¡Aprende de tus errores!

¡Aprende de tus errores!

Juan, becario en una empresa, fue al despacho de su jefe y tutor porque le había llamado. Cuando Juan se sentó, su jefe le dijo: “Juan, quiero comentar contigo los errores que he encontrado en el informe que me diste ayer”. Juan, cabizbajo, inmediatamente dijo: “Lo siento mucho, no volverá a ocurrir”. Su jefe le dijo: “Espera, aún no te he dicho lo que no está bien”. Juan volvió a decir: “Lo siento mucho, no volverá a ocurrir”.

Su jefe dijo entonces: “Juan, no te he llamado para echarte la bronca. Te he llamado para que todos aprendamos”. Juan, sorprendido, le dijo: “No entiendo”. Su jefe continuó: “Mira, Juan, todo lo que tenemos en este siglo veintiuno es gracias a muchos errores del pasado. El ser humano solo aprende de sus errores. Cuando haces algo bien, no te paras a pensar cómo lo has hecho. Simplemente, sigues adelante. Sin embargo, cuando te equivocas, repasas cada palabra, cada movimiento, para averiguar dónde ha estado el fallo y aprender. Así no vuelves a equivocarte en lo mismo de antes. Los grandes inventores se equivocaron muchas veces. Pero aprendieron de sus errores y siguieron ensayando, hasta que consiguieron lo que buscaban, o incluso lo que no buscaban”.

Juan dijo: “Pero no debo equivocarme si quiero seguir trabajando aquí”. Su jefe le dijo: “Estás aquí de becario. Eso significa que vienes a practicar lo aprendido y a equivocarte, para aprender mucho más. Ahora es el momento de equivocarte, para aprender mucho y no volver a cometer los errores en el futuro. Además, creo que estás dando por sentado que solo tú te has equivocado”. Juan miró a su jefe sin entender y éste prosiguió: “Al leer el informe, me he dado cuenta de que yo también me he equivocado. Te he pedido resultados de algo que aún no tienes suficiente información. Necesitamos un informe intermedio de otro departamento para poder llegar a conclusiones válidas y no me he dado cuenta de que nos hemos saltado ese paso intermedio. Y tú no podías saberlo porque no te lo hemos dicho. Yo he aprendido que, antes de pedirte un informe, tengo que asegurarme que tengas toda la información pertinente para poder hacerlo”.

Juan reflexionó unos instantes y dijo: “Tiene razón. Soy muy afortunado de poder hacer las prácticas aquí. Gracias a estos errores estoy aprendiendo mucho sobre mi trabajo y podré hacer las cosas mucho mejor en el futuro. ¡Muchas gracias por sus palabras!”

¡Aquí y Ahora!

¡Aquí y Ahora!

Luisa estaba sentada en una hamaca en la playa, mirando el móvil, con cara enfadada. Su amiga Sara, que estaba en otra hamaca a su lado, la miró y le preguntó: “¿Luisa, por qué estás tan enfadada?” Luisa dijo: “Ay Sara, estoy viendo el correo de la oficina y las cosas no van como tenían que ir. Y yo, aquí, sin hacer nada…”.

Sara le sonrió y dijo: “Vamos a ver Luisa. Llevas toda la primavera dándome la lata con lo que íbamos a hacer este verano, planeándolo todo al detalle. No hacías más que decirme que necesitabas descansar. ¿Y ahora me dices que estás en la oficina?” Luisa la miró, desconcertada, y dijo: “No estoy en la oficina. Estoy aquí contigo. Pero no puedo evitar mirar el correo y ver que no están haciendo las cosas bien”. Sara le dijo: “Pero bueno, ¿cuándo has comprado tu empresa? Tenía entendido que eras una empleada más…”. Luisa sonrió y Sara siguió hablando: “Estás de vacaciones. Han puesto a otra persona en tu puesto para que tú puedas descansar y que no se te acumule el trabajo. Claro que no lo va a hacer como tú, pero si lo hiciera mal, no lo estaría haciendo. Quédate tranquila con eso. ¿O es que no quieres estar de vacaciones?” Luisa bajó la mirada y dijo: “Sí quiero, pero no puedo desconectar. Me cuesta”.

