¡No mezcles!

¡No mezcles!

Luis y Andrés estaban charlando mientras se tomaban unas cervezas en un bar. Al cabo de un rato, entraron dos chicas en el bar. Luis se fijó en una de ellas y dijo: “Andrés, ¿te has fijado en la chica pelirroja que acaba de entrar? Es guapa y no viene con pareja. Puede que me acerque a intentar conocerla”. Andrés la miró y luego miró a Luis. Entonces preguntó: “¿No acabas de dejarlo con tu novia?” Luis le contestó: “Sí, por eso voy a ver si ligo con esa chica”. Andrés hizo un gesto como diciendo que le esperase y se levantó para ir a la barra. Al poco, volvió con una Coca-Cola.

Luis le preguntó extrañado: “¿Por qué has ido a por una Coca-Cola si aún tienes tu vaso de cerveza lleno?” Andrés le contestó: “Ahora lo verás”. Acto seguido cogió la Coca-Cola y empezó a echarla en el vaso de Luis, mezclándola con la cerveza que aún tenía. Luis se apresuró a pararle y, levantando la voz, le preguntó: “¿Qué haces Andrés? ¡Me acabas de fastidiar mi cerveza! ¡Me debes otra!” Andrés sonrió y dijo: “No pasa nada. A ti te gusta la cerveza y te gusta la Coca-Cola”. Luis dijo: “Sí, pero no me gustan mezcladas. Me gustan por separado”. Andrés cogió de nuevo lo que quedaba de la Coca-Cola y siguió echándola en la cerveza de Luis hasta que el vaso rebosó y manchó la mesa. Luis entonces preguntó: “¿Pero qué te pasa a ti hoy? No solo me has estropeado la cerveza, sino que has manchado la mesa. ¿Estás bebido o es que te gusta fastidiarme?”

Andrés se rio y dijo: “Espera, que te lo voy a explicar: Imagina que la cerveza es tu exnovia y la Coca-Cola es la chica Pelirroja. Tú todavía tienes cerveza en tu vaso y quieres mezclarla con el refresco”. Luis dijo: “Pero yo ya no tengo novia…”. Andrés añadió: “Si acabáis de dejarlo, todavía no has hecho el duelo, así que “tu vaso” todavía tiene restos de lo vivido con tu ex. Si, aun así, quieres salir con esa chica o con otra, pasaría lo que ha pasado al seguir echando el refresco en tu vaso: se desborda. Y esa mezcla acaba estropeando todo. Tienes que vaciar tu vaso por completo para que puedas llenarlo con el refresco. Así, no contaminas ninguna bebida, ni mezclas sabores. Es decir, una vez que hagas el duelo, “tu vaso” estará vacío para poder llenarlo con lo que quieras, sin que otras relaciones del pasado contaminen esa nueva relación”.

Luis se quedó un instante reflexionando sobre las palabras de Andrés, y dijo: “Tienes razón, Andrés. No era consciente de lo que podía pasar si empiezo una nueva relación sin haber hecho el duelo de la anterior. Tengo que vaciar mi vaso antes de llenarlo de nuevo. ¡En vez de invitarme a otra, te invito yo a la siguiente! ¡Muchas gracias por tus palabras!”

¡Ponte en tus zapatos!

¡Ponte en tus zapatos!

Una anciana llegó a una cafetería y buscó una mesa para sentarse, pero no había ninguna libre. A su lado, Pedro, un chico de veintipocos años, se levantó y le dijo: “Siéntese, por favor”. La anciana le dijo sonriendo: “Muchas gracias, me sentaré, pero hay más sillas. Te puedes sentar conmigo”. Pedro sonrió también y le dijo: “De acuerdo, si a usted no le importa, me siento”. Se sentó de nuevo y volvió a sus pensamientos. La anciana pidió una infusión y le dijo a Pedro: “Te veo bastante serio. ¿Te puedo preguntar qué te preocupa?” Pedro lo pensó un momento y, como no conocía de nada a esa mujer, vio que podría hablar con más facilidad. Finalmente, le dijo: “Llevo varios días dándole vueltas en mi cabeza a un asunto. Pero no quiero aburrirla con mis cosas…”. La anciana sonrió y le dijo: “No me aburres. Soy yo la que he preguntado. Además, puedes tutearme si quieres”. Pedro la miró a los ojos y le dijo: “De acuerdo”.

