¡Muéstrate tal como eres!

¡Muéstrate tal como eres!

Fran estaba sentado en un banco de un parque, observando a unos chicos que jugaban al futbol. Un anciano se sentó a su lado y le dijo: “Hola chaval, ¿eres nuevo aquí? No te había visto antes”. Fran le miró y le dijo: “Sí, acabo de mudarme con mi familia”. El anciano le preguntó: “¿Conoces ya a alguien por aquí?” Fran contestó: “Aún no, me cuesta un poco empezar a conocer gente”. El anciano le preguntó: “¿Y por qué te cuesta? Conmigo estás hablando y no se te ve tímido. Te he visto que observabas a esos chicos que están jugando al futbol. Solo tienes que acercarte a ellos y pedirles jugar. Seguro que te dejan unirte”. Fran bajó la mirada y dijo: “No es tan fácil”. El anciano le preguntó: “¿Por qué no lo es?” Fran contestó: “Es que quiero caerles bien a todos, y me es muy difícil”.

El anciano sonrió y dijo: “¿Es lo que intentas hacer todo el tiempo?” Fran, mostrando interés, contestó: “Claro, es la única manera de que no me rechacen”. El anciano preguntó: “¿Y cómo lo haces?” Fran contestó: “Pues hago lo que los demás esperan de mí”. El anciano preguntó: “¿Con tu familia también?” Fran contestó: “Sí, lo he hecho desde siempre. Así evitaba que me regañaran”.

El anciano dijo entonces: “Parece que siempre has buscado el sentirte querido y aceptado, callándote lo que realmente quieres”. Fran le miró extrañado y el anciano siguió hablando: “Mira, no es necesario complacer ni agradar a todos, además de que es imposible caer bien a todo el mundo. Lo realmente importante es lo que de verdad eres, no lo que aparentes ser. Ten en cuenta que no podrás tener amigos de verdad mientras no te conozcan tal como eres. En la medida en que conectes contigo mismo, irás conociéndote, averiguando lo que te gusta o no, lo que quieres o no hacer, y actuarás en consecuencia. Y podrás comprobar que los verdaderos amigos te aceptarán tal como realmente eres”.

Fran reflexionó unos momentos y dijo: “Puede que tenga razón. En realidad, no me gusta el futbol, pero es lo que se supone que hacen todos los chavales de mi edad…” El anciano le preguntó: “¿Y qué te gusta a ti?” Fran sonrió y dijo: “Me encanta leer todo tipo de libros, y me gusta dibujar comics”. El anciano dijo entonces: “Pregunta en el Ayuntamiento si hay algún grupo de lectura o pregunta a los chicos de tu clase. Seguro que encuentras gente con tus mismos gustos. Y recuerda: No tienes que encajar en todos los sitios. Sé tú mismo y encontrarás donde te acepten tal como eres”. Fran sonrió y dijo: “Eso haré. ¡Muchas gracias por sus palabras!”

¿Con quién me comparo?

¿Con quién me comparo?

Rosa y Laura, estudiantes de segundo de bachillerato, estaban estudiando en la biblioteca y se tomaron un pequeño descanso en la cafetería de la biblioteca. Laura le preguntó a Rosa: “¿Sabes ya la carrera que vas a elegir? Llevas mucho indecisa y se te acaba el tiempo…”. Rosa contestó: “Me es muy difícil decidirme. Yo soy más torpe que mi hermana. Ella no tuvo problemas para elegir su carrera. Pero bueno, ella siempre ha sido mejor que yo, siempre ha sacado mejores notas, es más guapa, tiene más amigas, …”.

