¿Realmente qué quieres?

¿Realmente qué quieres?

Juan y Luis estaban tomando café en un descanso del trabajo. Como cada comienzo de año, el tema común entre todos era los nuevos proyectos para el año que empezaba. Juan, tras comentarle a Luis las ideas que tenía en mente para este nuevo año, le preguntó a él por sus proyectos y Luis le dijo: “Pues no sé Juan, supongo que los mismos que el año pasado: ir al gimnasio y mejorar mi inglés.” Juan le preguntó: “¿Y por qué son los mismos del año pasado?” Luis contestó: “Porque no los conseguí y tengo que volver a intentarlo.”

Juan reflexionó unos instantes y le dijo: “Vamos a ver, Luis, ¿se te ha ocurrido pararte a analizar por qué no los conseguiste el año pasado?” Luis le miró con cara de extrañado y le dijo: “Pues no. Supongo que eran muy difíciles y tengo que intentarlo de nuevo.” Juan preguntó entonces: “¿Y qué pensaste el año pasado para elegir esos propósitos para el año nuevo?” Luis contestó: “No lo recuerdo muy bien. Supongo que porque todo el mundo dice que hay que mejorar el inglés y porque mi mujer me dijo que tenía que ir al gimnasio a ponerme en forma…” Juan preguntó entonces: “Luis, ¿te puedo dar mi opinión?” Luis asintió con la cabeza y Juan prosiguió: “Creo que estás tomando este tema de una forma equivocada. Por un lado, no por ser primero de año hay que hacer nuevos proyectos. Es verdad que mucha gente lo hace, pero no es obligación. Y, por otro lado, si decides hacer algún propósito de año nuevo, estaría bien que fuera con cosas que te gustaría hacer, no con cosas que te “obliguen” a hacer. ¿A ti te gustaría ir al gimnasio?” Luis contestó: “No mucho, la verdad. Pero tengo que ir, por salud y por mantenerme en forma. No hago mucho ejercicio físico y entiendo que mi mujer me dijera que tenía que ir…” Juan le dijo entonces: “Me parece recordar que a ti te gustaban las Artes Marciales. Si te apuntas a alguna modalidad, vas a hacer mucho ejercicio y haciendo algo que te gusta. ¿Te siguen gustando?” A Luis se le iluminó la cara y dijo: “Sí, me siguen gustando mucho. No había pensado que podía hacer ejercicio, estar en forma y a la vez disfrutar…” Juan continuó: “Y ¿qué me dices del inglés? ¿Te gustaría mejorarlo o hay alguna otra cosa que realmente quieras mejorar?” Luis pensó unos instantes y dijo: “La verdad es que me gustaría aprender a cocinar mejor. Me veo todos los programas de cocina de la televisión y me gustaría poder hacer lo que ellos hacen.” Juan sonrió y dijo: “Pues ya tienes tus dos propósitos para este año.” Luis sonrió también y dijo: “Gracias Juan. ¿Cómo lo has hecho?” Juan contestó: “Es importante pararse a analizar lo que queremos y no queremos antes de hacer una lista de nuevos propósitos para el año. Ver qué ha fallado en los proyectos del año pasado y aprender de nuestros errores. Es lo que tú y yo hemos hecho. Ahora, tus proyectos son cosas que realmente te motivan, y esa motivación te va a ayudar a conseguirlos, porque son decididos por ti, no por los demás. Son cosas que te gustan a ti, y no influenciado por los demás.” Luis dijo finalmente: “Tienes razón Juan. Esta vez sí creo que voy a conseguir mis propósitos y proyectos para este nuevo año. ¡Muchas gracias por tus palabras!”

¿Qué vas a elegir?

¿Qué vas a elegir?

