Si no es para ti, no insistas.

Si no es para ti, no insistas.

Rosa y Laura quedaron en una cafetería de un centro comercial a tomar algo. Cuando Laura llegó, Rosa estaba ya sentada y estaba ojeando varios folletos. Laura se sentó y le dijo: “Hola Rosa. Te veo muy concentrada. ¿De qué van esos folletos?” Rosa sonrió y dijo: “Hola Laura. Estoy preparando un viaje de fin de semana para ir con Carlos”. Laura dijo: “¡Qué bien! ¿Y qué tienes pensado?” Rosa, entusiasmada, dijo: “Estoy viendo sitios donde podamos escalar”. Laura preguntó: “¿No me dijiste que a Carlos no le gustaba escalar?” Rosa preguntó a su vez: “¿Cuándo te he dicho yo eso?” Laura contestó: “Me dijiste hace unos días que le llevaste a un rocódromo y que él parecía incómodo. Comentaste que escaló un poco en una pared facilita y que lo dejó a la mitad, prefiriendo verte a ti escalar sin tener que hacerlo él, y que al final te dijo que la escalada no era para él”. Rosa dijo: “Pero eso no es que no le guste, eso es que lo ha probado poco. Por eso le voy a llevar a un sitio donde pueda escalar en el campo, para que pueda ver lo emocionante que es”.

Laura sonrió y dijo: “Rosa, ven conmigo. Vamos a la tienda que hay aquí al lado”. Se levantaron, pagaron, salieron de la cafetería y entraron en una Boutique. Una vez allí, Laura cogió un vestido muy bonito y le preguntó a Rosa: “¿Te gusta?” Rosa lo miró y dijo: “¡Es precioso! ¿Te lo quieres comprar?” Laura contestó: “No. Quiero que tú te lo pruebes, a ver cómo te queda. Seguro que te encanta”. Rosa lo cogió y, al mirar la talla, le dijo: “Es talla única. Por la forma que tiene, no creo que me vaya a estar bien. Soy muy ancha de caderas. No cabría dentro de él. Pruébatelo tú”. Laura le dijo: “No importa. Pruébatelo de todas formas”. Rosa se puso seria y dijo: “No me lo voy a probar porque no me va a entrar. No sé por qué insistes tanto. Parece que quieres que se rompa el vestido o que me vea ridícula”.

Laura sonrió y dijo: “Rosa, me parece muy bien que no te quieras probar un vestido que no te sienta bien, que no es para ti, por muy bonito que sea. ¿Te das cuenta de que eso es lo que estás intentando hacer con Carlos?” Rosa puso cara de no entender y Laura siguió hablando: “Por lo que me has contado, a Carlos parece que no le gusta escalar. Lo ha probado y ha desistido. Sin embargo, como a ti te gusta mucho, quieres que escale sí o sí. Es decir, estás intentando que “se ponga un traje que no le gusta ni le sienta bien”, solo porque a ti sí te gusta”. Rosa dijo: “Es que quiero que escale conmigo”. Laura le dijo entonces: “No puedes obligarle a hacer algo que no le gusta. Puede que quiera acompañarte y ver desde abajo cómo escalas tú, o puede que tengas que ir sola o con amigos a escalar. No pasa nada porque tu pareja no tenga el mismo hobby que tú. Seguro que coincidís en otros hobbies. Si sigues adelante con el viaje que proyectabas, estás obligándole a hacer algo que no le gusta”.

Rosa reflexionó unos instantes y dijo: “Puede que tengas razón. No lo había visto desde ese punto de vista. No quiero obligarle a hacer algo que no quiera. Antes de reservar nada, le preguntaré si quiere ir. Y si no quiere, ya buscaré otra cosa para hacer juntos e iré a escalar con amigos que sí les gusta hacerlo. ¡Muchas gracias por tus palabras!”

¡Sal a Buscar Oportunidades!

¡Sal a buscar oportunidades!