Sara le dijo: “Vamos a ver, Luisa. Si no estás en el aquí y ahora, da igual que estés de vacaciones o no, porque no te darás cuenta de que es tiempo para ti y se pasará volando. No descansarás ni lo pasarás bien. Cuando hablamos de vacaciones, hablamos de relajarse, estar con una misma, recargar pilas y pasarlo bien. Pero, sobre todo, descansar. Es muy necesario para poder volver a afrontar el trabajo durante el siguiente año”.

Luisa le preguntó entonces: “¿Y cómo lo hago para conseguirlo?” Sara le respondió: “Mira, lo primero que tienes que hacer es tomar conciencia de dónde estamos. Este año tenías muchas ganas de venir a la playa. Observa a tu alrededor, escucha las gaviotas, las conversaciones de las personas, el sonido de las olas, siente el sol en tu piel, siente la brisa marina, huélela, siente la sal del mar en tus labios… Y si no estuviéramos en la playa, podrías hacer lo mismo con lo que observaras a tu alrededor donde quiera que estuvieras. Todo esto te hará desconectar de todo lo que no sea estar en el aquí y ahora. Así te darás cuenta de que el tiempo va más despacio y puedes disfrutar mucho más de todo lo que hagas. Serás consciente de todo lo que vivas y descansarás mucho más, con lo que recargarás mucho más y mejor las pilas. Recuerda que no tienes otro tiempo para vivir más que el aquí y ahora. El pasado pasó y el futuro no ha venido”.

Luisa reflexionó sobre todo lo que le había dicho Sara y dijo finalmente: “Tienes razón, Sara. Voy a cerrar mi móvil y disfrutar de este día tan bonito en la playa, aquí y ahora. Y luego disfrutaré de salir esta noche y de todo lo que hagamos hasta que se acaben las vacaciones. ¡Muchas gracias por tus palabras!”

Ser-Estar

Ser-Estar

Pedro y Andrés estaban viendo jugar al futbol a sus hijos. El hijo de Pedro falló al intentar coger el balón y Pedro dijo: “¡Vaya tela, mira que eres torpe!” Andrés le miró y le dijo: “Tranquilo, Pedro, un fallo lo puede tener cualquiera”. Pedro, un poco alterado, dijo: “Si es que este hijo mío es un desastre. ¿No te has fijado cómo ha perdido el balón?”

Andrés reflexionó unos momentos y dijo: “Pedro, ¿sabes la diferencia entre “ser” y “estar”?” Pedro le miró confuso y dijo: “Claro que sé lo que significa ser y estar. ¿A qué viene eso ahora? Te estaba hablando de lo torpe y desastroso que es mi hijo”. Andrés dijo: “Dime una cosa, Pedro. ¿Qué notas ha sacado tu hijo en el último trimestre?” Pedro sonrió orgulloso y dijo: “Muy buenas. Es el mejor de su clase”. Andrés continuó: “¿Y cómo alguien que es torpe y desastroso puede ser el mejor de su clase?” Pedro se quedó confundido unos momentos y dijo finalmente: “Bueno, no es lo mismo…”.

Andrés dijo entonces: “Mira Pedro, cuando dices que alguien “es” “algo”, estás diciendo que es así siempre, que es su yo profundo y no cambiará nunca. Pero una persona puede “estar” un día alegre y otro triste, puede “estar” un día acertado y otro acertar menos. El “estar” cambia según la situación y las circunstancias de ese día. Mira, tú me conoces. Sabes que soy una persona bastante tranquila. Si un día estoy nervioso, ¿me dirías que “soy” nervioso o me preguntarías qué me pasa que “estoy” nervioso?” Pedro contestó: “Es verdad. Te preguntaría qué te pasa”. Andrés continuó: “Pues así tendrías que hacer con cualquier persona, y sobre todo con tu hijo. Yo he visto otros partidos contigo y sé que tu hijo juega bien. Quizás tendrías que preguntarle si hoy está menos concentrado o quizás solo ha sido un fallo sin importancia”.