La anciana volvió a preguntar: “¿Qué te preocupa?” Pedro contestó: “Acabo de terminar un Master, y me han ofrecido un puesto de trabajo en Alemania”. La anciana preguntó: “¿Eso es bueno para ti?” Pedro contestó: “Es una oportunidad estupenda para empezar a trabajar y labrarme mi futuro”. La anciana entonces preguntó: “¿Y cuál es el problema?” Pedro bajó los ojos y contestó: “No creo que sea lo que quieran mis padres…”. La anciana preguntó: “¿Qué crees que quieren tus padres?” Pedro suspiró y dijo: “Ellos tienen una tienda de barrio de ultramarinos. Llevan toda la vida allí y todos los vecinos van a comprarles. Quieren descansar y que yo me haga cargo de la tienda”. La anciana preguntó: “¿Ellos te lo han pedido?” Pedro respondió: “No con esas palabras, pero les veo cansados. Me pongo en sus zapatos y entiendo que quieran descansar y que yo me ocupe de la tienda”. La anciana le preguntó: “¿Y qué pasa con la oportunidad en Alemania?” Pedro bajó los ojos y dijo: “Tendré que rechazarla. Al ponerme en sus zapatos, les entiendo y no puedo decirles nada”.

La anciana pensó unos instantes y dijo: “Se te ve buena persona y parece que quieres mucho a tus padres”. Pedro asintió y la anciana le preguntó: “¿Les pedirías a tus padres que hicieran algo que no quieren, solo para tú estar bien?” Pedro la miró extrañado y respondió: “Creo que no. No sé a dónde quieres llegar…” La anciana siguió hablando: “Parece que eres muy empático al ponerte en los zapatos de tus padres para tomar tus decisiones. Pero no dejas que ellos se pongan en los tuyos. Ni siquiera te pones tú en tus zapatos. Mira, la empatía o el ponerse en los zapatos de otro se suele hacer para buscar el bienestar de esa persona, no para tu propio beneficio. Si dejaras que tus padres se pusieran en tus zapatos, estoy segura de que ellos querrían que te fueras a trabajar a Alemania, porque eso es bueno para ti. Pero lo más importante es que tú te pongas en tus propios zapatos para tomar decisiones importantes en tu vida. Eres tú el que vas a viajar o no y eres tú el que tienes que decidir desde ti, desde tus zapatos, lo que vas a hacer”.

Pedro reflexionó unos instantes lo que le había dicho la anciana y dijo finalmente: “Tienes razón. Todo el tiempo me he puesto en los zapatos de mis padres y en ningún momento me he puesto en los míos. Ahora mismo voy a hablar con ellos y contarles que quiero irme a Alemania a buscar mi futuro. ¡Muchas gracias por tus palabras!”

¿Te resignas o lo aceptas?

¿Te resignas o lo aceptas?

Luis y Jesús han quedado para tomar un café y ponerse al día. Cuando Luis llegó, se encontró a Jesús algo cabizbajo. Luis le preguntó: “¿Qué te pasa Jesús? Te veo mala cara. ¿Te ha pasado algo?” Jesús le miró y dijo: “Me acaban de fastidiar. Llevo varios días sintiéndome mal, con mucho estrés, y me he tomado la tensión. La tenía muy alta. Me he hecho pruebas y soy hipertenso. Ayer el médico me dio los resultados y me ha dicho que no vuelva a probar la sal en las comidas. ¡Es horrible! ¿Qué voy a comer ahora?” Luis le preguntó: “¿Por eso estás así? ¿Por no poder tomar sal?” Jesús le contestó: “La comida sin sal no me gusta nada. Yo soy de los que echan mucha sal en todos los platos…”.

Luis se puso serio y le dijo: “Jesús, creo que es mucho más importante para tu salud el que te hayan descubierto que eres hipertenso. Es momento de empezar a cambiar hábitos y a tomarte las cosas de otra forma”. Jesús dijo: “Es muy fácil decirlo desde tu posición. Tú no eres el que ya no va a disfrutar de la vida ni de las buenas comidas…” Luis dijo: “No juzgues tan apresuradamente, Jesús. Entiendo por lo que estás pasando. Yo soy diabético desde hace dos años.” Jesús se le quedó mirando y dijo: “Disculpa Luis. Tienes razón. No debo juzgar. No lo sabía. Pero te veo bien. No estás echo polvo como yo. ¿Cómo lo haces?”