Luis se enteró que Andrés había perdido su trabajo y fue a verle. Al llegar a casa de Andrés, éste le abrió la puerta con cara de enfadado. Luis le dijo: “Hola Andrés. ¿No es buen momento para venir a verte?” Andrés, haciéndose a un lado, le contestó: “Puedes pasar”. Una vez sentados en el salón, Andrés dijo: “Ya sabes que ahora estoy en el paro y eso me enfada mucho. Todo es un desastre. En mi trabajo no he hecho nada malo y, sin embargo, me echan. Les he dado varios años de mi vida y ¿así me lo pagan? No hay derecho”. Luis le dijo: “Tengo entendido que les iba mal y han hecho un ERE. Por eso te han echado, no porque hubieses hecho algo mal”. Andrés le dijo entonces: “Pues si les va mal, que se vayan a la porra todos. Son unos inútiles, no saben llevar una empresa…”.

Luis esperó a que Andrés terminara de despotricar y le dijo: “Andrés, puedo entender que estés enfadado, y tienes derecho a “vomitar” todo lo que tienes dentro, pero, como escuché hace poco decir a una psicóloga, “a vomitar se va al cuarto de baño. Luego se tira de la cadena y sigues adelante. No te quedas vomitando todo el tiempo””. Andrés le miró y le preguntó: “¿Y qué se supone que tengo que hacer después de “vomitar”?” Luis contestó: “Varias cosas. Lo primero, ser consciente que tienes que hacer el duelo de esa pérdida de trabajo. Los duelos no se hacen solo por las pérdidas de personas. También se hacen por pérdidas materiales”. Andrés preguntó: “¿Y eso cómo se hace?” Luis contestó: “Siendo consciente de la pérdida, y pensar en ello en vez de esquivar los pensamientos. Así irás pasando por todas las fases del duelo. Es más, yo creo que ya estás en la fase de rabia. Pero no te preocupes. El duelo pasa, y acabarás pudiendo ser consciente de las cosas positivas que conllevan lo que ha pasado”.

Andrés preguntó: “¿Qué puede haber de positivo en que me hayan echado?” Luis contestó: “Primero, has salido de una empresa que parece que no tenía mucho futuro. Ya me dijiste hace unos meses que veías venir que no iba bien. Y segundo, tienes dos años de paro, además de que te han dado una indemnización”. Andrés dijo: “Eso es cierto”. Luis continuó hablando: “Ahora, lo más importante es moverte para volver a trabajar de nuevo. Actualiza tu curriculum vitae y empieza a buscar ofertas en los portales de empleo y en las ETTs. También podrías apuntarte a algún curso sobre tu profesión y actualizar tus conocimientos. En las oficinas de empleo hay varios cursos gratuitos para parados. Eso enriquecería tu curriculum. Otra cosa que podrías hacer es aprovechar estos dos años de paro para formarte en algo diferente. O quizás formar tu propia empresa con el dinero de la indemnización. En resumen, lo que te quiero decir es que las oportunidades no van a venir a ti si no te mueves y sales a buscarlas”.

Andrés reflexionó unos instantes sobre lo que Luis le había dicho y dijo finalmente: “Tienes razón Luis. Llevo una semana vomitando mierda a todo el que pasaba por mi lado y no he hecho nada más. Voy a “tirar de la cadena” y voy a ponerme las pilas para buscar un nuevo empleo. ¡Muchas gracias por tus palabras!”

Año Nuevo, Proyectos Nuevos

Año Nuevo. Proyectos Nuevos

Gema y Nuria han quedado a tomar algo en un bar en los últimos días de vacaciones de Navidad. Mientras esperan sus bebidas, Nuria preguntó: “Dime Gema, ¿has pensado hacer algo nuevo este año?” Gema puso cara de fastidio y preguntó: “¿Por qué tengo que hacer algo nuevo? Me fastidia mucho que todos esperen que cada vez que empieza el año yo tenga que hacer algo nuevo…” Nuria dijo: “Yo no te he dicho que espere que hagas algo. Simplemente te he preguntado si has pensado en algo. ¿Y por qué te molesta tanto? ¿No crees en eso de “Año Nuevo, vida nueva”?” Gema contestó: “Es que no me apetece cambiar nada de mi vida. Y me siento presionada cuando me lo dicen o me lo preguntan”.