Pedro miró a su hijo, que seguía jugando, y dijo: “Es verdad. Mi hijo no es desastroso”. Andrés le dijo entonces: “Estaría bien que tuvieras cuidado con lo que le dices a tu hijo porque, si le pones una etiqueta, puede que él decida cumplirla y creer que él es así, cuando no lo es”. Pedro le miró y dijo: “Tienes razón Andrés. A partir de ahora miraré qué digo y cómo lo digo a mi hijo. Y, por extensión, a cualquier persona. ¡Muchas gracias por tus palabras!”

¡Construye tu buena suerte!

¡Construye tu suerte!

Juan y Luis se encontraron por la calle después de muchos años y decidieron tomar algo para ver cómo les había ido la vida. Juan se pidió un refresco y una tapa, mientras que Luis, un poco serio, dijo que solo tomaría un vaso de agua. Juan se extrañó y le preguntó: “¿Te pasa algo, Luis?” Luis dijo: “No es nada, me apetecería tomar algo, pero estamos a finales de mes y tengo problemas económicos”. Juan le dijo: “No te preocupes, invito yo”. Luis se enfadó un poco y le dijo: “No, déjalo. Ya veo que tú has tenido mucha suerte. No tienes que restregarme por la cara que tienes más dinero que yo”. Juan, sorprendido, le preguntó: “¿Qué te hace pensar eso de mí?” Luis dijo: “Pues está claro. Traes un traje y corbata, como de tener un puesto de trabajo importante, y no te importa que sea final de mes para poder gastar dinero. Has tenido mucha suerte. Yo, en cambio, estoy vestido con el mono de trabajo del curro y tengo problemas para llegar a fin de mes… He tenido mala suerte”.

Juan le observó unos momentos y le dijo: “Siento mucho que pienses así. Los dos fuimos buenos amigos y estudiamos lo mismo, podríamos estar ahora en igualdad de condiciones”. Luis dijo: “Yo no he tenido suerte. Y tú sí. Eso no se puede cambiar…”.

Juan, reflexionando un poco, le dijo: “Mira, Luis, ¿recuerdas cuando yo me quedaba estudiando hasta tarde mientras tú te ibas a todas las fiestas del Campus? Tú te burlabas de mí y me decías que tenía que aprovechar la vida universitaria”. Luis le dijo: “Sí, fueron buenos tiempos. Me lo pasé genial y tú eras un aburrido…”. Juan le preguntó entonces: “¿Y recuerdas cuando tuvimos que escoger sitio para hacer las prácticas? Yo escogí una gran multinacional y tú escogiste una pequeña empresa que había cerca de tu casa”. Luis dijo: “Es que así no tenía que desplazarme mucho para ir allí, y el trabajo parecía sencillo, para quitarme cuanto antes de encima las prácticas…”. Juan dijo: “Recuerdo que, cuando te conté lo que había hecho en mi primer día de prácticas, me dijiste que era tonto y que intentara cambiar a otro sitio donde hiciera menos cosas”.

Luis le preguntó: “¿A dónde quieres llegar?” Juan le dijo: “Verás, Luis, la buena suerte no es algo que “llueva” o que te llegue de fuera, sin más. Yo también quería irme a las fiestas de la Universidad, pero era consciente que tenía que esforzarme para poder conseguir mis metas. Sí fui a alguna fiesta, pero no a tantas como tú. Y escogí aquella multinacional para mis prácticas porque yo quería trabajar en ella, y lo he conseguido. Fue difícil y tuve que trabajar mucho y muchas horas hasta conseguir que me dijeran que contaban conmigo después de la beca de prácticas. Estoy muy orgulloso de todo mi esfuerzo”.

Luis se quedó en silencio, y Juan continuó hablando: “Luis, tu buena suerte depende mucho de tu esfuerzo, de tu ilusión por lo que vas a hacer, de tus capacidades, del tiempo que inviertes en ello y de todos tus recursos enfocados a tu meta. No esperes que las cosas vengan del exterior para moverte. Si quieres que tu suerte cambie, te tendrás que poner manos a la obra ya para conseguirlo. Aún estás a tiempo”.

Luis dijo finalmente: “Tienes razón, Juan. Me voy a poner inmediatamente a construir mi “buena suerte”. ¡Muchas gracias por tus palabras!”.