Luisa y Clara han quedado en un Centro Comercial para hacer las compras de regalos navideños. Cuando se encuentran, Clara le dice a Luisa: “Hola Luisa, muchas gracias por acompañarme. Necesito ayuda, estoy bloqueada.” Luisa le preguntó: “¿Qué te pasa?” Clara contestó: “Es que he decidido regalarle a mi marido una corbata de seda por Navidad y he ido a una tienda especializada en corbatas y no me decidía. Tenía corbatas de todos los colores, todas preciosas y me bloqueé. No sé qué me pasó…”

Luisa reflexionó unos instantes y le dijo: “He leído sobre esto en internet hace poco y creo que lo que te pasa se llama la paradoja de la elección.” Clara le miró con cara de no entender y Luisa siguió hablando: “La paradoja de la elección es una teoría desarrollada por el profesor de Psicología Barry Schwartz, y viene a decir que, cuantas más opciones tengas para elegir, más complicado es hacerlo y nos podemos llegar a bloquear, ya que nuestro cerebro tiene que procesar más información.” Clara preguntó: “¿Entonces le pasa a todo el mundo?” Luisa contestó: “No. Hay personas que toman decisiones sin problema y están satisfechas con su decisión. Pero otras, cuando por fin se deciden y compran lo que buscaban, inmediatamente se sienten insatisfechas pensando que quizás no han escogido la opción mejor y se han equivocado, sintiéndose culpables por ello. Eso es lo que te ha pasado a ti. Al entrar en una tienda donde había muchísimas corbatas, te has bloqueado.”

Clara preguntó: “¿Y qué puedo hacer para que no me pase eso?” Luisa le contestó: “Pues lo primero es pensar que no vas a comprar el regalo perfecto, para evitar el remordimiento posterior, porque te estás exigiendo mucho a ti misma. Piensa que lo que vas a comprar está suficientemente bien. Luego, quizás no hay que ir a una tienda tan grande de corbatas. O decidirte por unas cinco y luego elegir entre esas cinco, para que la elección sea más fácil.” Clara preguntó entonces: “¿Y si me cuesta decidir entre las cinco?” Luisa sonrió y le dijo: “Seguramente las cinco se parecerán bastante, por tanto, la diferencia entre el resultado de regalar cualquiera de ellas será muy parecido, por lo que no deberías preocuparte mucho por cuál elegir.” Clara insistió: “¿Y si al final compro una y me equivoco porque no le gusta?” Luisa la miró con cariño y le dijo: “Tranquila Clara. Está bien equivocarse para aprender. Si ocurre, no te machaques y aprende cuáles son sus gustos, para la próxima vez que quieras regalarle una corbata u otra cosa. Y siempre te queda el coger un ticket regalo por si él quiere venir a descambiarla por otra… “

¿Con cuál te quieres identificar?

¿Con cuál te quieres identificar?

Nacho estaba sentado en el sofá de su casa, con cara de cansado. Su madre le vio y le preguntó: “¿Qué te pasa Nacho? No tienes buena cara…” Nacho resopló y dijo: “Mamá, todo se me hace cuesta arriba. Me canso de enfrentar los problemas. Voy a tirar la toalla…”

Su madre se sentó con él y le dijo: “Mira, te voy a contar un cuento que he leído hace poco por internet”. Nacho puso cara de fastidio, pero decidió escucharla. Su madre continuó: “Había una vez un granjero que vivía con su hijo. Llevar una granja era duro, pero el granjero salía adelante ante cualquier problema que iba surgiendo. Un día, hablando con su hijo mientras desayunaban, le preguntó si él querría seguir con la granja cuando terminara sus estudios. El hijo le dijo que no se veía capaz de llevar una granja, que eran muchos problemas que solucionar y no podría con todo. Añadió que no sabía cómo su padre había podido llevarla adelante con tantos problemas que surgen a diario. Su padre, en vez de responder, cogió tres cazuelas pequeñas, las llenó de agua y las puso al fuego. En una puso un huevo, en otra puso una zanahoria y en la tercera puso varios granos de café. Cuando hirvieron un poco, las apagó y le dijo a su hijo que observara lo que había pasado. Le explicó que el huevo, la zanahoria y los granos de café se habían enfrentado al mismo problema: agua hirviendo. Sin embargo, cada uno había reaccionado de forma diferente: el huevo era frágil y se había vuelto duro, la zanahoria era dura y se había vuelto blanda y débil, y el café había transformado el agua. Finalmente le preguntó a su hijo con cuál se quería identificar”.