Luis pensó unos instantes y le preguntó: “Jesús, ¿sabes la diferencia entre resignación y aceptación?” Jesús preguntó: “¿No es lo mismo?” Luis contestó: “No. Cuando te resignas, lo pasas mal, porque te pones en el papel de víctima y lo único que haces es quejarte de tu “mala suerte”. Le das muchas vueltas en tu cabeza a lo que ha pasado, con lo que te estresas más y te sientes peor. La aceptación te ayuda a prepararte para lo nuevo que te viene. Mira, cuando me dijeron que tenía diabetes, al principio fue difícil para mí de asimilar, como te pasa a ti, pero inmediatamente me informé muy bien de las cosas que podía y no podía hacer, de lo que podía y no podía comer y cuándo podía hacerlo. Toda esa información me dio cierto control sobre la situación. Me permitió avanzar en mi vida. Estaría bien que te informaras de lo que puedes y no puedes hacer, para reorganizar tu vida. Y busca herramientas nuevas. Por ejemplo, puedes usar el limón, y hay especias que sirven para dar mucho y buen sabor a las comidas, y así te será más fácil prescindir de la sal”.
Jesús, reflexionó sobre lo que le había dicho Luis y dijo finalmente: “Tienes razón Luis. Me he resignado y solo me estaba enfangando en todo “lo malo” que me espera. No se me había ocurrido que podía aceptarlo y empezar a controlar de alguna manera mi nueva situación. Eso me hace sentirme mejor. ¡Muchas gracias por tus palabras!”

¿Qué actitud quieres tener?

¿Qué actitud quieres tener?

Carla, Sandra y María acababan de salir de un examen de oposiciones y estaban tomando un café, comentando su experiencia. María dijo: “Ha sido un examen bastante difícil. Me da rabia. He tenido fallos tontos y ha habido algunas preguntas que no me dio tiempo a contestar…”. Enseguida, Sandra dijo: “Por fin, ya está hecho. Ya no tendré más a mi madre encima para que estudie…”. Carla añadió: “Si es que no me tenía que haber presentado. Yo no sirvo para esto, es demasiado para mí…”. María dijo: “Chicas, tranquilas. Si no aprobamos, lo intentaremos para la próxima convocatoria y seguro que lo conseguiremos”.

Sandra preguntó: “María, ¿cómo haces para estar tan animada?” María contestó: “Es cuestión de actitud”. Sandra y Carla preguntaron a la vez: “¿De qué hablas?” María contestó: “Fijaros, las tres hemos hecho el mismo examen, pero cada una reacciona de forma diferente. Si nuestra reacción dependiera de lo que acabamos de vivir, todas tendríamos que haber reaccionado igual, pero no lo hemos hecho”. Sandra preguntó: “¿Y dónde está la diferencia?” María dijo: “La diferencia está en las creencias que tenemos cada una acerca de lo que acabamos de vivir y cómo lo interpretamos. Es decir, cada una hemos tenido una actitud diferente”.

Carla dijo: “María, cuéntanos más acerca de eso de la actitud”. Sandra añadió: “Sí, por favor”. María dijo: “Vale. Por ejemplo, Carla, si crees que esta oposición es demasiado para ti, estarás triste por confirmarte a ti misma que no eres lo suficientemente inteligente para aprobarla”. Sandra preguntó: “¿Y la mía?” María dijo: “Por lo que has comentado antes, Sandra, parece que estás sacándote estas oposiciones por imposición de tu madre, no porque tú quieras. Así pues, te puede dar igual si las apruebas o no, con lo que el resultado no te influirá. En mi caso, por ejemplo, he tenido fallos tontos, lo que me ha dado mucha rabia porque no me he dado cuenta a tiempo de los mismos, o quizás no he dedicado todo el tiempo que necesitaba para preparármelo”.