No, es No

No, es no

Era sábado por la tarde y Carla estaba arreglándose para salir, cuando su abuela se asomó por la puerta abierta de su habitación. Al verla correr de un lado para otro, le preguntó: “¿Por qué corres tanto, Carla?” Carla, sin parar mucho, dijo: “¡Ah! Hola abuela. Me estoy arreglando porque viene Paco a recogerme en 15 minutos y no me da tiempo”. Su abuela le preguntó entonces: “¿Y por qué has esperado tanto para empezar a arreglarte si sabías que te venía a recoger? Si hubieras empezado antes, no estarías tan estresada…” Carla respondió: “Es que no lo sabía. En realidad, hoy no habíamos quedado. Le dije que necesitaba estudiar para los exámenes de la semana que viene y que ya nos veríamos el fin de semana de la semana que viene, cuando los hubiera terminado, pero me acaba de llamar diciendo que viene a por mí para salir”.

Su abuela se quedó pensativa un momento. Se sentó en la cama de Carla y le hizo un gesto para que se sentara junto a ella en la cama también. Carla le dijo: “Abuela, no tengo tiempo para hablar ahora”. Su abuela le dijo: “Siéntate un momento conmigo, que solo serán cinco minutos”. Carla se sentó, refunfuñando, y le preguntó: “¿Qué quieres abuela?” Su abuela la miró a los ojos y le preguntó: “Si le dijiste que no os veríais, ¿por qué viene a por ti para salir?” Carla sonrió y dijo: “Es que me quiere mucho y no puede estar sin verme ningún fin de semana”. Entonces, su abuela le dijo: “Yo no estoy tan segura de que te quiera tanto…”. Carla iba a protestar, pero su abuela le dijo: “Espera, déjame seguir. ¿Tú le quieres?” Carla asintió con la cabeza y su abuela le preguntó: “¿Le respetas?” Carla se quedó confundida y dijo: “Claro, abuela”. Su abuela siguió preguntando: “¿Y él te respeta a ti?” Carla se puso seria y contestó: “Claro que me respeta: no me ha pegado, no me grita, no quiere controlarme el móvil ni cómo me visto. Ya nos hablaron de eso en el Instituto”. Su abuela le cogió la mano y le dijo: “Hay faltas de respeto que son más sutiles que todo eso que me has dicho”. Carla puso cara de no entender y su abuela siguió hablando: “Como has dicho antes, tú le has dicho a Paco que no os veríais este fin de semana porque querías estudiar para tus exámenes de la semana que viene. Si él tanto te quiere, debería de respetar tus deseos. Tú no querías quedar este fin de semana y él ni siquiera te ha preguntado si estabas segura o si querías cambiar de opinión. Directamente te ha llamado diciéndote que viene a por ti para salir. Tú le has dicho que no salíais y él no ha respetado tu no, además de no respetar que tú quieres estudiar para asegurar los exámenes que tienes la semana que viene. Ten en cuenta que ahora es el salir o no un fin de semana, pero más adelante, serán cosas mucho más importantes, y si no respeta que tú le digas que no ahora, puede que no respete tus no del futuro”.

Carla se quedó pensativa y le dijo finalmente a su abuela: “Tienes razón, abuela. Yo pensaba que era un gesto de que me quiere y, en realidad, es un gesto de que no respeta mis decisiones. No me había dado cuenta de que eso también son faltas de respeto. Voy a llamarle ahora mismo y le diré que no salgo, que me quedo estudiando, que es lo que realmente quiero hacer, y que me respete y respete mis decisiones. ¡Muchas gracias por tus sabias palabras!”

¿Hablo o me callo?

¿Hablo o me callo?

Eva y Carmen han quedado para hablar, ya que Eva estaba muy preocupada. Carmen preparó un café y le dijo: “Bueno, Eva, dime qué es lo que tanto te preocupa”. Eva dijo: “Verás Carmen. Tengo un dilema muy gordo. Tengo una amiga que está saliendo con un chico que no le conviene. Quiero decírselo, pero puedo perder su amistad si se lo digo”.