Nacho preguntó a su madre: “¿Qué quieres decirme con todo esto?” Su madre contestó: “Fíjate que, ante el mismo problema, (el agua hirviendo), los tres elementos habían reaccionado diferente. Asimismo, ante un problema, tú podrías ser como el huevo, y volverte duro por dentro, cerrándote a las emociones, o como la zanahoria, y volverte blando, perdiendo tu fortaleza y quizás sufriendo más de la cuenta. O podrías ser como el café y transformar lo que te está pasando, aprender y sacar provecho, haciendo que todo tu entorno mejore. Mira Nacho, siempre habrá obstáculos, dificultades o problemas. Lo importante es primero, darte cuenta de ellos, luego aceptarlos, y por último transformarlos, aprendiendo de todo el proceso”.

Nacho se quedó pensativo, analizando todo lo que su madre le había dicho, y dijo finalmente: “Tienes razón mamá. Estaba siendo como la zanahoria y no es con quien me quiero identificar. Procuraré de ahora en adelante ser como el café. ¡Muchas gracias por tus palabras!”

Haz las paces con tu soledad

Has las paces con tu soledad

Rosa y Lucía quedaron para tomar café en una terraza. Lucía llegó muy sonriente y Rosa le preguntó: “¿Qué ha pasado para que vengas tan sonriente, Lucía? Creía que estabas triste por haber roto hace poco con tu pareja…”. Lucía contestó: “Es que he conocido a un chico fantástico y estoy muy ilusionada”. Rosa se sorprendió y le preguntó: “¿Y lo que sentías por tu ex? Hasta hace poco estabas llorando sobre mi hombro porque lo habíais dejado…”. Lucía, un poco enfadada, le respondió: “No te entiendo Rosa. Siempre me dices que tengo que estar en el presente, dejando el pasado y el futuro. Pues he dejado atrás en el pasado a mi ex y estoy en el presente”.

Rosa sonrió y dijo: “Me encanta que quieras vivir en el presente, Lucía, pero esto va de otra cosa. Cuando vivimos una pérdida, tenemos que hacer el duelo de esa pérdida, para seguir adelante”. Lucía le dijo: “Ya me has hablado otras veces del duelo y esas cosas. Ya he llorado dos meses a mi ex. Ahora voy a ser feliz de nuevo”.

Rosa reflexionó unos instantes y le preguntó: “¿Puedo darte mi opinión?” Lucía afirmó con la cabeza y Rosa prosiguió: “Verás, Lucía, tengo la impresión de que no quieres o no puedes estar sin pareja. Desde que te conozco, has tenido varias parejas, y entre romper con una y empezar una nueva, suelen pasar pocos meses”. Lucía le dijo entonces: “Es que no soporto la soledad. Tú lo tienes fácil porque llevas varios años con tu pareja. Todas mis amistades tienen pareja. ¡Si no salgo con alguien, me muero!” Rosa le dijo: “Esa es la cuestión, Lucía. Tienes que poder manejar tu soledad antes de empezar una relación de pareja. Si no, te agarrarás a cualquiera con tal de no estar sola. Cuando terminas una relación de pareja, hay que entrar en contacto con nosotras, con nuestro interior, para elaborar esa pérdida y aprender qué es lo que ha pasado con nosotras cuando la relación ha salido mal, porque la responsabilidad es compartida. Hay que aprender de nuestros errores para que no se vuelvan a repetir. Así, tras ese duelo, podremos empezar de nuevo otra relación, si queremos, sin que nos influya lo vivido en la anterior. Pero, sobre todo, es importante que te sientas bien en soledad, que conectes contigo misma y te sientas en paz y armonía. Así podrás ser más objetiva cuando quieras buscar una nueva pareja, porque ya no necesitarás estar con alguien para no estar sola. Y si tú sola no puedes manejar tu soledad, pide ayuda a una Psicóloga”.