Carla preguntó: “¿La actitud puede cambiarse? Me gustaría cambiar la mía…” María dijo: “Claro que sí, Carla. Mira, en la medida que analicemos y nos demos cuenta cuál es nuestra actitud ante las diferentes situaciones que nos toca vivir, mejor podremos afrontarlas. Si tras un error no me veo capaz de conseguir nada, ni siquiera lo intentaré de nuevo. Pero si cambio mi actitud y analizo en qué me he equivocado, corrigiendo mi error, podré cambiar lo que pienso y siento sobre lo que ha pasado, y estaré más cerca de lograr el triunfo en lo que me proponga. Por eso, en cuanto llegue a casa, voy a analizar dónde está mi error y lo cambiaré. Tú puedes hacer lo mismo. Y si te cuesta cambiar tu actitud, puedes pedir ayuda a una Psicóloga”.

Sandra añadió: “Tienes razón María. Yo solo me he centrado en lo que mi madre quería, pero yo también quiero cambiar mi actitud y valorar por mí misma el esfuerzo que he hecho. Creo que así tendré más ganas de intentarlo de nuevo”. María dijo: “Claro que sí. No nos quedemos en que ha sido un examen difícil. Cambiad vuestra actitud y conseguiréis estar tan animadas como yo. ¡Vamos a conseguirlo! Y si no es en esta convocatoria, será en la siguiente”. Carla y Sandra dijeron al unísono: “¡Claro que sí! ¡Muchas gracias por tus palabras María!”

¡Muéstrate tal como eres!

¡Muéstrate tal como eres!

Fran estaba sentado en un banco de un parque, observando a unos chicos que jugaban al futbol. Un anciano se sentó a su lado y le dijo: “Hola chaval, ¿eres nuevo aquí? No te había visto antes”. Fran le miró y le dijo: “Sí, acabo de mudarme con mi familia”. El anciano le preguntó: “¿Conoces ya a alguien por aquí?” Fran contestó: “Aún no, me cuesta un poco empezar a conocer gente”. El anciano le preguntó: “¿Y por qué te cuesta? Conmigo estás hablando y no se te ve tímido. Te he visto que observabas a esos chicos que están jugando al futbol. Solo tienes que acercarte a ellos y pedirles jugar. Seguro que te dejan unirte”. Fran bajó la mirada y dijo: “No es tan fácil”. El anciano le preguntó: “¿Por qué no lo es?” Fran contestó: “Es que quiero caerles bien a todos, y me es muy difícil”.

El anciano sonrió y dijo: “¿Es lo que intentas hacer todo el tiempo?” Fran, mostrando interés, contestó: “Claro, es la única manera de que no me rechacen”. El anciano preguntó: “¿Y cómo lo haces?” Fran contestó: “Pues hago lo que los demás esperan de mí”. El anciano preguntó: “¿Con tu familia también?” Fran contestó: “Sí, lo he hecho desde siempre. Así evitaba que me regañaran”.

El anciano dijo entonces: “Parece que siempre has buscado el sentirte querido y aceptado, callándote lo que realmente quieres”. Fran le miró extrañado y el anciano siguió hablando: “Mira, no es necesario complacer ni agradar a todos, además de que es imposible caer bien a todo el mundo. Lo realmente importante es lo que de verdad eres, no lo que aparentes ser. Ten en cuenta que no podrás tener amigos de verdad mientras no te conozcan tal como eres. En la medida en que conectes contigo mismo, irás conociéndote, averiguando lo que te gusta o no, lo que quieres o no hacer, y actuarás en consecuencia. Y podrás comprobar que los verdaderos amigos te aceptarán tal como realmente eres”.

Fran reflexionó unos momentos y dijo: “Puede que tenga razón. En realidad, no me gusta el futbol, pero es lo que se supone que hacen todos los chavales de mi edad…” El anciano le preguntó: “¿Y qué te gusta a ti?” Fran sonrió y dijo: “Me encanta leer todo tipo de libros, y me gusta dibujar comics”. El anciano dijo entonces: “Pregunta en el Ayuntamiento si hay algún grupo de lectura o pregunta a los chicos de tu clase. Seguro que encuentras gente con tus mismos gustos. Y recuerda: No tienes que encajar en todos los sitios. Sé tú mismo y encontrarás donde te acepten tal como eres”. Fran sonrió y dijo: “Eso haré. ¡Muchas gracias por sus palabras!”

¿Con quién me comparo?

