analizar qué ha fallado, en vez de volver a tener los mismos proyectos que el año anterior, con la esperanza de que este año sí los voy a conseguir, sin ver qué ha pasado para no conseguirlos.

Aunque el ser humano es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, tenemos la gran cualidad de aprender de nuestros errores. Pero para aprender, hay que hacer un análisis de qué ha pasado, y si teníamos una idea realista de todo lo que queríamos hacer. Por ejemplo, tomemos “aprender inglés”. Quizás tienes una Academia cerca de tu casa, pero cuando fuiste a informarte para matricularte, o era muy caro o los horarios no coincidían con tus horas libres o te daba vergüenza que todos vieran lo mal que chapurreas el inglés, … Y dejaste atrás ese proyecto. Sin embargo, este año vuelves a ponerlo en tu lista de “nuevos proyectos”, pensando que esta vez será diferente. A no ser que tus circunstancias hayan cambiado, el resultado será el mismo. Pero si realmente quieres aprender inglés, si analizas lo que pasó para no conseguirlo, te puedes abrir a nuevas posibilidades, como puede ser el que te apuntes a cursos online de inglés. Éstos los puedes adaptar a tu horario, a tu economía, ya que hay varios gratuitos, y nadie te va a decir que pronuncias mal. Bueno, el ordenador sí, pero él no cuenta.

Resumiendo, antes de hacer una gran lista de “nuevos proyectos”, sería bueno que analizáramos los “viejos proyectos”, para ver, primero, si se han cumplido o no, y, segundo, si podemos aprender de nuestros errores y reciclarlos para este año con nuevas posibilidades. ¡Adelante!

Tu valor

Tu valor

Luis llegó a su casa, tras un día difícil en el colegio, y encontró a su abuelo en el salón, leyendo. Le saludó con la mano levemente, pero su abuelo le llamó para que se sentara con él. Con cara de fastidio, fue y se sentó junto a él en el sofá. Su abuelo le preguntó: “¿Qué te pasa Luis? ¿Ha pasado algo en el colegio?” Luis, mirando al suelo, dijo: “Nada que no pase todos los días. Hay un grupo de niños que se creen más que nadie y se meten conmigo porque no soy como ellos…” Su abuelo preguntó: ¿Y cómo son ellos?” Luis contestó: “Pues son los más guay, tienen ropa cara y los móviles más caros y modernos. Todos quieren ser sus amigos y las chicas se fijan en ellos. Yo no soy como ellos, no soy guay. Por eso se burlan de mí”.

Su abuelo se quedó pensativo un rato, y luego se levantó y le dijo: “Ven Luis, quiero enseñarte algo”. Luis se levantó también y siguió a su abuelo hasta el jardín. Había llovido esa mañana y olía a tierra mojada. Entonces, el abuelo se quitó un anillo de oro que siempre tenía puesto y se lo dio a Luis. Él lo miró interrogante y su abuelo le dijo: “Mira este anillo. ¿Cuánto crees que puede valer?” Luis miró el anillo y le contestó: “No sé abuelo. Creo que es de oro, así que tiene que valer mucho”. Su abuelo le dijo entonces: “Me costó muy caro cuando lo compré, pero, además, para mí vale muchísimo más, tiene un gran valor sentimental, ya que con él me casé con tu abuela”. Luis miró de nuevo el anillo y fue a devolvérselo a su abuelo, no fuera que se le cayera o lo perdiera, pero su abuelo le dijo: “Acércate a esa tierra mojada, y llénalo de barro”. Luis, le preguntó: Abuelo, ¿estás seguro?” Su abuelo asintió con la cabeza y Luis fue a ensuciar de barro el anillo, sin saber muy bien porqué su abuelo le había pedido que hiciera eso. Una vez que ya lo había llenado de barro, Luis fue a limpiarlo, pero su abuelo le paró y le dijo: “Déjalo así, sucio. Ahora ponlo en el suelo y písalo” Luis le dijo: No abuelo. No voy a pisar algo tan valioso para ti. Entonces su abuelo cogió el anillo, lo tiró al suelo y lo pisó. Luego, se agachó, lo recogió y le dijo a Luis: “Mira el anillo de nuevo. Si no supieras que es mi anillo y tampoco supieras cuánto vale para mí, ¿cuánto crees que podría valer al verlo así?” Luis miró el anillo y dijo: “A ver abuelo, está muy sucio y no parece bueno, pero yo sé que es de oro, aunque no lo parezca…”. Su abuelo, entonces le preguntó: “¿Crees que ha perdido su valor en euros y, sobre todo, su gran valor sentimental al estar sucio y parecer un anillo cualquiera?” Luis respondió enseguida: “¡Claro que no, abuelo! Sigue valiendo igual que antes de ensuciarlo”.