Lucía se quedó callada, reflexionando sobre lo que Rosa le había dicho y dijo: “Tienes razón Rosa. Nunca me he preocupado de gestionar mi soledad ni mis duelos. Voy a entrar en contacto con mi interior, aunque me asuste un poco, y “haré las paces” con mi soledad. ¡Muchas gracias por tus palabras!”.

¡Aprende de tus errores!

¡Aprende de tus errores!

Juan, becario en una empresa, fue al despacho de su jefe y tutor porque le había llamado. Cuando Juan se sentó, su jefe le dijo: “Juan, quiero comentar contigo los errores que he encontrado en el informe que me diste ayer”. Juan, cabizbajo, inmediatamente dijo: “Lo siento mucho, no volverá a ocurrir”. Su jefe le dijo: “Espera, aún no te he dicho lo que no está bien”. Juan volvió a decir: “Lo siento mucho, no volverá a ocurrir”.

Su jefe dijo entonces: “Juan, no te he llamado para echarte la bronca. Te he llamado para que todos aprendamos”. Juan, sorprendido, le dijo: “No entiendo”. Su jefe continuó: “Mira, Juan, todo lo que tenemos en este siglo veintiuno es gracias a muchos errores del pasado. El ser humano solo aprende de sus errores. Cuando haces algo bien, no te paras a pensar cómo lo has hecho. Simplemente, sigues adelante. Sin embargo, cuando te equivocas, repasas cada palabra, cada movimiento, para averiguar dónde ha estado el fallo y aprender. Así no vuelves a equivocarte en lo mismo de antes. Los grandes inventores se equivocaron muchas veces. Pero aprendieron de sus errores y siguieron ensayando, hasta que consiguieron lo que buscaban, o incluso lo que no buscaban”.

Juan dijo: “Pero no debo equivocarme si quiero seguir trabajando aquí”. Su jefe le dijo: “Estás aquí de becario. Eso significa que vienes a practicar lo aprendido y a equivocarte, para aprender mucho más. Ahora es el momento de equivocarte, para aprender mucho y no volver a cometer los errores en el futuro. Además, creo que estás dando por sentado que solo tú te has equivocado”. Juan miró a su jefe sin entender y éste prosiguió: “Al leer el informe, me he dado cuenta de que yo también me he equivocado. Te he pedido resultados de algo que aún no tienes suficiente información. Necesitamos un informe intermedio de otro departamento para poder llegar a conclusiones válidas y no me he dado cuenta de que nos hemos saltado ese paso intermedio. Y tú no podías saberlo porque no te lo hemos dicho. Yo he aprendido que, antes de pedirte un informe, tengo que asegurarme que tengas toda la información pertinente para poder hacerlo”.

Juan reflexionó unos instantes y dijo: “Tiene razón. Soy muy afortunado de poder hacer las prácticas aquí. Gracias a estos errores estoy aprendiendo mucho sobre mi trabajo y podré hacer las cosas mucho mejor en el futuro. ¡Muchas gracias por sus palabras!”

¡Aquí y Ahora!

¡Aquí y Ahora!

Luisa estaba sentada en una hamaca en la playa, mirando el móvil, con cara enfadada. Su amiga Sara, que estaba en otra hamaca a su lado, la miró y le preguntó: “¿Luisa, por qué estás tan enfadada?” Luisa dijo: “Ay Sara, estoy viendo el correo de la oficina y las cosas no van como tenían que ir. Y yo, aquí, sin hacer nada…”.