Nuria sonrió y dijo: “Gema, te conozco desde hace tiempo y sé que te cuesta salir de “tu zona de confort”, pero pensar en cosas diferentes para el Año Nuevo no significa que salgas de allí. No tienes que cambiar toda tu vida, ni tienes que dejar de ser como eres. Cuando la gente habla de ello, entiendo que es una manera de reflexionar sobre cómo ha ido el año anterior, reconocer los logros, aprender de los errores y ver qué se puede cambiar o mejorar. Incluso, se puede examinar lo que se quería cambiar el año pasado y ver si eran metas reales o demasiado grandes o inalcanzables”. Gema dijo: “Pues todo el mundo habla de aprender idiomas y de hacer deporte. No me apetece hacer ninguna de las dos cosas”. Nuria dijo: “Tienes razón, mucha gente lo dice. Pero no solo se trata de eso. Algo nuevo puede ser también salir más de fiesta, si no sueles hacerlo, hacer más cosas con tu pareja o tus amigas, buscar un hobby nuevo, conocer gente nueva, ver más a tu familia… Yo me he propuesto apuntar todos los días las cosas positivas que me han pasado, para, cuando me sienta algo alicaída, leerlo y sentirme mejor. Lo llaman diario de gratitud. Es algo que no he hecho nunca y quiero probarlo”.

Gema se quedó pensando en las palabras de Nuria y dijo: “Nunca había pensado que lo que todos hablan como “nuevos proyectos de Año Nuevo” abarcara tantas cosas. Ya no me parece tan malo ni tan difícil… Creí que era hacer cosas costosas para mí… Y ya que estamos, tú que me conoces tan bien, ¿qué crees que podría hacer yo para este Año Nuevo?” Nuria sonrió y dijo: “Una amiga mía ha estado en Tailandia el año pasado y me ha contado que se lo pasó muy bien y vio cosas muy bonitas. ¿Qué te parece si ahorramos este año para irnos las dos juntas de vacaciones allí? O si prefieres ir a otro lado, también estaría bien”. Gema sonrió también y dijo: “¡Sería genial! Hace mucho que no viajo fuera de España. Y si voy contigo, estoy segura de que nos lo pasaremos muy bien. Ahora sí tengo mi proyecto de Año Nuevo. Y tengo muchas ganas de conseguirlo. ¡Muchas gracias por tus palabras!”

¿Quién tiene razón?

¿Quién tiene razón?

Ángel llegó a la terraza donde había quedado con sus amigos, para celebrar las fiestas navideñas tomando algo. Al llegar, notó que discutían acaloradamente. Cada uno tenía una opinión diferente y no se ponían de acuerdo porque todos creían tener la razón, en detrimento del resto. Uno de ellos le dijo: “Hola Ángel. ¡Qué bien que ya has llegado! Tú sueles ser muy juicioso. ¿Verdad que tengo razón y los demás están equivocados?” Inmediatamente hablaron todos diciendo que no, que eran ellos los que tenían razón. Ángel, dijo: “Tranquilos. Escuchadme. Quiero contaros un cuento clásico de La India que os puede ayudar.” Sus amigos se fueron calmando y esperaron a que Ángel hablara.

Ángel empezó su cuento: “Había una vez 6 sabios ciegos, que nunca habían visto un elefante. Como el rey tenía uno, pidieron poder tocarlo y lo hicieron uno por uno. El primero tocó un colmillo y dijo que el elefante era liso y agudo, como una lanza. El segundo tocó la cola del elefante y dijo que el elefante era como una cuerda. El tercero tocó la trompa y dijo que el elefante era como las serpientes. El cuarto tocó la rodilla y dijo que todos estaban equivocados porque el elefante era como un árbol. El quinto sabio tocó una oreja y dijo que ninguno tenía razón porque el elefante era como un abanico. El último de los sabios tocó el lomo y dijo que no entendía por qué decían esas cosas porque el elefante era como una fuerte pared rugosa. Como no se ponían de acuerdo, pidieron ayuda a otro sabio que sí podía ver. Éste les dijo que todos tenían parte de razón porque cada uno había tocado una parte del conjunto total del elefante.”

Ángel hizo un breve silencio y luego dijo: “Los sabios no habían tocado la totalidad del elefante. Y con su discusión, no se dieron cuenta. Volviendo a vosotros, estaría bien que os dierais cuenta de que vuestro punto de vista no es el único punto de vista que existe con relación a algo. Cada uno ve las cosas desde su posición y su experiencia de vida. No podemos asegurar que nuestra creencia es la verdadera o la única verdadera. Por eso es muy importante escuchar a los demás y enriquecernos de sus opiniones, para poder ver “la totalidad del elefante”.”