Laura la miró extrañada y le preguntó: “¿Por qué dices eso Rosa?” Rosa respondió: “Porque es verdad. Mi hermana Ana es mejor que yo”. Laura preguntó: “¿Y desde cuándo crees eso?” Rosa contestó: “Mis padres me lo han dicho mucho siempre: que si tengo que sacar mejores notas como mi hermana, que si tengo que hacer las cosas tan bien como mi hermana, etc. A veces me he quejado a ellos, pero me decían que era por mi bien”. Laura dijo entonces: “Mira Rosa, muchos padres nos han comparado con otros y otras, quedando nosotras mal, a veces para reñirnos, y otras veces para alentarnos y hacernos competitivas. Pero el caso es que nos estaban enseñando que en la vida tenemos que competir y ser mejores que los demás en todo, cuando eso no es posible, ya que hay muchas variables a tener en cuenta antes de poder hacer una afirmación así. Tú no eres tu hermana y tienes muchas cualidades que te hacen diferente, ser tú, y eso te hace ser valiosa”.

Rosa escuchó lo que decía Laura y dijo: “Pues llevo toda mi vida comparándome con ella…. ¿Y entonces con quién me comparo?” Laura contestó: “No tienes que compararte con nadie. Pero si quieres hacerlo y quieres que la comparación no afecte en descalificaciones de una u otra, tienes que compararte solo contigo misma”. Rosa puso cara de extrañeza y preguntó: “¿Y eso cómo se hace?” Laura respondió: “Pues tienes que compararte contigo antes y ahora, es decir, cómo eras hace unos años y cómo eres ahora, cómo era tu camino, tus inquietudes, tu mentalidad, tus estudios, amigos, experiencia y todo lo que has aprendido de todo eso, que te ha traído a tu yo de ahora. Así sí saldrás beneficiada”. Rosa preguntó entonces: “¿Y si salgo mal parada en la comparación de mí misma en el presente y en mi pasado?” Laura contestó: “Si te das cuenta de que en tu presente estás peor, es una buena forma de ver qué tienes que cambiar, dónde tienes que centrarte para mejorar, para que, en el futuro, cuando te vuelvas a comparar con tu yo de ahora, sigas saliendo beneficiada”.

Rosa reflexionó unos instantes sobre lo que Laura le estaba diciendo, y finalmente le dijo: “Tienes razón, Laura. La comparación sana es la de compararnos nosotras en el presente con nosotras mismas en el pasado. Lo haré así a partir de ahora. ¡Muchas gracias por tus palabras!”

Tú mandas en tu mente

Tú mandas en tu mente

Ángel estaba sentado delante de sus libros de estudio, pero no se concentraba. Lo intentaba una y otra vez, pero le venían otros pensamientos, cosas que quería hacer, cogía su móvil y veía su Instagram, se levantaba, daba una vuelta, y volvía a sentarse, sin ponerse a estudiar. Resopló varias veces. Su abuelo le oyó y, entrando en su habitación, se sentó en su cama y le preguntó: “¿Qué te pasa Ángel? Estás resoplando mucho”. Ángel le contestó: “Es que no me concentro abuelo. Me pongo a estudiar y no hay manera. Me vienen muchos pensamientos diferentes y no los puedo evitar…”

Su abuelo pensó durante unos instantes y dijo: “Vamos a probar algo: cierra los ojos e imagínate a un elefante. ¿Cómo es ese elefante que te imaginas?” Ángel respondió: “Es gris, grande, con grandes colmillos”. Su abuelo dijo entonces: “Muy bien. Ahora quiero que lo pintes de rojo por completo. ¿Has podido hacerlo?” Ángel asintió con la cabeza y su abuelo continuó: “Ahora quiero que lo pintes de azul por completo y le quites los colmillos”. Ángel dijo: “Vale abuelo, ya lo he hecho. Pero no sé a dónde quieres llegar”. Su abuelo le dijo entonces: “Píntalo ahora de otro color, el que tú quieras, y ponlo a volar como aquel elefante del cuento que volaba. ¿De qué color lo has pintado?” Ángel dijo: “Lo he pintado de amarillo y está volando”. Su abuelo le dijo: “Muy bien. Ya puedes abrir los ojos. ¿Te das cuenta de que has podido imaginarte el elefante sin ningún problema y que has podido cambiarle de color a tu antojo? Incluso lo has puesto a volar. Con esto, lo que quería demostrarte es que tú creas tus pensamientos, no vienen solos. Y no solo eso, sino que también puedes dominarlos como has ido cambiando de color al elefante”.