Sara le sonrió y dijo: “Vamos a ver Luisa. Llevas toda la primavera dándome la lata con lo que íbamos a hacer este verano, planeándolo todo al detalle. No hacías más que decirme que necesitabas descansar. ¿Y ahora me dices que estás en la oficina?” Luisa la miró, desconcertada, y dijo: “No estoy en la oficina. Estoy aquí contigo. Pero no puedo evitar mirar el correo y ver que no están haciendo las cosas bien”. Sara le dijo: “Pero bueno, ¿cuándo has comprado tu empresa? Tenía entendido que eras una empleada más…”. Luisa sonrió y Sara siguió hablando: “Estás de vacaciones. Han puesto a otra persona en tu puesto para que tú puedas descansar y que no se te acumule el trabajo. Claro que no lo va a hacer como tú, pero si lo hiciera mal, no lo estaría haciendo. Quédate tranquila con eso. ¿O es que no quieres estar de vacaciones?” Luisa bajó la mirada y dijo: “Sí quiero, pero no puedo desconectar. Me cuesta”.

Sara le dijo: “Vamos a ver, Luisa. Si no estás en el aquí y ahora, da igual que estés de vacaciones o no, porque no te darás cuenta de que es tiempo para ti y se pasará volando. No descansarás ni lo pasarás bien. Cuando hablamos de vacaciones, hablamos de relajarse, estar con una misma, recargar pilas y pasarlo bien. Pero, sobre todo, descansar. Es muy necesario para poder volver a afrontar el trabajo durante el siguiente año”.

Luisa le preguntó entonces: “¿Y cómo lo hago para conseguirlo?” Sara le respondió: “Mira, lo primero que tienes que hacer es tomar conciencia de dónde estamos. Este año tenías muchas ganas de venir a la playa. Observa a tu alrededor, escucha las gaviotas, las conversaciones de las personas, el sonido de las olas, siente el sol en tu piel, siente la brisa marina, huélela, siente la sal del mar en tus labios… Y si no estuviéramos en la playa, podrías hacer lo mismo con lo que observaras a tu alrededor donde quiera que estuvieras. Todo esto te hará desconectar de todo lo que no sea estar en el aquí y ahora. Así te darás cuenta de que el tiempo va más despacio y puedes disfrutar mucho más de todo lo que hagas. Serás consciente de todo lo que vivas y descansarás mucho más, con lo que recargarás mucho más y mejor las pilas. Recuerda que no tienes otro tiempo para vivir más que el aquí y ahora. El pasado pasó y el futuro no ha venido”.

Luisa reflexionó sobre todo lo que le había dicho Sara y dijo finalmente: “Tienes razón, Sara. Voy a cerrar mi móvil y disfrutar de este día tan bonito en la playa, aquí y ahora. Y luego disfrutaré de salir esta noche y de todo lo que hagamos hasta que se acaben las vacaciones. ¡Muchas gracias por tus palabras!”

Ser-Estar

Ser-Estar

Pedro y Andrés estaban viendo jugar al futbol a sus hijos. El hijo de Pedro falló al intentar coger el balón y Pedro dijo: “¡Vaya tela, mira que eres torpe!” Andrés le miró y le dijo: “Tranquilo, Pedro, un fallo lo puede tener cualquiera”. Pedro, un poco alterado, dijo: “Si es que este hijo mío es un desastre. ¿No te has fijado cómo ha perdido el balón?”

Andrés reflexionó unos momentos y dijo: “Pedro, ¿sabes la diferencia entre “ser” y “estar”?” Pedro le miró confuso y dijo: “Claro que sé lo que significa ser y estar. ¿A qué viene eso ahora? Te estaba hablando de lo torpe y desastroso que es mi hijo”. Andrés dijo: “Dime una cosa, Pedro. ¿Qué notas ha sacado tu hijo en el último trimestre?” Pedro sonrió orgulloso y dijo: “Muy buenas. Es el mejor de su clase”. Andrés continuó: “¿Y cómo alguien que es torpe y desastroso puede ser el mejor de su clase?” Pedro se quedó confundido unos momentos y dijo finalmente: “Bueno, no es lo mismo…”.