Sus amigos se quedaron un momento pensando en lo que Ángel había dicho y uno de ellos dijo: “Creo que ninguno de nosotros había pensado en esto que dices. Tienes razón. A partir de ahora, aunque tenga clara mi opinión, voy a escuchar a los demás y me enriqueceré de lo que ellos piensan y ven.” El resto dijo casi al unísono: “Sí, eso haremos todos. ¡Muchas gracias por tus palabras, Ángel, ¡y Feliz Navidad!”

Aconsejar, ¿sí o no?

Aconsejar, ¿sí o no?

Lucía y Carmen han quedado para comer juntas. Mientras miraban el menú, Lucía dijo: “Toma la coliflor gratinada, Carmen, aquí la hacen muy rica”. Carmen le dijo: “Voy a mirar otra cosa, quizás ensalada…”. Lucía dijo: “No. Prueba la coliflor. Tiene una bechamel riquísima. No te arrepentirás, hazme caso”. Carmen la miró y dijo: “Parece que a ti te encanta ese plato, ¿no es así?” Lucía sonrió y dijo: “Sí, me encanta. Lo he pedido aquí muchas veces. Por eso estoy segura de que te va a encantar. No lo dudes, pídetela”. Carmen siguió mirando el menú y, cuando llegó el camarero, pidió otra cosa. Cuando el camarero se fue, Lucía le dijo: “No entiendo por qué no has pedido la coliflor gratinada como yo. ¿Es que no confías en mí?”

Carmen la miró unos instantes y le dijo: “No se trata de que confíe o no confíe en ti, Lucía. Se trata de que lo que te gusta a ti, o te va bien a ti, no necesariamente me tiene que gustar a mí o irme bien a mí”. Lucía la miró extrañada y dijo: “Pues no sé por qué no te puede gustar a ti algo tan rico…”. Carmen le dijo entonces: “Mira, Lucía, cuando damos consejos, nos estamos basando en nuestro punto de vista y en nuestra experiencia. Pero los seres humanos somos diferentes y cada uno de nosotros tenemos circunstancias, contextos y experiencias distintas. Todo eso nos hace ver lo que nos pasa de forma diferente, además de que nuestra mochila experiencial nos hace ver cosas que los demás que no tienen esa mochila no pueden ver. Todo eso produce un sesgo en tus opiniones y consejos que son buenos para ti, pero no necesariamente para los demás”. Lucía se quedó callada unos instantes y preguntó: “¿Puedes ponerme un ejemplo de lo que me estás diciendo para entenderlo mejor?” Carmen contestó: “¡Por supuesto! Mira. Me has dicho que probara la coliflor gratinada, que seguro que me iba a gustar mucho, porque a ti te gusta mucho. Pero lo que no sabes es que tengo intolerancia a la lactosa y no puedo tomar bechamel porque me sienta mal. Pero, aunque no me sentara mal, no parecía que pudieras entender o aceptar que a mí no me gustara la coliflor, solo porque a ti sí te gusta”. Lucía bajó la cabeza y dijo: “Tienes razón, siempre pienso que lo que me gusta a mí es lo mejor para los demás y procuro decirlo, por si así puedo ayudar a la gente a decidir…. Entonces, ¿No debo decir mi opinión de las cosas?”. Carmen contestó: “Yo te diría que, si no te preguntan, no hace falta que la digas”. Lucía preguntó: “¿Y si me preguntan?”. Carmen contestó: “Quizás podrías decir: “Si yo fuera tú…” o “Según mi experiencia…” porque así hablas de tus gustos y tu aprendizaje. Y por supuesto, estaría bien el escuchar y respetar los gustos y preferencias de los demás”.

Lucía asintió con la cabeza y dijo finalmente: “Es verdad, Carmen, en mi afán de ayudar y aconsejar a los demás en sus decisiones, no respeto que piensen diferente a mí. Y tampoco me abro a pensar diferente. Voy a reflexionar en todo esto que me has hecho ver hoy. ¡Muchas gracias por tus palabras!”

¿Cómo te hablas?

¿Cómo te hablas?