Ángel reflexionó lo que le decía su abuelo y dijo: “Tienes razón abuelo. Nunca lo había pensado así”. Su abuelo dijo entonces: “A esto podemos añadir diferentes técnicas de estudio, como tener ordenada tu mesa, organizar tu tiempo de estudio, hacer pausas entre horas, alternar asignaturas fáciles y difíciles, llevar las lecciones al día, hacer esquemas, repasar, y dormir bien para asentar lo aprendido. Tengo entendido que te distraes con el móvil en tu tiempo de estudio y cuando te vas a dormir. Esa luz no es buena para conciliar el sueño”. Ángel bajó la cabeza y dijo: “Es que el móvil me tiene enganchado, abuelo”. Su abuelo dijo: “Coge tu móvil”. Ángel lo cogió y su abuelo le preguntó: “¿Quién ha cogido a qué, tú al móvil o el móvil a ti?” Ángel dijo: “Yo al móvil”. Su abuelo dijo: “Pues entonces, igual que lo has cogido, lo puedes soltar”.

Ángel dijo: “Tienes razón abuelo. A partir de ahora voy a cambiar mi forma de estudiar. Voy a seguir tus consejos y voy a dejar de lado el móvil para concentrarme mejor”. Su abuelo dijo finalmente: “Recuerda que tú mandas en tu mente, no tu mente manda en ti”. Ángel le dijo: “Eso es. ¡Muchas gracias por tus palabras abuelo!”

Dependencia emocional

Dependencia emocional

Laura y Sofía, amigas de la infancia, se encontraron por la calle y decidieron tomar un café para ponerse al día. Ya sentadas, Sofía dijo: “Dime Laura, ¿qué es de tu vida? Hace un año que no te veo.” Laura contestó: “Me va muy bien Sofía. Cambié de trabajo. Ahora soy una directiva intermedia en una multinacional. ¡Estoy muy contenta! Trabajo mucho, pero es de lo mío y me siento muy bien con lo que hago. ¿Y tú? ¿qué es de tu vida?” Sofía contestó: “Yo también he cambiado de trabajo. Estoy en una tienda solo por las mañanas, no es mucho pero así puedo ver a Luis por la tarde y por la noche.” Laura le preguntó: “¿Trabajas menos horas para poder ver a un chico? ¿No te hace falta el dinero?” Sofía contestó: “Bueno, sí me hace falta, pero si trabajo turno partido, no podría ver a Luis mucho y siempre estoy deseando verle. He encontrado al hombre de mi vida.” Laura le preguntó: “¿Estás segura? Quiero recordar que dijiste lo mismo de tu última pareja…” Sofía respondió: “Esta vez sí. Es atento, cariñoso. No sé qué haría sin él.”

Laura pensó unos instantes y le dijo: “Somos buenas amigas y te conozco desde hace tiempo. ¿Puedo darte mi opinión?” Sofía sonrió y dijo: “Claro. Sé que eres muy juiciosa.” Laura dijo: “Creo que tienes dependencia emocional de Luis. Es más, creo que la has tenido también de tus otras parejas.” Sofía dijo: “No te entiendo Laura. Yo quiero mucho a Luis, le necesito. ¿Eso es dependencia?” Laura contestó: “Mira, el tener dependencia emocional de alguien implica que te ves obligada a hacer algo que no quieres, por miedo a perder a esa persona porque piensas que sin ella no eres nada. En el momento que necesitas a alguien, te vuelves vulnerable, débil y estás a merced de que la otra persona te pueda manipular y dominar. Además, si la otra persona te dejara, creerías que no puedes seguir viviendo sin ella o que te podrías morir.” Sofía dijo: “Es verdad, yo siento que, si Luis me deja, me moriría…”

