Tu opinión es importante.

A lo mejor te reconoces en alguna de estas conductas: cambiar de forma de pensar o suavizar lo dicho ante la desaprobación de alguien, adular al otro aunque no estés de acuerdo con él o ella para recibir cariño, sentirte triste cuando no te dan esa aprobación, comprar algo que no quieres o no te gusta, por sentirte intimidado por un vendedor agresivo, pedir permiso a tu pareja o a tus padres para hacer algo porque temes su desagrado, etc. Todas estas actividades se suelen hacer para buscar la aprobación de los demás.

Los niños pequeños necesitan la aprobación y aceptación de sus padres. Su apoyo les ayuda a crear confianza en ellos mismos. Y esta aprobación debe ser dada libremente, no como premio a la buena conducta, para que no confundan su propio valor como personas con tener o no tener esa aprobación.

Claro que nos gusta que nos alaben, nos adulen, y nos reconozcan, pero si para ti es una necesidad, si no consigues esa aprobación te sentirás triste, hundido e inmovilizado. Pensarás que no vales nada y con ello estás diciéndote a ti mismo que te importa más lo que los demás piensen de ti que lo que tú piensas de ti mismo/a. Además, la otra persona tiene en sus manos un gran poder de manipularte, ya que puede usar esa aprobación para que te comportes como él o ella quieran.

Fíjate en cómo hablas, ¿eres de los que, tras dar tu opinión preguntas pidiendo aprobación? (como por ejemplo: “es una idea estupenda, ¿no?”).

Es importante que te des cuenta que es imposible vivir complaciendo a todos, sin provocar la desaprobación de alguien. Siempre habrá alguna persona que no esté de acuerdo contigo, digas lo que digas, hagas lo que hagas y pienses lo que pienses. Y si alguien te dice que le desagrada lo que has dicho, acepta lo que te dice y reflexiona, pues siempre nuevas ideas pueden enriquecerte y completar tu pensamiento.

Por último, recuerda que tú vales por lo que eres, por lo que sientes, por lo que piensas, por lo que haces y dices… por todo tú.