Tere fue a buscar a Rosa a su mesa de trabajo para ir juntas a tomar un café a la máquina del pasillo. Al llegar a la máquina de café, Rosa sacó uno y mientras esperaba a que Tere sacara el suyo, un compañero pasó rápido a su lado y le dio con el codo, sin darse cuenta, tirando el café al suelo. Inmediatamente Tere fue hacia ella y le preguntó: “¿Estás bien, Rosa? ¿Te has quemado?” Rosa contestó: “No te preocupes, solo me he manchado un poco la manga del jersey. Es que soy un desastre”. Tere cogió otro café para Rosa y le dijo: “No digas eso. Ha sido culpa del compañero que ha pasado sin mirar”. Rosa dijo: “Pero algo habré hecho yo también. Es que soy muy patosa”.

Tere bebió un poco de su café mientras miraba a Rosa, pensando en sus palabras. Luego le dijo: “Yo no creo que seas patosa ni un desastre. ¿Desde cuándo lo piensas?” Rosa contestó: “Desde siempre. Mi madre me lo decía mucho”. Tere le dijo: “Puedo entender que quizás tu madre creyera que te estaba ayudando y te lo dijera para que espabilaras o para que hicieras las cosas mejor. Pero ya eres una mujer adulta. Yo no creo que seas un desastre ni muy patosa. No te conozco en tu vida privada, pero en la oficina eres muy eficiente en tu trabajo. Si fueras un desastre, no estarías en el puesto en el que estás…” Rosa dijo entonces: “Es que en el trabajo soy muy cuidadosa, para evitar meter la pata”. Tere le dijo: “¿Lo ves? Si fueras un desastre, no podrías ser cuidadosa. Mira, Rosa, esos pensamientos lo único que pueden traerte es más estrés a la hora de trabajar y ansiedad en tu vida privada. Si te dices esas cosas, vas a minar tu autoestima. Además, estás dando permiso a los demás a que te digan lo mismo, ya que tú te lo dices a ti misma”.

Rosa lo pensó y dijo: “Puede que tengas razón, pero no sé cómo cambiarlo…”. Tere le dijo: “Lo primero que puedes hacer es poner conciencia en tus palabras. Presta atención a cómo te hablas. Luego, busca sustituir esas palabras negativas por otras positivas y más realistas, como yo te he dicho antes. Y, sobre todo, háblate como le hablarías a otra persona cercana para ti. ¿Qué le dirías a tu mejor amiga si te dice que ella es un desastre?” Rosa contestó sin dudar: “Le diría que la quiero mucho y que no es un desastre, que tiene muy buenas cualidades y que se trate a sí misma con respeto”. Tere le dijo entonces: “¿Lo ves? Para ella lo tienes muy claro. Pues recuerda que tú eres la persona más cercana a ti misma y debes cuidarte y mimarte”.

Rosa sonrió y dijo: “Nunca lo había visto desde esa perspectiva. Muchas gracias, Tere. Voy a poner toda mi energía en darme cuenta cómo me hablo y cambiarlo en positivo. ¡Muchas gracias por tus palabras!

¡No mezcles!

¡No mezcles!

Luis y Andrés estaban charlando mientras se tomaban unas cervezas en un bar. Al cabo de un rato, entraron dos chicas en el bar. Luis se fijó en una de ellas y dijo: “Andrés, ¿te has fijado en la chica pelirroja que acaba de entrar? Es guapa y no viene con pareja. Puede que me acerque a intentar conocerla”. Andrés la miró y luego miró a Luis. Entonces preguntó: “¿No acabas de dejarlo con tu novia?” Luis le contestó: “Sí, por eso voy a ver si ligo con esa chica”. Andrés hizo un gesto como diciendo que le esperase y se levantó para ir a la barra. Al poco, volvió con una Coca-Cola.