Carmen pensó un momento y dijo: “¿Cómo sabes que no le conviene?” Eva contestó: “Pues porque no la respeta. Le he visto tontear con otra y mi amiga no se merece eso. Desde que le vi, no hago otra cosa que pensar en ello. Tengo que decírselo, pero no encuentro el momento. Tampoco sé si callarme y no decir nada. Así no perdería su amistad”. Carmen le dijo: “Mira Eva, esto que comentas le pasa a mucha gente: Hay personas que, cuando tienen que dar una mala noticia, la comunican rápidamente, a bocajarro, sin preguntar si la otra persona quiere escucharlo. Luego, hay otras personas que no quieren hablar de las malas noticias, y se callan, para no enturbiar la amistad que les une”.

Eva rápidamente preguntó: “¿Y cuál es la mejor actitud?” Carmen sonrió y dijo: “Ninguna de las dos”. Eva mostró cara de confusión y Carmen siguió hablando: “Verás: Las personas que presumen de sinceridad y lo hablan todo, muchas veces no se dan cuenta que solo piensan en soltar el peso que tienen por saber esa información. Una vez soltado, se quedan a gusto sin ese peso, sin darse cuenta de que pueden haber hecho mucho daño a la otra persona. Es decir, no son nada empáticas y, por tanto, estropearán la mayoría de sus relaciones, ya sea de amistad o de pareja”. Eva preguntó: “¿Y las que se callan?” Carmen contestó: “Las personas que se callan, tienen una actitud poco activa. No afrontan las situaciones y tampoco ayudan a los demás a afrontar sus acciones”.

Eva preguntó: “Entonces, ¿qué hago?” Carmen contestó: “Yo nunca te diría lo que tienes o no tienes que hacer, Eva, pero ya que me preguntas, te comento que lo primero que debes tener en cuenta es que no debemos dar nuestra opinión mientras no nos la pidan. Y si nos la piden, debemos darla de forma adecuada, con mucho cuidado y respeto, pensando en la persona con la que estamos hablando, y decirlo como nos gustaría que nos lo dijeran a nosotras. Teniendo claro que, si pensamos de forma diferente, no es una crítica sino una forma de ver las cosas distinta a la otra persona. Pero siempre hay que esperar que nos pidan nuestra opinión. Y, por supuesto, tener claro que lo que estamos diciendo es verdad, es decir, que no es una falsa impresión. Pienso que estaría bien cerciorarse de si esa persona que viste con su novio no es alguien de su familia, por ejemplo”. Eva se quedó unos instantes pensando en lo que Carmen le había dicho y dijo: “Genial, Eva. Me has aclarado las ideas. Primero veré si estoy en lo cierto o no. Luego, solo hablaré si me pide opinión al respecto y usaré las palabras que a mí me gustaría oír en un caso así. ¡Muchas gracias por tus palabras!”

¿Eres perfeccionista?

¿Eres Perrfeccionista)

Juan y David tenían que hacer un trabajo juntos, para la Universidad, y quedaron un sábado por la tarde en casa de Juan, para terminarlo. Cuando dijeron de poner en común todo el trabajo personal hecho para el mismo, Juan dijo: “Perdona David, no tengo terminada mi parte”. David se sorprendió y le dijo: “No lo entiendo Juan. Llevamos un mes trabajando cada uno en la parte que nos tocaba. Y me consta que tú también has estado trabajando en tu parte, porque te he visto y lo hemos comentado. Hoy hemos quedado para unir las dos partes y terminar el trabajo. ¿Te ha pasado algo para no poder terminarlo?”.

Juan, bajando la mirada, le dijo: “Sí, al igual que tú, llevo todo el mes trabajando en ello. Pero es que aún no está perfecto”. David le dijo entonces: “Vaya. Pensaba que, después de tanto esfuerzo, ya estaría hecho. ¿Te suele pasar en más facetas de tu vida el que quieras hacer las cosas perfectas?” Juan se sorprendió por la pregunta y le contestó: “Quiero hacer las cosas bien, necesito hacer las cosas bien. Y para que estén bien, tienen que estar perfectas”. David le preguntó: “¿Desde cuándo piensas así?” Juan pensó un poco y dijo: “No sé. Recuerdo que de pequeño yo me esforzaba mucho en hacer las cosas y mi padre siempre me decía que las podía hacer mejor. Nunca estaba contento”.