Laura dijo: “Es importante que no confundas la dependencia con el amor. En una relación basada en el amor, cada uno de sus miembros le permite al otro ser lo que él quiere, sin exigencias, sin esperar nada del otro. Es una unión entre dos personas que quieren estar juntas porque lo desean, no porque lo necesiten. Y al no necesitarse, son independientes la una de la otra para ser lo que cada una elija, para crecer positivamente, compartiendo momentos, sentimientos y felicidad juntas, a la vez que disfrutando de momentos en los que cada una pueda desarrollarse por separado, sin tener que estar siempre juntas. Mira, con mi nuevo trabajo, tengo menos tiempo libre, pero mi pareja no me ha dicho que lo deje para estar más con él. Entiende que eso es lo que yo quiero y nos adaptamos a nuestra nueva situación. Así desarrollamos nuestro propio respeto y el respeto al otro.”

Sofía se quedó pensando y dijo finalmente: “Tienes razón Laura. Luis no me ha pedido que trabaje menos para verle. He sido yo la que no he respetado mis necesidades económicas, poniendo por encima la necesidad de verle. Esta noche hablaré con él y le diré que vuelvo a trabajar jornada completa y que nos veremos cuando los dos no estemos trabajando. Es un sol y seguro que lo entiende.” Laura dijo: “Lo importante es que lo entiendas tú, ya que parece que el problema lo tienes tú. Y estaría bien que fueras a ver a una Psicóloga si te cuesta soltar la dependencia.” Sofía dijo finalmente: “Pensaré en todo lo que me has dicho Laura. ¡Muchas gracias por tus palabras!”

¿Realmente qué quieres?

¿Realmente qué quieres?

Juan y Luis estaban tomando café en un descanso del trabajo. Como cada comienzo de año, el tema común entre todos era los nuevos proyectos para el año que empezaba. Juan, tras comentarle a Luis las ideas que tenía en mente para este nuevo año, le preguntó a él por sus proyectos y Luis le dijo: “Pues no sé Juan, supongo que los mismos que el año pasado: ir al gimnasio y mejorar mi inglés.” Juan le preguntó: “¿Y por qué son los mismos del año pasado?” Luis contestó: “Porque no los conseguí y tengo que volver a intentarlo.”

Juan reflexionó unos instantes y le dijo: “Vamos a ver, Luis, ¿se te ha ocurrido pararte a analizar por qué no los conseguiste el año pasado?” Luis le miró con cara de extrañado y le dijo: “Pues no. Supongo que eran muy difíciles y tengo que intentarlo de nuevo.” Juan preguntó entonces: “¿Y qué pensaste el año pasado para elegir esos propósitos para el año nuevo?” Luis contestó: “No lo recuerdo muy bien. Supongo que porque todo el mundo dice que hay que mejorar el inglés y porque mi mujer me dijo que tenía que ir al gimnasio a ponerme en forma…” Juan preguntó entonces: “Luis, ¿te puedo dar mi opinión?” Luis asintió con la cabeza y Juan prosiguió: “Creo que estás tomando este tema de una forma equivocada. Por un lado, no por ser primero de año hay que hacer nuevos proyectos. Es verdad que mucha gente lo hace, pero no es obligación. Y, por otro lado, si decides hacer algún propósito de año nuevo, estaría bien que fuera con cosas que te gustaría hacer, no con cosas que te “obliguen” a hacer. ¿A ti te gustaría ir al gimnasio?” Luis contestó: “No mucho, la verdad. Pero tengo que ir, por salud y por mantenerme en forma. No hago mucho ejercicio físico y entiendo que mi mujer me dijera que tenía que ir…” Juan le dijo entonces: “Me parece recordar que a ti te gustaban las Artes Marciales. Si te apuntas a alguna modalidad, vas a hacer mucho ejercicio y haciendo algo que te gusta. ¿Te siguen gustando?” A Luis se le iluminó la cara y dijo: “Sí, me siguen gustando mucho. No había pensado que podía hacer ejercicio, estar en forma y a la vez disfrutar…” Juan continuó: “Y ¿qué me dices del inglés? ¿Te gustaría mejorarlo o hay alguna otra cosa que realmente quieras mejorar?” Luis pensó unos instantes y dijo: “La verdad es que me gustaría aprender a cocinar mejor. Me veo todos los programas de cocina de la televisión y me gustaría poder hacer lo que ellos hacen.” Juan sonrió y dijo: “Pues ya tienes tus dos propósitos para este año.” Luis sonrió también y dijo: “Gracias Juan. ¿Cómo lo has hecho?” Juan contestó: “Es importante pararse a analizar lo que queremos y no queremos antes de hacer una lista de nuevos propósitos para el año. Ver qué ha fallado en los proyectos del año pasado y aprender de nuestros errores. Es lo que tú y yo hemos hecho. Ahora, tus proyectos son cosas que realmente te motivan, y esa motivación te va a ayudar a conseguirlos, porque son decididos por ti, no por los demás. Son cosas que te gustan a ti, y no influenciado por los demás.” Luis dijo finalmente: “Tienes razón Juan. Esta vez sí creo que voy a conseguir mis propósitos y proyectos para este nuevo año. ¡Muchas gracias por tus palabras!”