Su abuelo le miró a los ojos y le dijo: “Luis, igual que este anillo, tú eres muy valioso. Si hay gente que solo se fija en el exterior para valorarte, no son personas que merezcan la pena. Tu verdadero valor está en tu interior, y eso no va a cambiar, aunque no te pongas ropa cara ni tengas el último modelo de móvil, y aunque se burlen de ti. Tú vales mucho, y además, para mí vales todavía mucho más”. Luis, emocionado, le dijo a su abuelo: “Gracias por tus palabras abuelo. Las recordaré siempre”.

No te pierdas tu presente

nO TE PIERDAS TU PRESENTE

Enrique y Javier estaban charlando el sábado por la noche en el bar donde solían quedar. Javier vio a su amigo algo ausente y le preguntó: “Enrique, ¿te pasa algo? Tengo la sensación de que no me estás escuchando lo que te estaba contando”. Enrique, que estaba mirando al vacío, volvió su cara hacia Javier y le dijo: “Es que tengo algo dándole muchas vueltas en mi cabeza”. Javier entonces le dijo sonriendo: “Pues ya me lo estás contando, que ya sabes que dos cabezas piensan mejor que una”.

Enrique empezó a hablar: “Verás Javier, como sabes, la semana que viene me voy unos días al extranjero y tenía en mente el comprarme una maleta nueva. Esta tarde, al salir del gimnasio, he pasado delante de una tienda pequeña de maletas y pensé que, al ser pequeñita, tendrían maletas de mejor calidad que en un centro comercial, por eso de cuidar la clientela, ya sabes. Entré y me compré una maleta que me gustó mucho. Cuando llegué a mi piso, la dejé a un lado y me fui a ducharme y arreglarme. Antes de salir, abrí la maleta, para ver cómo era por dentro, y me di cuenta de que tenía el cierre roto. Eso me ha enfadado mucho”. Javier le preguntó: “¿Y cuál es el problema? Mañana vas y la cambias. Asunto resuelto”. Enrique, entonces, le dijo: “No es tan fácil Javier. Al ser una tienda pequeña, mañana domingo no abren”. Javier dijo: “Pero tú te vas el jueves que viene. Tienes tiempo de ir el lunes a cambiarla por otra que esté bien”.

Enrique, bajando la cabeza, dijo: Hay otro problema. Como iba con prisas, no me llevé el ticket, así que seguro que no me la cambian sin ticket de compra. ¿Entiendes ahora por qué estoy así? Me he gastado un buen dinero en esa maleta y resulta que está rota. Tengo que esperar al lunes para ir a reclamar que me den una que esté impecable, pero cuando llegue a la tienda, lo primero que van a hacer es pedirme el ticket de compra, que no tengo. Entonces yo le diré que no me lo llevé porque confiaba que me estaban vendiendo una maleta nueva, sin nada roto. Y el dependiente me dirá que ellos me la dieron sin defectos y que la he roto yo. Y claro, como no tengo el ticket, no puedo demostrar que la compré hace dos días. Yo le diré que en dos días no puedo romper una maleta. Le diré que me vendieron una maleta en mal estado, pero no me van a creer y me voy a enfadar. Ellos me dirán que no me la pueden cambiar si no tengo el ticket y yo les diré que me dejen las hojas de reclamaciones porque me han vendido un artículo en mal estado y no quieren cambiármelo por otro que esté bien”.

Javier, escuchó todo lo que Enrique le decía y le dijo: “Mira Enrique. Estás pasándolo mal, enfadándote y no estás disfrutando de salir un sábado por la noche. Todo lo que me has contado está en tu imaginación. Estás adelantando acontecimientos, cuando no tienes evidencias de que todo eso ocurra”. Enrique le dijo: “Pero ¿y si ocurre?”. Javier, con media sonrisa, le contestó: “Si ocurre, ya lo solucionarás en el momento. Pero si no ocurre, estás perdiéndote el pasarlo bien esta noche, y yo me puedo cansar de estar al lado de un amigo soso y malhumorado…” Enrique, pensó un momento y dijo: “De acuerdo Javier. Ahora mismo no puedo hacer nada para solucionar esto. El lunes iré y ya veré qué pasa. Voy a cambiar el chip y a disfrutar de esta noche”.

El lunes por la noche, Enrique llamó por teléfono a Javier y le dijo: “Tenías razón Javier. Fui a la tienda, preparado para enfrentarme a ellos, y, cuando les dije que me habían vendido una maleta rota, el dependiente me dijo que se acordaba de mí de haberla comprado el sábado. Dijo que estas maletas a veces vienen defectuosas y, sin pedirme ticket, me la cambió por una que comprobamos que estaba bien. He estado malgastando energía y tiempo en adivinar algo que al final no ha pasado. He aprendido la lección. La próxima vez que quiera adelantar acontecimientos, me acordaré de este incidente”.