David, entendiendo, le dijo: “Juan, hay personas que, de pequeñas, han tenido padres muy exigentes, y ellas creyeron que solo las querrían si hacían perfectamente todo lo que tuvieran que hacer. Esos padres seguramente creían que estaban ayudándolas, pero estaban creando a personas perfeccionistas. O quizás se sentían no vistas y pensaban que haciendo las cosas perfectas sí serían vistas”. Juan entonces preguntó: “¿Y qué hay de malo en ser perfeccionista?” David contestó: “Pues sencillamente, la realidad es que la perfección no existe”. Juan protestó: “Sí existe”. David entonces le pidió: “De acuerdo, dime algo que sea perfecto”. Juan pensó un instante y dijo: “Un Tesla. Es un coche perfecto”. David sonrió y dijo: “Pues si es un coche perfecto, nunca necesitará ir a un taller ni le tendrán que hacer revisiones, ¿verdad?” Juan se quedó sin saber qué decir y David siguió hablando: “Mira Juan. La perfección no existe. Por eso, las personas perfeccionistas se acaban sintiendo muy insatisfechas y frustradas por no conseguirla. Pero no te preocupes. La perfección no es necesaria. Puedes hacer las cosas suficientemente bien y no seguir gastando energía en hacer algo perfecto. No lo conseguirás nunca y no acabarás nada de lo que empieces. Ten en cuenta que, si los grandes escritores se hubieran quedado eternamente intentando hacer perfectos sus libros, no los conoceríamos.

Juan se quedó un instante reflexionando lo que su amigo le decía y finalmente dijo: “Tienes razón David. Mi parte del trabajo está suficientemente bien como para presentarla y sacar buena nota. No voy a perder más tiempo en ella. Vamos a unir nuestros trabajos y presentarlo. Y voy a hacer lo mismo en todas las facetas de mi vida en las que aún busco hacer las cosas perfectas. ¡Muchas gracias por tus palabras!”

Aprende de tu experiencia

Aprende de tu expereiencia

Laura y Teresa habían quedado para ir de compras juntas. Laura dijo: “Teresa, no sé qué regalarle a Antonio por el Día de los Enamorados. ¿Qué se te ocurre?” Teresa se puso seria y dijo: “No sé para qué me has pedido ir de compras, Laura. Soy la peor ayuda que puedas tener.” Laura se extrañó y preguntó: “¿Por qué dices eso Teresa? Desde que te conozco, siempre has tenido muy buen gusto.”

Teresa bajó los ojos y dijo: “Puede que sí tenga buen gusto en las cosas, pero soy un desastre en las relaciones de pareja.” Laura le preguntó: “¿Has roto con tu última pareja?” Teresa contestó: “Él me ha dejado a mí. ¿Por qué siempre me pasa a mí? Tengo muy mala suerte en el amor. Por eso no puedo ayudarte. Seguro que te aconsejo algo y te gafo tu relación. No me lo podría perdonar…”

Laura sonrió y dijo: “Tranquila, no eres gafe. Creo que, simplemente no aprendes de tus errores.” Teresa dijo: “No sé a qué te refieres.” Laura dijo: “Verás, Teresa, desde que te conozco, has tenido varias parejas que no te han durado mucho. Casi todos los chicos con los que has salido eran cortados por el mismo patrón.” Teresa dijo: “Es que son los que me gustan.” Laura añadió: “Puede ser, Teresa, pero ese patrón no te hace feliz. Al final, todos te acaban dejando y tú sufres. En realidad, la vida no te trae mala suerte en el amor, sino que eres tú la responsable de que sigas sufriendo en esas relaciones. Si ya sabes que ese tipo de hombre no es el adecuado para ti, podrías aprender y no acercarte más a ellos. Lo maravilloso de equivocarnos es que aprendemos lo que nos ha hecho fallar o lo que no nos conviene y podemos conseguir éxito gracias a haber fracasado anteriormente. Pero para eso hay que aprender de nuestros errores.”