¿Qué vas a elegir?

¿Qué vas a elegir?

Luisa y Clara han quedado en un Centro Comercial para hacer las compras de regalos navideños. Cuando se encuentran, Clara le dice a Luisa: “Hola Luisa, muchas gracias por acompañarme. Necesito ayuda, estoy bloqueada.” Luisa le preguntó: “¿Qué te pasa?” Clara contestó: “Es que he decidido regalarle a mi marido una corbata de seda por Navidad y he ido a una tienda especializada en corbatas y no me decidía. Tenía corbatas de todos los colores, todas preciosas y me bloqueé. No sé qué me pasó…”

Luisa reflexionó unos instantes y le dijo: “He leído sobre esto en internet hace poco y creo que lo que te pasa se llama la paradoja de la elección.” Clara le miró con cara de no entender y Luisa siguió hablando: “La paradoja de la elección es una teoría desarrollada por el profesor de Psicología Barry Schwartz, y viene a decir que, cuantas más opciones tengas para elegir, más complicado es hacerlo y nos podemos llegar a bloquear, ya que nuestro cerebro tiene que procesar más información.” Clara preguntó: “¿Entonces le pasa a todo el mundo?” Luisa contestó: “No. Hay personas que toman decisiones sin problema y están satisfechas con su decisión. Pero otras, cuando por fin se deciden y compran lo que buscaban, inmediatamente se sienten insatisfechas pensando que quizás no han escogido la opción mejor y se han equivocado, sintiéndose culpables por ello. Eso es lo que te ha pasado a ti. Al entrar en una tienda donde había muchísimas corbatas, te has bloqueado.”

Clara preguntó: “¿Y qué puedo hacer para que no me pase eso?” Luisa le contestó: “Pues lo primero es pensar que no vas a comprar el regalo perfecto, para evitar el remordimiento posterior, porque te estás exigiendo mucho a ti misma. Piensa que lo que vas a comprar está suficientemente bien. Luego, quizás no hay que ir a una tienda tan grande de corbatas. O decidirte por unas cinco y luego elegir entre esas cinco, para que la elección sea más fácil.” Clara preguntó entonces: “¿Y si me cuesta decidir entre las cinco?” Luisa sonrió y le dijo: “Seguramente las cinco se parecerán bastante, por tanto, la diferencia entre el resultado de regalar cualquiera de ellas será muy parecido, por lo que no deberías preocuparte mucho por cuál elegir.” Clara insistió: “¿Y si al final compro una y me equivoco porque no le gusta?” Luisa la miró con cariño y le dijo: “Tranquila Clara. Está bien equivocarse para aprender. Si ocurre, no te machaques y aprende cuáles son sus gustos, para la próxima vez que quieras regalarle una corbata u otra cosa. Y siempre te queda el coger un ticket regalo por si él quiere venir a descambiarla por otra… “

¿Con cuál te quieres identificar?