¿Con quién me comparo?

Rosa y Laura, estudiantes de segundo de bachillerato, estaban estudiando en la biblioteca y se tomaron un pequeño descanso en la cafetería de la biblioteca. Laura le preguntó a Rosa: “¿Sabes ya la carrera que vas a elegir? Llevas mucho indecisa y se te acaba el tiempo…”. Rosa contestó: “Me es muy difícil decidirme. Yo soy más torpe que mi hermana. Ella no tuvo problemas para elegir su carrera. Pero bueno, ella siempre ha sido mejor que yo, siempre ha sacado mejores notas, es más guapa, tiene más amigas, …”.

Laura la miró extrañada y le preguntó: “¿Por qué dices eso Rosa?” Rosa respondió: “Porque es verdad. Mi hermana Ana es mejor que yo”. Laura preguntó: “¿Y desde cuándo crees eso?” Rosa contestó: “Mis padres me lo han dicho mucho siempre: que si tengo que sacar mejores notas como mi hermana, que si tengo que hacer las cosas tan bien como mi hermana, etc. A veces me he quejado a ellos, pero me decían que era por mi bien”. Laura dijo entonces: “Mira Rosa, muchos padres nos han comparado con otros y otras, quedando nosotras mal, a veces para reñirnos, y otras veces para alentarnos y hacernos competitivas. Pero el caso es que nos estaban enseñando que en la vida tenemos que competir y ser mejores que los demás en todo, cuando eso no es posible, ya que hay muchas variables a tener en cuenta antes de poder hacer una afirmación así. Tú no eres tu hermana y tienes muchas cualidades que te hacen diferente, ser tú, y eso te hace ser valiosa”.

Rosa escuchó lo que decía Laura y dijo: “Pues llevo toda mi vida comparándome con ella…. ¿Y entonces con quién me comparo?” Laura contestó: “No tienes que compararte con nadie. Pero si quieres hacerlo y quieres que la comparación no afecte en descalificaciones de una u otra, tienes que compararte solo contigo misma”. Rosa puso cara de extrañeza y preguntó: “¿Y eso cómo se hace?” Laura respondió: “Pues tienes que compararte contigo antes y ahora, es decir, cómo eras hace unos años y cómo eres ahora, cómo era tu camino, tus inquietudes, tu mentalidad, tus estudios, amigos, experiencia y todo lo que has aprendido de todo eso, que te ha traído a tu yo de ahora. Así sí saldrás beneficiada”. Rosa preguntó entonces: “¿Y si salgo mal parada en la comparación de mí misma en el presente y en mi pasado?” Laura contestó: “Si te das cuenta de que en tu presente estás peor, es una buena forma de ver qué tienes que cambiar, dónde tienes que centrarte para mejorar, para que, en el futuro, cuando te vuelvas a comparar con tu yo de ahora, sigas saliendo beneficiada”.

Rosa reflexionó unos instantes sobre lo que Laura le estaba diciendo, y finalmente le dijo: “Tienes razón, Laura. La comparación sana es la de compararnos nosotras en el presente con nosotras mismas en el pasado. Lo haré así a partir de ahora. ¡Muchas gracias por tus palabras!”

Tú mandas en tu mente

Tú mandas en tu mente

Ángel estaba sentado delante de sus libros de estudio, pero no se concentraba. Lo intentaba una y otra vez, pero le venían otros pensamientos, cosas que quería hacer, cogía su móvil y veía su Instagram, se levantaba, daba una vuelta, y volvía a sentarse, sin ponerse a estudiar. Resopló varias veces. Su abuelo le oyó y, entrando en su habitación, se sentó en su cama y le preguntó: “¿Qué te pasa Ángel? Estás resoplando mucho”. Ángel le contestó: “Es que no me concentro abuelo. Me pongo a estudiar y no hay manera. Me vienen muchos pensamientos diferentes y no los puedo evitar…”

