¡Confía!

Confía

Carlos salió de la Biblioteca cuando ya estaba bien entrada la noche. Llevaba mucho tiempo preparándose para aprobar las oposiciones. Estaba contento con el tiempo que le había dedicado, pero aún había algo que le preocupaba bastante: una de las pruebas era la exposición oral de un tema ante un tribunal. Él dedicaba horas y horas a estudiar, pero no sabía qué hacer para quitarse ese miedo a ponerse delante de los profesores y decirles lo que había estudiado. Solo por eso, estuvo a punto de no prepararse las oposiciones, pero su familia le alentó mucho y le convencieron de que él podía hacerlo.

Pensaba en ello, parado ante un semáforo, y, al ponerse en verde para peatones, vio a su lado una anciana que dudaba si cruzar o no. Se acercó a ella y le preguntó: “¿Quiere que le ayude a cruzar?” La anciana, sonriendo, le dijo: “Muchas gracias muchacho. Mis ojos ya no ven mucho de noche y no me atrevo a cruzar sola. Todos van muy deprisa andando y no me atrevía a pedir ayuda a nadie”. Carlos la miró y, sonriendo, le dijo: “¡Pues vamos! Agárrese a mi brazo, que yo la ayudo”. Cuando llegaron a la otra acera, Carlos se paró, para despedirse de la anciana y ésta le dijo: “Muchas gracias. Por haberme ayudado, te regalo esta piedra. Aunque no lo parezca, es una piedra muy valiosa, te dará algo importante”. Dicho esto, puso en su mano una piedra. Carlos se quedó mirando la piedra, la cual era de lo más normalita, pensando cómo podía ser valiosa una piedra así. Al levantar la vista, para preguntarle eso mismo a la anciana, ésta ya se había ido. La buscó entre la gente, pero no la encontró. Era como si hubiera desaparecido. Entonces, se dijo: “Quizás esta piedra es mágica y la anciana también lo era. ¿Qué será eso tan importante que me va a dar?” Y se dirigió a su casa, pensando en ello.

Al día siguiente, Carlos estaba en su habitación preparándose la exposición oral e, instintivamente se tocó el bolsillo donde tenía guardada la piedra. En ese momento se sintió más calmado y empezó a recitar todo lo que durante tanto tiempo había estudiado, pero esta vez, sin miedo. Cuando terminó de exponer el tema, estaba muy contento y pensó: “¡Realmente es una piedra mágica! ¡He podido hablar sin miedo!” Estaba contentísimo, y, a partir de ese momento, siempre estudiaba y se preparaba en voz alta los temas con ella en el bolsillo. No volvió a tener miedo y estaba convencido que podría conseguir aprobar las oposiciones.

Cuando llegó el día del examen, le salió muy bien. Y al llegar a la exposición final del tema, salió estupendamente y aprobó. Al salir a la calle, abrazó a su madre y le dijo: “Mamá, lo he conseguido gracias a la piedra mágica. Me ha ayudado a quitarme el miedo y a estar tranquilo”. Su madre le preguntó a qué piedra se refería y, cuando Carlos fue a buscarla al bolsillo, no estaba. Se puso muy nervioso y la buscó por todos los bolsillos. Su madre entonces le dijo: “Si te refieres a una piedra marrón algo fea, la saqué ayer de tu bolsillo para que no te estropeara la ropa y la tiré”. Carlos se quedó confuso. El examen y la exposición le habían salido muy bien y no había tenido la piedra con él. En ese momento comprendió las palabras de la anciana, cuando le dijo que la piedra le daría algo importante: le había dado confianza en sí mismo. A partir de entonces, no necesitó ninguna piedra para creer en sí mismo y en lo que podía conseguir gracias a su esfuerzo.