¿Con cuál te quieres identificar?

Nacho estaba sentado en el sofá de su casa, con cara de cansado. Su madre le vio y le preguntó: “¿Qué te pasa Nacho? No tienes buena cara…” Nacho resopló y dijo: “Mamá, todo se me hace cuesta arriba. Me canso de enfrentar los problemas. Voy a tirar la toalla…”

Su madre se sentó con él y le dijo: “Mira, te voy a contar un cuento que he leído hace poco por internet”. Nacho puso cara de fastidio, pero decidió escucharla. Su madre continuó: “Había una vez un granjero que vivía con su hijo. Llevar una granja era duro, pero el granjero salía adelante ante cualquier problema que iba surgiendo. Un día, hablando con su hijo mientras desayunaban, le preguntó si él querría seguir con la granja cuando terminara sus estudios. El hijo le dijo que no se veía capaz de llevar una granja, que eran muchos problemas que solucionar y no podría con todo. Añadió que no sabía cómo su padre había podido llevarla adelante con tantos problemas que surgen a diario. Su padre, en vez de responder, cogió tres cazuelas pequeñas, las llenó de agua y las puso al fuego. En una puso un huevo, en otra puso una zanahoria y en la tercera puso varios granos de café. Cuando hirvieron un poco, las apagó y le dijo a su hijo que observara lo que había pasado. Le explicó que el huevo, la zanahoria y los granos de café se habían enfrentado al mismo problema: agua hirviendo. Sin embargo, cada uno había reaccionado de forma diferente: el huevo era frágil y se había vuelto duro, la zanahoria era dura y se había vuelto blanda y débil, y el café había transformado el agua. Finalmente le preguntó a su hijo con cuál se quería identificar”.

Nacho preguntó a su madre: “¿Qué quieres decirme con todo esto?” Su madre contestó: “Fíjate que, ante el mismo problema, (el agua hirviendo), los tres elementos habían reaccionado diferente. Asimismo, ante un problema, tú podrías ser como el huevo, y volverte duro por dentro, cerrándote a las emociones, o como la zanahoria, y volverte blando, perdiendo tu fortaleza y quizás sufriendo más de la cuenta. O podrías ser como el café y transformar lo que te está pasando, aprender y sacar provecho, haciendo que todo tu entorno mejore. Mira Nacho, siempre habrá obstáculos, dificultades o problemas. Lo importante es primero, darte cuenta de ellos, luego aceptarlos, y por último transformarlos, aprendiendo de todo el proceso”.

Nacho se quedó pensativo, analizando todo lo que su madre le había dicho, y dijo finalmente: “Tienes razón mamá. Estaba siendo como la zanahoria y no es con quien me quiero identificar. Procuraré de ahora en adelante ser como el café. ¡Muchas gracias por tus palabras!”

Haz las paces con tu soledad

Has las paces con tu soledad

Rosa y Lucía quedaron para tomar café en una terraza. Lucía llegó muy sonriente y Rosa le preguntó: “¿Qué ha pasado para que vengas tan sonriente, Lucía? Creía que estabas triste por haber roto hace poco con tu pareja…”. Lucía contestó: “Es que he conocido a un chico fantástico y estoy muy ilusionada”. Rosa se sorprendió y le preguntó: “¿Y lo que sentías por tu ex? Hasta hace poco estabas llorando sobre mi hombro porque lo habíais dejado…”. Lucía, un poco enfadada, le respondió: “No te entiendo Rosa. Siempre me dices que tengo que estar en el presente, dejando el pasado y el futuro. Pues he dejado atrás en el pasado a mi ex y estoy en el presente”.