Andrés dijo entonces: “Mira Pedro, cuando dices que alguien “es” “algo”, estás diciendo que es así siempre, que es su yo profundo y no cambiará nunca. Pero una persona puede “estar” un día alegre y otro triste, puede “estar” un día acertado y otro acertar menos. El “estar” cambia según la situación y las circunstancias de ese día. Mira, tú me conoces. Sabes que soy una persona bastante tranquila. Si un día estoy nervioso, ¿me dirías que “soy” nervioso o me preguntarías qué me pasa que “estoy” nervioso?” Pedro contestó: “Es verdad. Te preguntaría qué te pasa”. Andrés continuó: “Pues así tendrías que hacer con cualquier persona, y sobre todo con tu hijo. Yo he visto otros partidos contigo y sé que tu hijo juega bien. Quizás tendrías que preguntarle si hoy está menos concentrado o quizás solo ha sido un fallo sin importancia”.

Pedro miró a su hijo, que seguía jugando, y dijo: “Es verdad. Mi hijo no es desastroso”. Andrés le dijo entonces: “Estaría bien que tuvieras cuidado con lo que le dices a tu hijo porque, si le pones una etiqueta, puede que él decida cumplirla y creer que él es así, cuando no lo es”. Pedro le miró y dijo: “Tienes razón Andrés. A partir de ahora miraré qué digo y cómo lo digo a mi hijo. Y, por extensión, a cualquier persona. ¡Muchas gracias por tus palabras!”

¡Construye tu buena suerte!

¡Construye tu suerte!

Juan y Luis se encontraron por la calle después de muchos años y decidieron tomar algo para ver cómo les había ido la vida. Juan se pidió un refresco y una tapa, mientras que Luis, un poco serio, dijo que solo tomaría un vaso de agua. Juan se extrañó y le preguntó: “¿Te pasa algo, Luis?” Luis dijo: “No es nada, me apetecería tomar algo, pero estamos a finales de mes y tengo problemas económicos”. Juan le dijo: “No te preocupes, invito yo”. Luis se enfadó un poco y le dijo: “No, déjalo. Ya veo que tú has tenido mucha suerte. No tienes que restregarme por la cara que tienes más dinero que yo”. Juan, sorprendido, le preguntó: “¿Qué te hace pensar eso de mí?” Luis dijo: “Pues está claro. Traes un traje y corbata, como de tener un puesto de trabajo importante, y no te importa que sea final de mes para poder gastar dinero. Has tenido mucha suerte. Yo, en cambio, estoy vestido con el mono de trabajo del curro y tengo problemas para llegar a fin de mes… He tenido mala suerte”.

Juan le observó unos momentos y le dijo: “Siento mucho que pienses así. Los dos fuimos buenos amigos y estudiamos lo mismo, podríamos estar ahora en igualdad de condiciones”. Luis dijo: “Yo no he tenido suerte. Y tú sí. Eso no se puede cambiar…”.

Juan, reflexionando un poco, le dijo: “Mira, Luis, ¿recuerdas cuando yo me quedaba estudiando hasta tarde mientras tú te ibas a todas las fiestas del Campus? Tú te burlabas de mí y me decías que tenía que aprovechar la vida universitaria”. Luis le dijo: “Sí, fueron buenos tiempos. Me lo pasé genial y tú eras un aburrido…”. Juan le preguntó entonces: “¿Y recuerdas cuando tuvimos que escoger sitio para hacer las prácticas? Yo escogí una gran multinacional y tú escogiste una pequeña empresa que había cerca de tu casa”. Luis dijo: “Es que así no tenía que desplazarme mucho para ir allí, y el trabajo parecía sencillo, para quitarme cuanto antes de encima las prácticas…”. Juan dijo: “Recuerdo que, cuando te conté lo que había hecho en mi primer día de prácticas, me dijiste que era tonto y que intentara cambiar a otro sitio donde hiciera menos cosas”.