Teresa escuchaba atentamente y dijo: “Puede ser, Laura, pero no puedo controlarlo. Me enamoro y ya está.” Laura le dijo: “Mira, Teresa, en realidad sí puedes controlarlo, solo que no te lo crees. Pero si necesitas ayuda para verlo, podrías ir a ver a una Psicóloga. Ella te ayudaría a reforzar tu autoestima y a darte cuenta de lo que te conviene y no te conviene. Así verás que puedes aprender de toda tu experiencia de vida amorosa y poder escoger la próxima vez a alguien que realmente te haga feliz y no te haga sufrir.”

Teresa dijo: “Creo que tienes razón. Hasta ahora no me había dado cuenta de que no reflexiono sobre lo que me pasa y sigo repitiendo patrones con mis parejas que no me hacen feliz. Voy a parar, reflexionar y aprender de mis errores en el amor, para no volver a sufrir. ¡Muchas gracias por tus palabras!

¡¡¡Decide!!!

Quiero decidir

Luis y Alberto estaban tomando un café juntos, aprovechando las vacaciones navideñas. Este año los dos se van a presentar a los exámenes de Acceso a la Universidad y comentaban qué posibilidades tendrían después. Luis dijo: “Yo estoy deseando empezar la carrera de Arquitectura. Me encanta dibujar y diseñar casas. ¡Va a ser estupendo! Espero sacar suficiente nota en los exámenes…” Alberto le escuchaba pensativo y no dijo nada. Luis, al verlo así, le preguntó: “¿Qué te pasa Alberto? ¿Estás preocupado por los exámenes?” Alberto volvió de su ensoñación y le dijo: “¿Qué me habías preguntado?”

Luis le dijo: “Si tienes problemas, puedes confiar en mí. Cuéntame qué te pasa.” Alberto entonces le dijo: “No te preocupes, es que te oigo hablar de lo ilusionado que estás de empezar tu carrera y a mí me gustaría estar como tú…” Luis reflexionó unos instantes y le dijo: “Tú nunca me hablas de la carrera que vas a hacer. ¿Qué vas a estudiar?” Alberto, bajando los ojos, dijo: “Pues Derecho, como toda mi familia.” Luis le preguntó: “¿Te gusta el Derecho?” Alberto contestó: “No se trata de si me gusta o no, es la tradición familiar. Mi bisabuelo fundó el Bufete de Abogados y mi padre y mi tía ya trabajan allí. Yo tengo que seguir la tradición familiar.” Luis volvió a preguntar: “¿Pero te gusta el Derecho? Nunca te he oído hablar de ello. Sí te he oído hablar de lo mucho que te gustan los niños.”

Alberto abrió mucho los ojos y dijo: “Siempre me han gustado los niños. De pequeño ponía a mis muñecos sentados en clase y les enseñaba a leer, escribir, sumar, restar…” Luis le dijo: “Entonces, dejando a un lado el Derecho, si pudieras elegir, ¿cuál te gustaría que fuera tu profesión?” Alberto, sonriendo, dijo: “Me encantaría ser profesor de infantil y primaria.” Luis, al verlo así, le dijo: “Pues hazlo, seguro que lo disfrutas como yo voy a disfrutar de la Arquitectura.” Alberto dejó de sonreír y dijo: “No, no puedo estudiar Magisterio. Es una pérdida de tiempo.” Luis puso cara de extrañeza y Alberto prosiguió: “Yo, de pequeño, siempre les decía a mis padres que quería ser maestro, pero ellos me decían constantemente que era una tontería que pensara eso, que los maestros no ganan mucho dinero, tienen que opositar, que hay muchos maestros en paro, que sería perder el tiempo, y que lo mejor que yo podía hacer era estudiar Derecho y seguir con la tradición familiar. Decían que el Bufete da mucho dinero y que me dejara de ideas raras. “

Luis, comprendiendo, le dijo: “Mira Alberto, una carrera universitaria es algo muy importante en tu vida y cuesta mucho esfuerzo. Es importante que elijas algo que te guste. Entiendo que tus padres quieran guiarte cuando eres más pequeño, pero ahora estás decidiendo sobre tu profesión y tu futuro. Puede que a los demás les preocupe que cambiemos, que no hagamos lo que está previsto, pero al final eres tú el que decidirá y el que vivirá con las consecuencias de tu decisión. Es importante escuchar a los demás, pero también hay que tener en cuenta que, aunque sea de buena voluntad, están hablando de ellos y de sus miedos y sus creencias. Tú debes crearte tu propio criterio, con los pies en la tierra, y tomar las decisiones desde ti, no desde lo que elijan los demás por ti. Te propongo como buen propósito de este año que te dirijas a donde tú quieres, no a donde los demás quieren que tú vayas. ¿Qué te parece?”