Luis le preguntó extrañado: “¿Por qué has ido a por una Coca-Cola si aún tienes tu vaso de cerveza lleno?” Andrés le contestó: “Ahora lo verás”. Acto seguido cogió la Coca-Cola y empezó a echarla en el vaso de Luis, mezclándola con la cerveza que aún tenía. Luis se apresuró a pararle y, levantando la voz, le preguntó: “¿Qué haces Andrés? ¡Me acabas de fastidiar mi cerveza! ¡Me debes otra!” Andrés sonrió y dijo: “No pasa nada. A ti te gusta la cerveza y te gusta la Coca-Cola”. Luis dijo: “Sí, pero no me gustan mezcladas. Me gustan por separado”. Andrés cogió de nuevo lo que quedaba de la Coca-Cola y siguió echándola en la cerveza de Luis hasta que el vaso rebosó y manchó la mesa. Luis entonces preguntó: “¿Pero qué te pasa a ti hoy? No solo me has estropeado la cerveza, sino que has manchado la mesa. ¿Estás bebido o es que te gusta fastidiarme?”

Andrés se rio y dijo: “Espera, que te lo voy a explicar: Imagina que la cerveza es tu exnovia y la Coca-Cola es la chica Pelirroja. Tú todavía tienes cerveza en tu vaso y quieres mezclarla con el refresco”. Luis dijo: “Pero yo ya no tengo novia…”. Andrés añadió: “Si acabáis de dejarlo, todavía no has hecho el duelo, así que “tu vaso” todavía tiene restos de lo vivido con tu ex. Si, aun así, quieres salir con esa chica o con otra, pasaría lo que ha pasado al seguir echando el refresco en tu vaso: se desborda. Y esa mezcla acaba estropeando todo. Tienes que vaciar tu vaso por completo para que puedas llenarlo con el refresco. Así, no contaminas ninguna bebida, ni mezclas sabores. Es decir, una vez que hagas el duelo, “tu vaso” estará vacío para poder llenarlo con lo que quieras, sin que otras relaciones del pasado contaminen esa nueva relación”.

Luis se quedó un instante reflexionando sobre las palabras de Andrés, y dijo: “Tienes razón, Andrés. No era consciente de lo que podía pasar si empiezo una nueva relación sin haber hecho el duelo de la anterior. Tengo que vaciar mi vaso antes de llenarlo de nuevo. ¡En vez de invitarme a otra, te invito yo a la siguiente! ¡Muchas gracias por tus palabras!”

¡Ponte en tus zapatos!

¡Ponte en tus zapatos!

Una anciana llegó a una cafetería y buscó una mesa para sentarse, pero no había ninguna libre. A su lado, Pedro, un chico de veintipocos años, se levantó y le dijo: “Siéntese, por favor”. La anciana le dijo sonriendo: “Muchas gracias, me sentaré, pero hay más sillas. Te puedes sentar conmigo”. Pedro sonrió también y le dijo: “De acuerdo, si a usted no le importa, me siento”. Se sentó de nuevo y volvió a sus pensamientos. La anciana pidió una infusión y le dijo a Pedro: “Te veo bastante serio. ¿Te puedo preguntar qué te preocupa?” Pedro lo pensó un momento y, como no conocía de nada a esa mujer, vio que podría hablar con más facilidad. Finalmente, le dijo: “Llevo varios días dándole vueltas en mi cabeza a un asunto. Pero no quiero aburrirla con mis cosas…”. La anciana sonrió y le dijo: “No me aburres. Soy yo la que he preguntado. Además, puedes tutearme si quieres”. Pedro la miró a los ojos y le dijo: “De acuerdo”.

La anciana volvió a preguntar: “¿Qué te preocupa?” Pedro contestó: “Acabo de terminar un Master, y me han ofrecido un puesto de trabajo en Alemania”. La anciana preguntó: “¿Eso es bueno para ti?” Pedro contestó: “Es una oportunidad estupenda para empezar a trabajar y labrarme mi futuro”. La anciana entonces preguntó: “¿Y cuál es el problema?” Pedro bajó los ojos y contestó: “No creo que sea lo que quieran mis padres…”. La anciana preguntó: “¿Qué crees que quieren tus padres?” Pedro suspiró y dijo: “Ellos tienen una tienda de barrio de ultramarinos. Llevan toda la vida allí y todos los vecinos van a comprarles. Quieren descansar y que yo me haga cargo de la tienda”. La anciana preguntó: “¿Ellos te lo han pedido?” Pedro respondió: “No con esas palabras, pero les veo cansados. Me pongo en sus zapatos y entiendo que quieran descansar y que yo me ocupe de la tienda”. La anciana le preguntó: “¿Y qué pasa con la oportunidad en Alemania?” Pedro bajó los ojos y dijo: “Tendré que rechazarla. Al ponerme en sus zapatos, les entiendo y no puedo decirles nada”.