Luis le preguntó: “¿A dónde quieres llegar?” Juan le dijo: “Verás, Luis, la buena suerte no es algo que “llueva” o que te llegue de fuera, sin más. Yo también quería irme a las fiestas de la Universidad, pero era consciente que tenía que esforzarme para poder conseguir mis metas. Sí fui a alguna fiesta, pero no a tantas como tú. Y escogí aquella multinacional para mis prácticas porque yo quería trabajar en ella, y lo he conseguido. Fue difícil y tuve que trabajar mucho y muchas horas hasta conseguir que me dijeran que contaban conmigo después de la beca de prácticas. Estoy muy orgulloso de todo mi esfuerzo”.

Luis se quedó en silencio, y Juan continuó hablando: “Luis, tu buena suerte depende mucho de tu esfuerzo, de tu ilusión por lo que vas a hacer, de tus capacidades, del tiempo que inviertes en ello y de todos tus recursos enfocados a tu meta. No esperes que las cosas vengan del exterior para moverte. Si quieres que tu suerte cambie, te tendrás que poner manos a la obra ya para conseguirlo. Aún estás a tiempo”.

Luis dijo finalmente: “Tienes razón, Juan. Me voy a poner inmediatamente a construir mi “buena suerte”. ¡Muchas gracias por tus palabras!”.

No, es No

No, es no

Era sábado por la tarde y Carla estaba arreglándose para salir, cuando su abuela se asomó por la puerta abierta de su habitación. Al verla correr de un lado para otro, le preguntó: “¿Por qué corres tanto, Carla?” Carla, sin parar mucho, dijo: “¡Ah! Hola abuela. Me estoy arreglando porque viene Paco a recogerme en 15 minutos y no me da tiempo”. Su abuela le preguntó entonces: “¿Y por qué has esperado tanto para empezar a arreglarte si sabías que te venía a recoger? Si hubieras empezado antes, no estarías tan estresada…” Carla respondió: “Es que no lo sabía. En realidad, hoy no habíamos quedado. Le dije que necesitaba estudiar para los exámenes de la semana que viene y que ya nos veríamos el fin de semana de la semana que viene, cuando los hubiera terminado, pero me acaba de llamar diciendo que viene a por mí para salir”.

Su abuela se quedó pensativa un momento. Se sentó en la cama de Carla y le hizo un gesto para que se sentara junto a ella en la cama también. Carla le dijo: “Abuela, no tengo tiempo para hablar ahora”. Su abuela le dijo: “Siéntate un momento conmigo, que solo serán cinco minutos”. Carla se sentó, refunfuñando, y le preguntó: “¿Qué quieres abuela?” Su abuela la miró a los ojos y le preguntó: “Si le dijiste que no os veríais, ¿por qué viene a por ti para salir?” Carla sonrió y dijo: “Es que me quiere mucho y no puede estar sin verme ningún fin de semana”. Entonces, su abuela le dijo: “Yo no estoy tan segura de que te quiera tanto…”. Carla iba a protestar, pero su abuela le dijo: “Espera, déjame seguir. ¿Tú le quieres?” Carla asintió con la cabeza y su abuela le preguntó: “¿Le respetas?” Carla se quedó confundida y dijo: “Claro, abuela”. Su abuela siguió preguntando: “¿Y él te respeta a ti?” Carla se puso seria y contestó: “Claro que me respeta: no me ha pegado, no me grita, no quiere controlarme el móvil ni cómo me visto. Ya nos hablaron de eso en el Instituto”. Su abuela le cogió la mano y le dijo: “Hay faltas de respeto que son más sutiles que todo eso que me has dicho”. Carla puso cara de no entender y su abuela siguió hablando: “Como has dicho antes, tú le has dicho a Paco que no os veríais este fin de semana porque querías estudiar para tus exámenes de la semana que viene. Si él tanto te quiere, debería de respetar tus deseos. Tú no querías quedar este fin de semana y él ni siquiera te ha preguntado si estabas segura o si querías cambiar de opinión. Directamente te ha llamado diciéndote que viene a por ti para salir. Tú le has dicho que no salíais y él no ha respetado tu no, además de no respetar que tú quieres estudiar para asegurar los exámenes que tienes la semana que viene. Ten en cuenta que ahora es el salir o no un fin de semana, pero más adelante, serán cosas mucho más importantes, y si no respeta que tú le digas que no ahora, puede que no respete tus no del futuro”.