Alberto no tuvo que pensarlo mucho y dijo: “Tienes razón Luis. Ya no soy un niño. Voy a tomar mis propias decisiones y aceptar las consecuencias de ellas. ¡Es un buen propósito para comenzar el año!

La Vaca

La Vaca

Luis y Carlos estaban charlando de sus respectivos trabajos. Luis comentó que estaba muy contento con su ascenso, y Carlos le dijo: “Enhorabuena. Qué suerte has tenido de encontrar ese trabajo.” Luis le dijo: “Gracias, pero tú también podrías trabajar en algo mejor.” Carlos mostró cara de asustado y dijo: “¿Pero ¿qué dices? ¿No has oído nunca eso de “más vale pájaro en mano que ciento volando”?” Luis le contestó: “Sí, lo he oído, pero también te he oído a ti quejarte de vez en cuando de que no te promocionan en tu trabajo, que el ambiente está enrarecido, que no te gusta lo que haces, … Creo que deberías actualizar tu Currículum Vitae y buscar otro empleo.” Carlos dijo entonces: “No, no, no, que “más vale malo conocido que bueno por conocer” Nunca se sabe. Tengo que estar muy agradecido por tener mi trabajo, con los tiempos que corren.” Luis le dijo sonriendo: “Ya veo que te sabes muchos refranes. Creo que habría que hacer algo con tu vaca…” Carlos puso cara de no entender y Luis continuó: “Te voy a contar un relato que me contaron hace tiempo:

“Un maestro viajaba con su discípulo, cuando llegaron a una casita muy humilde y pidieron cobijo por una noche. La gran familia que vivía allí les acogió y les dieron para cenar queso y leche, porque no tenían mucho más. Comentaron que tenían un gran tesoro: una vaca, y gracias a la vaca, tenían alimento, además de poder vender la leche para comprar alguna otra cosa que necesitaban. El maestro y el discípulo dieron las gracias y se fueron al día siguiente muy temprano. Cuando llevaban unos metros alejados de la casa, el maestro le dijo al discípulo que volviera y que despeñara la vaca por el acantilado. El discípulo le dijo que cómo iba a dejar a esa familia sin lo único que les ayudaba a subsistir, pero el maestro dijo que obedeciera. El discípulo la despeñó y siguieron su camino. Al cabo de un año, el discípulo, con mucha culpa por lo que había hecho, volvió a buscar a esa familia para pedirles perdón. Al llegar a donde tenía que estar la humilde casa, se encontró con una casa más grande y moderna. Pensó que, al no tener la vaca, la familia habría tenido que vender el terreno y ahora había nuevas personas allí viviendo. Decidió preguntarles qué había sido de los anteriores dueños, pero al llamar a la puerta, abrió el padre de aquella familia que conoció. Cuando le preguntó qué había pasado, él le dijo que la vaca se despeñó por el acantilado y tuvieron que buscar el hacer otras cosas, desarrollando habilidades que tenían, pero no sabían que pudieran tener, lo que les trajo prosperidad.””

Luis continuó hablando: “Carlos, te has quedado estancado en un trabajo que no te gusta y, por miedo a salir de tu zona de confort, no das el paso a buscar un empleo mejor. Y no me digas que no puedes, porque fuiste de los mejores de tu promoción en la Universidad. Tienes cualidades suficientes para buscar un trabajo mejor. Confía en ti y atrévete a dar un paso adelante en tu carrera profesional.” Carlos escuchó lo que su amigo le decía y dijo: “Tienes razón Luis. Tenía miedo a cambiar. Necesito reforzar mi autoestima. Buscaré un empleo mejor. Gracias por “despeñar mi vaca”.”