Rosa sonrió y dijo: “Me encanta que quieras vivir en el presente, Lucía, pero esto va de otra cosa. Cuando vivimos una pérdida, tenemos que hacer el duelo de esa pérdida, para seguir adelante”. Lucía le dijo: “Ya me has hablado otras veces del duelo y esas cosas. Ya he llorado dos meses a mi ex. Ahora voy a ser feliz de nuevo”.

Rosa reflexionó unos instantes y le preguntó: “¿Puedo darte mi opinión?” Lucía afirmó con la cabeza y Rosa prosiguió: “Verás, Lucía, tengo la impresión de que no quieres o no puedes estar sin pareja. Desde que te conozco, has tenido varias parejas, y entre romper con una y empezar una nueva, suelen pasar pocos meses”. Lucía le dijo entonces: “Es que no soporto la soledad. Tú lo tienes fácil porque llevas varios años con tu pareja. Todas mis amistades tienen pareja. ¡Si no salgo con alguien, me muero!” Rosa le dijo: “Esa es la cuestión, Lucía. Tienes que poder manejar tu soledad antes de empezar una relación de pareja. Si no, te agarrarás a cualquiera con tal de no estar sola. Cuando terminas una relación de pareja, hay que entrar en contacto con nosotras, con nuestro interior, para elaborar esa pérdida y aprender qué es lo que ha pasado con nosotras cuando la relación ha salido mal, porque la responsabilidad es compartida. Hay que aprender de nuestros errores para que no se vuelvan a repetir. Así, tras ese duelo, podremos empezar de nuevo otra relación, si queremos, sin que nos influya lo vivido en la anterior. Pero, sobre todo, es importante que te sientas bien en soledad, que conectes contigo misma y te sientas en paz y armonía. Así podrás ser más objetiva cuando quieras buscar una nueva pareja, porque ya no necesitarás estar con alguien para no estar sola. Y si tú sola no puedes manejar tu soledad, pide ayuda a una Psicóloga”.

Lucía se quedó callada, reflexionando sobre lo que Rosa le había dicho y dijo: “Tienes razón Rosa. Nunca me he preocupado de gestionar mi soledad ni mis duelos. Voy a entrar en contacto con mi interior, aunque me asuste un poco, y “haré las paces” con mi soledad. ¡Muchas gracias por tus palabras!”.

¡Aprende de tus errores!

¡Aprende de tus errores!

Juan, becario en una empresa, fue al despacho de su jefe y tutor porque le había llamado. Cuando Juan se sentó, su jefe le dijo: “Juan, quiero comentar contigo los errores que he encontrado en el informe que me diste ayer”. Juan, cabizbajo, inmediatamente dijo: “Lo siento mucho, no volverá a ocurrir”. Su jefe le dijo: “Espera, aún no te he dicho lo que no está bien”. Juan volvió a decir: “Lo siento mucho, no volverá a ocurrir”.

Su jefe dijo entonces: “Juan, no te he llamado para echarte la bronca. Te he llamado para que todos aprendamos”. Juan, sorprendido, le dijo: “No entiendo”. Su jefe continuó: “Mira, Juan, todo lo que tenemos en este siglo veintiuno es gracias a muchos errores del pasado. El ser humano solo aprende de sus errores. Cuando haces algo bien, no te paras a pensar cómo lo has hecho. Simplemente, sigues adelante. Sin embargo, cuando te equivocas, repasas cada palabra, cada movimiento, para averiguar dónde ha estado el fallo y aprender. Así no vuelves a equivocarte en lo mismo de antes. Los grandes inventores se equivocaron muchas veces. Pero aprendieron de sus errores y siguieron ensayando, hasta que consiguieron lo que buscaban, o incluso lo que no buscaban”.