La anciana pensó unos instantes y dijo: “Se te ve buena persona y parece que quieres mucho a tus padres”. Pedro asintió y la anciana le preguntó: “¿Les pedirías a tus padres que hicieran algo que no quieren, solo para tú estar bien?” Pedro la miró extrañado y respondió: “Creo que no. No sé a dónde quieres llegar…” La anciana siguió hablando: “Parece que eres muy empático al ponerte en los zapatos de tus padres para tomar tus decisiones. Pero no dejas que ellos se pongan en los tuyos. Ni siquiera te pones tú en tus zapatos. Mira, la empatía o el ponerse en los zapatos de otro se suele hacer para buscar el bienestar de esa persona, no para tu propio beneficio. Si dejaras que tus padres se pusieran en tus zapatos, estoy segura de que ellos querrían que te fueras a trabajar a Alemania, porque eso es bueno para ti. Pero lo más importante es que tú te pongas en tus propios zapatos para tomar decisiones importantes en tu vida. Eres tú el que vas a viajar o no y eres tú el que tienes que decidir desde ti, desde tus zapatos, lo que vas a hacer”.

Pedro reflexionó unos instantes lo que le había dicho la anciana y dijo finalmente: “Tienes razón. Todo el tiempo me he puesto en los zapatos de mis padres y en ningún momento me he puesto en los míos. Ahora mismo voy a hablar con ellos y contarles que quiero irme a Alemania a buscar mi futuro. ¡Muchas gracias por tus palabras!”

¿Te resignas o lo aceptas?

¿Te resignas o lo aceptas?

Luis y Jesús han quedado para tomar un café y ponerse al día. Cuando Luis llegó, se encontró a Jesús algo cabizbajo. Luis le preguntó: “¿Qué te pasa Jesús? Te veo mala cara. ¿Te ha pasado algo?” Jesús le miró y dijo: “Me acaban de fastidiar. Llevo varios días sintiéndome mal, con mucho estrés, y me he tomado la tensión. La tenía muy alta. Me he hecho pruebas y soy hipertenso. Ayer el médico me dio los resultados y me ha dicho que no vuelva a probar la sal en las comidas. ¡Es horrible! ¿Qué voy a comer ahora?” Luis le preguntó: “¿Por eso estás así? ¿Por no poder tomar sal?” Jesús le contestó: “La comida sin sal no me gusta nada. Yo soy de los que echan mucha sal en todos los platos…”.

Luis se puso serio y le dijo: “Jesús, creo que es mucho más importante para tu salud el que te hayan descubierto que eres hipertenso. Es momento de empezar a cambiar hábitos y a tomarte las cosas de otra forma”. Jesús dijo: “Es muy fácil decirlo desde tu posición. Tú no eres el que ya no va a disfrutar de la vida ni de las buenas comidas…” Luis dijo: “No juzgues tan apresuradamente, Jesús. Entiendo por lo que estás pasando. Yo soy diabético desde hace dos años.” Jesús se le quedó mirando y dijo: “Disculpa Luis. Tienes razón. No debo juzgar. No lo sabía. Pero te veo bien. No estás echo polvo como yo. ¿Cómo lo haces?”

Luis pensó unos instantes y le preguntó: “Jesús, ¿sabes la diferencia entre resignación y aceptación?” Jesús preguntó: “¿No es lo mismo?” Luis contestó: “No. Cuando te resignas, lo pasas mal, porque te pones en el papel de víctima y lo único que haces es quejarte de tu “mala suerte”. Le das muchas vueltas en tu cabeza a lo que ha pasado, con lo que te estresas más y te sientes peor. La aceptación te ayuda a prepararte para lo nuevo que te viene. Mira, cuando me dijeron que tenía diabetes, al principio fue difícil para mí de asimilar, como te pasa a ti, pero inmediatamente me informé muy bien de las cosas que podía y no podía hacer, de lo que podía y no podía comer y cuándo podía hacerlo. Toda esa información me dio cierto control sobre la situación. Me permitió avanzar en mi vida. Estaría bien que te informaras de lo que puedes y no puedes hacer, para reorganizar tu vida. Y busca herramientas nuevas. Por ejemplo, puedes usar el limón, y hay especias que sirven para dar mucho y buen sabor a las comidas, y así te será más fácil prescindir de la sal”.
Jesús, reflexionó sobre lo que le había dicho Luis y dijo finalmente: “Tienes razón Luis. Me he resignado y solo me estaba enfangando en todo “lo malo” que me espera. No se me había ocurrido que podía aceptarlo y empezar a controlar de alguna manera mi nueva situación. Eso me hace sentirme mejor. ¡Muchas gracias por tus palabras!”