Su abuelo pensó durante unos instantes y dijo: “Vamos a probar algo: cierra los ojos e imagínate a un elefante. ¿Cómo es ese elefante que te imaginas?” Ángel respondió: “Es gris, grande, con grandes colmillos”. Su abuelo dijo entonces: “Muy bien. Ahora quiero que lo pintes de rojo por completo. ¿Has podido hacerlo?” Ángel asintió con la cabeza y su abuelo continuó: “Ahora quiero que lo pintes de azul por completo y le quites los colmillos”. Ángel dijo: “Vale abuelo, ya lo he hecho. Pero no sé a dónde quieres llegar”. Su abuelo le dijo entonces: “Píntalo ahora de otro color, el que tú quieras, y ponlo a volar como aquel elefante del cuento que volaba. ¿De qué color lo has pintado?” Ángel dijo: “Lo he pintado de amarillo y está volando”. Su abuelo le dijo: “Muy bien. Ya puedes abrir los ojos. ¿Te das cuenta de que has podido imaginarte el elefante sin ningún problema y que has podido cambiarle de color a tu antojo? Incluso lo has puesto a volar. Con esto, lo que quería demostrarte es que tú creas tus pensamientos, no vienen solos. Y no solo eso, sino que también puedes dominarlos como has ido cambiando de color al elefante”.

Ángel reflexionó lo que le decía su abuelo y dijo: “Tienes razón abuelo. Nunca lo había pensado así”. Su abuelo dijo entonces: “A esto podemos añadir diferentes técnicas de estudio, como tener ordenada tu mesa, organizar tu tiempo de estudio, hacer pausas entre horas, alternar asignaturas fáciles y difíciles, llevar las lecciones al día, hacer esquemas, repasar, y dormir bien para asentar lo aprendido. Tengo entendido que te distraes con el móvil en tu tiempo de estudio y cuando te vas a dormir. Esa luz no es buena para conciliar el sueño”. Ángel bajó la cabeza y dijo: “Es que el móvil me tiene enganchado, abuelo”. Su abuelo dijo: “Coge tu móvil”. Ángel lo cogió y su abuelo le preguntó: “¿Quién ha cogido a qué, tú al móvil o el móvil a ti?” Ángel dijo: “Yo al móvil”. Su abuelo dijo: “Pues entonces, igual que lo has cogido, lo puedes soltar”.

Ángel dijo: “Tienes razón abuelo. A partir de ahora voy a cambiar mi forma de estudiar. Voy a seguir tus consejos y voy a dejar de lado el móvil para concentrarme mejor”. Su abuelo dijo finalmente: “Recuerda que tú mandas en tu mente, no tu mente manda en ti”. Ángel le dijo: “Eso es. ¡Muchas gracias por tus palabras abuelo!”

Dependencia emocional

Dependencia emocional

Laura y Sofía, amigas de la infancia, se encontraron por la calle y decidieron tomar un café para ponerse al día. Ya sentadas, Sofía dijo: “Dime Laura, ¿qué es de tu vida? Hace un año que no te veo.” Laura contestó: “Me va muy bien Sofía. Cambié de trabajo. Ahora soy una directiva intermedia en una multinacional. ¡Estoy muy contenta! Trabajo mucho, pero es de lo mío y me siento muy bien con lo que hago. ¿Y tú? ¿qué es de tu vida?” Sofía contestó: “Yo también he cambiado de trabajo. Estoy en una tienda solo por las mañanas, no es mucho pero así puedo ver a Luis por la tarde y por la noche.” Laura le preguntó: “¿Trabajas menos horas para poder ver a un chico? ¿No te hace falta el dinero?” Sofía contestó: “Bueno, sí me hace falta, pero si trabajo turno partido, no podría ver a Luis mucho y siempre estoy deseando verle. He encontrado al hombre de mi vida.” Laura le preguntó: “¿Estás segura? Quiero recordar que dijiste lo mismo de tu última pareja…” Sofía respondió: “Esta vez sí. Es atento, cariñoso. No sé qué haría sin él.”