Carla se quedó pensativa y le dijo finalmente a su abuela: “Tienes razón, abuela. Yo pensaba que era un gesto de que me quiere y, en realidad, es un gesto de que no respeta mis decisiones. No me había dado cuenta de que eso también son faltas de respeto. Voy a llamarle ahora mismo y le diré que no salgo, que me quedo estudiando, que es lo que realmente quiero hacer, y que me respete y respete mis decisiones. ¡Muchas gracias por tus sabias palabras!”

¿Hablo o me callo?

¿Hablo o me callo?

Eva y Carmen han quedado para hablar, ya que Eva estaba muy preocupada. Carmen preparó un café y le dijo: “Bueno, Eva, dime qué es lo que tanto te preocupa”. Eva dijo: “Verás Carmen. Tengo un dilema muy gordo. Tengo una amiga que está saliendo con un chico que no le conviene. Quiero decírselo, pero puedo perder su amistad si se lo digo”.

Carmen pensó un momento y dijo: “¿Cómo sabes que no le conviene?” Eva contestó: “Pues porque no la respeta. Le he visto tontear con otra y mi amiga no se merece eso. Desde que le vi, no hago otra cosa que pensar en ello. Tengo que decírselo, pero no encuentro el momento. Tampoco sé si callarme y no decir nada. Así no perdería su amistad”. Carmen le dijo: “Mira Eva, esto que comentas le pasa a mucha gente: Hay personas que, cuando tienen que dar una mala noticia, la comunican rápidamente, a bocajarro, sin preguntar si la otra persona quiere escucharlo. Luego, hay otras personas que no quieren hablar de las malas noticias, y se callan, para no enturbiar la amistad que les une”.

Eva rápidamente preguntó: “¿Y cuál es la mejor actitud?” Carmen sonrió y dijo: “Ninguna de las dos”. Eva mostró cara de confusión y Carmen siguió hablando: “Verás: Las personas que presumen de sinceridad y lo hablan todo, muchas veces no se dan cuenta que solo piensan en soltar el peso que tienen por saber esa información. Una vez soltado, se quedan a gusto sin ese peso, sin darse cuenta de que pueden haber hecho mucho daño a la otra persona. Es decir, no son nada empáticas y, por tanto, estropearán la mayoría de sus relaciones, ya sea de amistad o de pareja”. Eva preguntó: “¿Y las que se callan?” Carmen contestó: “Las personas que se callan, tienen una actitud poco activa. No afrontan las situaciones y tampoco ayudan a los demás a afrontar sus acciones”.

Eva preguntó: “Entonces, ¿qué hago?” Carmen contestó: “Yo nunca te diría lo que tienes o no tienes que hacer, Eva, pero ya que me preguntas, te comento que lo primero que debes tener en cuenta es que no debemos dar nuestra opinión mientras no nos la pidan. Y si nos la piden, debemos darla de forma adecuada, con mucho cuidado y respeto, pensando en la persona con la que estamos hablando, y decirlo como nos gustaría que nos lo dijeran a nosotras. Teniendo claro que, si pensamos de forma diferente, no es una crítica sino una forma de ver las cosas distinta a la otra persona. Pero siempre hay que esperar que nos pidan nuestra opinión. Y, por supuesto, tener claro que lo que estamos diciendo es verdad, es decir, que no es una falsa impresión. Pienso que estaría bien cerciorarse de si esa persona que viste con su novio no es alguien de su familia, por ejemplo”. Eva se quedó unos instantes pensando en lo que Carmen le había dicho y dijo: “Genial, Eva. Me has aclarado las ideas. Primero veré si estoy en lo cierto o no. Luego, solo hablaré si me pide opinión al respecto y usaré las palabras que a mí me gustaría oír en un caso así. ¡Muchas gracias por tus palabras!”