¿Qué actitud quieres tener?

¿Qué actitud quieres tener?

Carla, Sandra y María acababan de salir de un examen de oposiciones y estaban tomando un café, comentando su experiencia. María dijo: “Ha sido un examen bastante difícil. Me da rabia. He tenido fallos tontos y ha habido algunas preguntas que no me dio tiempo a contestar…”. Enseguida, Sandra dijo: “Por fin, ya está hecho. Ya no tendré más a mi madre encima para que estudie…”. Carla añadió: “Si es que no me tenía que haber presentado. Yo no sirvo para esto, es demasiado para mí…”. María dijo: “Chicas, tranquilas. Si no aprobamos, lo intentaremos para la próxima convocatoria y seguro que lo conseguiremos”.

Sandra preguntó: “María, ¿cómo haces para estar tan animada?” María contestó: “Es cuestión de actitud”. Sandra y Carla preguntaron a la vez: “¿De qué hablas?” María contestó: “Fijaros, las tres hemos hecho el mismo examen, pero cada una reacciona de forma diferente. Si nuestra reacción dependiera de lo que acabamos de vivir, todas tendríamos que haber reaccionado igual, pero no lo hemos hecho”. Sandra preguntó: “¿Y dónde está la diferencia?” María dijo: “La diferencia está en las creencias que tenemos cada una acerca de lo que acabamos de vivir y cómo lo interpretamos. Es decir, cada una hemos tenido una actitud diferente”.

Carla dijo: “María, cuéntanos más acerca de eso de la actitud”. Sandra añadió: “Sí, por favor”. María dijo: “Vale. Por ejemplo, Carla, si crees que esta oposición es demasiado para ti, estarás triste por confirmarte a ti misma que no eres lo suficientemente inteligente para aprobarla”. Sandra preguntó: “¿Y la mía?” María dijo: “Por lo que has comentado antes, Sandra, parece que estás sacándote estas oposiciones por imposición de tu madre, no porque tú quieras. Así pues, te puede dar igual si las apruebas o no, con lo que el resultado no te influirá. En mi caso, por ejemplo, he tenido fallos tontos, lo que me ha dado mucha rabia porque no me he dado cuenta a tiempo de los mismos, o quizás no he dedicado todo el tiempo que necesitaba para preparármelo”.

Carla preguntó: “¿La actitud puede cambiarse? Me gustaría cambiar la mía…” María dijo: “Claro que sí, Carla. Mira, en la medida que analicemos y nos demos cuenta cuál es nuestra actitud ante las diferentes situaciones que nos toca vivir, mejor podremos afrontarlas. Si tras un error no me veo capaz de conseguir nada, ni siquiera lo intentaré de nuevo. Pero si cambio mi actitud y analizo en qué me he equivocado, corrigiendo mi error, podré cambiar lo que pienso y siento sobre lo que ha pasado, y estaré más cerca de lograr el triunfo en lo que me proponga. Por eso, en cuanto llegue a casa, voy a analizar dónde está mi error y lo cambiaré. Tú puedes hacer lo mismo. Y si te cuesta cambiar tu actitud, puedes pedir ayuda a una Psicóloga”.

Sandra añadió: “Tienes razón María. Yo solo me he centrado en lo que mi madre quería, pero yo también quiero cambiar mi actitud y valorar por mí misma el esfuerzo que he hecho. Creo que así tendré más ganas de intentarlo de nuevo”. María dijo: “Claro que sí. No nos quedemos en que ha sido un examen difícil. Cambiad vuestra actitud y conseguiréis estar tan animadas como yo. ¡Vamos a conseguirlo! Y si no es en esta convocatoria, será en la siguiente”. Carla y Sandra dijeron al unísono: “¡Claro que sí! ¡Muchas gracias por tus palabras María!”