Laura pensó unos instantes y le dijo: “Somos buenas amigas y te conozco desde hace tiempo. ¿Puedo darte mi opinión?” Sofía sonrió y dijo: “Claro. Sé que eres muy juiciosa.” Laura dijo: “Creo que tienes dependencia emocional de Luis. Es más, creo que la has tenido también de tus otras parejas.” Sofía dijo: “No te entiendo Laura. Yo quiero mucho a Luis, le necesito. ¿Eso es dependencia?” Laura contestó: “Mira, el tener dependencia emocional de alguien implica que te ves obligada a hacer algo que no quieres, por miedo a perder a esa persona porque piensas que sin ella no eres nada. En el momento que necesitas a alguien, te vuelves vulnerable, débil y estás a merced de que la otra persona te pueda manipular y dominar. Además, si la otra persona te dejara, creerías que no puedes seguir viviendo sin ella o que te podrías morir.” Sofía dijo: “Es verdad, yo siento que, si Luis me deja, me moriría…”

Laura dijo: “Es importante que no confundas la dependencia con el amor. En una relación basada en el amor, cada uno de sus miembros le permite al otro ser lo que él quiere, sin exigencias, sin esperar nada del otro. Es una unión entre dos personas que quieren estar juntas porque lo desean, no porque lo necesiten. Y al no necesitarse, son independientes la una de la otra para ser lo que cada una elija, para crecer positivamente, compartiendo momentos, sentimientos y felicidad juntas, a la vez que disfrutando de momentos en los que cada una pueda desarrollarse por separado, sin tener que estar siempre juntas. Mira, con mi nuevo trabajo, tengo menos tiempo libre, pero mi pareja no me ha dicho que lo deje para estar más con él. Entiende que eso es lo que yo quiero y nos adaptamos a nuestra nueva situación. Así desarrollamos nuestro propio respeto y el respeto al otro.”

Sofía se quedó pensando y dijo finalmente: “Tienes razón Laura. Luis no me ha pedido que trabaje menos para verle. He sido yo la que no he respetado mis necesidades económicas, poniendo por encima la necesidad de verle. Esta noche hablaré con él y le diré que vuelvo a trabajar jornada completa y que nos veremos cuando los dos no estemos trabajando. Es un sol y seguro que lo entiende.” Laura dijo: “Lo importante es que lo entiendas tú, ya que parece que el problema lo tienes tú. Y estaría bien que fueras a ver a una Psicóloga si te cuesta soltar la dependencia.” Sofía dijo finalmente: “Pensaré en todo lo que me has dicho Laura. ¡Muchas gracias por tus palabras!”

¿Realmente qué quieres?

¿Realmente qué quieres?

Juan y Luis estaban tomando café en un descanso del trabajo. Como cada comienzo de año, el tema común entre todos era los nuevos proyectos para el año que empezaba. Juan, tras comentarle a Luis las ideas que tenía en mente para este nuevo año, le preguntó a él por sus proyectos y Luis le dijo: “Pues no sé Juan, supongo que los mismos que el año pasado: ir al gimnasio y mejorar mi inglés.” Juan le preguntó: “¿Y por qué son los mismos del año pasado?” Luis contestó: “Porque no los conseguí y tengo que volver a intentarlo.”

Juan reflexionó unos instantes y le dijo: “Vamos a ver, Luis, ¿se te ha ocurrido pararte a analizar por qué no los conseguiste el año pasado?” Luis le miró con cara de extrañado y le dijo: “Pues no. Supongo que eran muy difíciles y tengo que intentarlo de nuevo.” Juan preguntó entonces: “¿Y qué pensaste el año pasado para elegir esos propósitos para el año nuevo?” Luis contestó: “No lo recuerdo muy bien. Supongo que porque todo el mundo dice que hay que mejorar el inglés y porque mi mujer me dijo que tenía que ir al gimnasio a ponerme en forma…” Juan preguntó entonces: “Luis, ¿te puedo dar mi opinión?” Luis asintió con la cabeza y Juan prosiguió: “Creo que estás tomando este tema de una forma equivocada. Por un lado, no por ser primero de año hay que hacer nuevos proyectos. Es verdad que mucha gente lo hace, pero no es obligación. Y, por otro lado, si decides hacer algún propósito de año nuevo, estaría bien que fuera con cosas que te gustaría hacer, no con cosas que te “obliguen” a hacer. ¿A ti te gustaría ir al gimnasio?” Luis contestó: “No mucho, la verdad. Pero tengo que ir, por salud y por mantenerme en forma. No hago mucho ejercicio físico y entiendo que mi mujer me dijera que tenía que ir…” Juan le dijo entonces: “Me parece recordar que a ti te gustaban las Artes Marciales. Si te apuntas a alguna modalidad, vas a hacer mucho ejercicio y haciendo algo que te gusta. ¿Te siguen gustando?” A Luis se le iluminó la cara y dijo: “Sí, me siguen gustando mucho. No había pensado que podía hacer ejercicio, estar en forma y a la vez disfrutar…” Juan continuó: “Y ¿qué me dices del inglés? ¿Te gustaría mejorarlo o hay alguna otra cosa que realmente quieras mejorar?” Luis pensó unos instantes y dijo: “La verdad es que me gustaría aprender a cocinar mejor. Me veo todos los programas de cocina de la televisión y me gustaría poder hacer lo que ellos hacen.” Juan sonrió y dijo: “Pues ya tienes tus dos propósitos para este año.” Luis sonrió también y dijo: “Gracias Juan. ¿Cómo lo has hecho?” Juan contestó: “Es importante pararse a analizar lo que queremos y no queremos antes de hacer una lista de nuevos propósitos para el año. Ver qué ha fallado en los proyectos del año pasado y aprender de nuestros errores. Es lo que tú y yo hemos hecho. Ahora, tus proyectos son cosas que realmente te motivan, y esa motivación te va a ayudar a conseguirlos, porque son decididos por ti, no por los demás. Son cosas que te gustan a ti, y no influenciado por los demás.” Luis dijo finalmente: “Tienes razón Juan. Esta vez sí creo que voy a conseguir mis propósitos y proyectos para este nuevo año. ¡Muchas gracias por tus palabras!”

¿Qué vas a elegir?

¿Qué vas a elegir?

Luisa y Clara han quedado en un Centro Comercial para hacer las compras de regalos navideños. Cuando se encuentran, Clara le dice a Luisa: “Hola Luisa, muchas gracias por acompañarme. Necesito ayuda, estoy bloqueada.” Luisa le preguntó: “¿Qué te pasa?” Clara contestó: “Es que he decidido regalarle a mi marido una corbata de seda por Navidad y he ido a una tienda especializada en corbatas y no me decidía. Tenía corbatas de todos los colores, todas preciosas y me bloqueé. No sé qué me pasó…”

Luisa reflexionó unos instantes y le dijo: “He leído sobre esto en internet hace poco y creo que lo que te pasa se llama la paradoja de la elección.” Clara le miró con cara de no entender y Luisa siguió hablando: “La paradoja de la elección es una teoría desarrollada por el profesor de Psicología Barry Schwartz, y viene a decir que, cuantas más opciones tengas para elegir, más complicado es hacerlo y nos podemos llegar a bloquear, ya que nuestro cerebro tiene que procesar más información.” Clara preguntó: “¿Entonces le pasa a todo el mundo?” Luisa contestó: “No. Hay personas que toman decisiones sin problema y están satisfechas con su decisión. Pero otras, cuando por fin se deciden y compran lo que buscaban, inmediatamente se sienten insatisfechas pensando que quizás no han escogido la opción mejor y se han equivocado, sintiéndose culpables por ello. Eso es lo que te ha pasado a ti. Al entrar en una tienda donde había muchísimas corbatas, te has bloqueado.”

Clara preguntó: “¿Y qué puedo hacer para que no me pase eso?” Luisa le contestó: “Pues lo primero es pensar que no vas a comprar el regalo perfecto, para evitar el remordimiento posterior, porque te estás exigiendo mucho a ti misma. Piensa que lo que vas a comprar está suficientemente bien. Luego, quizás no hay que ir a una tienda tan grande de corbatas. O decidirte por unas cinco y luego elegir entre esas cinco, para que la elección sea más fácil.” Clara preguntó entonces: “¿Y si me cuesta decidir entre las cinco?” Luisa sonrió y le dijo: “Seguramente las cinco se parecerán bastante, por tanto, la diferencia entre el resultado de regalar cualquiera de ellas será muy parecido, por lo que no deberías preocuparte mucho por cuál elegir.” Clara insistió: “¿Y si al final compro una y me equivoco porque no le gusta?” Luisa la miró con cariño y le dijo: “Tranquila Clara. Está bien equivocarse para aprender. Si ocurre, no te machaques y aprende cuáles son sus gustos, para la próxima vez que quieras regalarle una corbata u otra cosa. Y siempre te queda el coger un ticket regalo por si él quiere venir a descambiarla por otra… “