Juan dijo: “Pero no debo equivocarme si quiero seguir trabajando aquí”. Su jefe le dijo: “Estás aquí de becario. Eso significa que vienes a practicar lo aprendido y a equivocarte, para aprender mucho más. Ahora es el momento de equivocarte, para aprender mucho y no volver a cometer los errores en el futuro. Además, creo que estás dando por sentado que solo tú te has equivocado”. Juan miró a su jefe sin entender y éste prosiguió: “Al leer el informe, me he dado cuenta de que yo también me he equivocado. Te he pedido resultados de algo que aún no tienes suficiente información. Necesitamos un informe intermedio de otro departamento para poder llegar a conclusiones válidas y no me he dado cuenta de que nos hemos saltado ese paso intermedio. Y tú no podías saberlo porque no te lo hemos dicho. Yo he aprendido que, antes de pedirte un informe, tengo que asegurarme que tengas toda la información pertinente para poder hacerlo”.

Juan reflexionó unos instantes y dijo: “Tiene razón. Soy muy afortunado de poder hacer las prácticas aquí. Gracias a estos errores estoy aprendiendo mucho sobre mi trabajo y podré hacer las cosas mucho mejor en el futuro. ¡Muchas gracias por sus palabras!”

¡Aquí y Ahora!

¡Aquí y Ahora!

Luisa estaba sentada en una hamaca en la playa, mirando el móvil, con cara enfadada. Su amiga Sara, que estaba en otra hamaca a su lado, la miró y le preguntó: “¿Luisa, por qué estás tan enfadada?” Luisa dijo: “Ay Sara, estoy viendo el correo de la oficina y las cosas no van como tenían que ir. Y yo, aquí, sin hacer nada…”.

Sara le sonrió y dijo: “Vamos a ver Luisa. Llevas toda la primavera dándome la lata con lo que íbamos a hacer este verano, planeándolo todo al detalle. No hacías más que decirme que necesitabas descansar. ¿Y ahora me dices que estás en la oficina?” Luisa la miró, desconcertada, y dijo: “No estoy en la oficina. Estoy aquí contigo. Pero no puedo evitar mirar el correo y ver que no están haciendo las cosas bien”. Sara le dijo: “Pero bueno, ¿cuándo has comprado tu empresa? Tenía entendido que eras una empleada más…”. Luisa sonrió y Sara siguió hablando: “Estás de vacaciones. Han puesto a otra persona en tu puesto para que tú puedas descansar y que no se te acumule el trabajo. Claro que no lo va a hacer como tú, pero si lo hiciera mal, no lo estaría haciendo. Quédate tranquila con eso. ¿O es que no quieres estar de vacaciones?” Luisa bajó la mirada y dijo: “Sí quiero, pero no puedo desconectar. Me cuesta”.

Sara le dijo: “Vamos a ver, Luisa. Si no estás en el aquí y ahora, da igual que estés de vacaciones o no, porque no te darás cuenta de que es tiempo para ti y se pasará volando. No descansarás ni lo pasarás bien. Cuando hablamos de vacaciones, hablamos de relajarse, estar con una misma, recargar pilas y pasarlo bien. Pero, sobre todo, descansar. Es muy necesario para poder volver a afrontar el trabajo durante el siguiente año”.

Luisa le preguntó entonces: “¿Y cómo lo hago para conseguirlo?” Sara le respondió: “Mira, lo primero que tienes que hacer es tomar conciencia de dónde estamos. Este año tenías muchas ganas de venir a la playa. Observa a tu alrededor, escucha las gaviotas, las conversaciones de las personas, el sonido de las olas, siente el sol en tu piel, siente la brisa marina, huélela, siente la sal del mar en tus labios… Y si no estuviéramos en la playa, podrías hacer lo mismo con lo que observaras a tu alrededor donde quiera que estuvieras. Todo esto te hará desconectar de todo lo que no sea estar en el aquí y ahora. Así te darás cuenta de que el tiempo va más despacio y puedes disfrutar mucho más de todo lo que hagas. Serás consciente de todo lo que vivas y descansarás mucho más, con lo que recargarás mucho más y mejor las pilas. Recuerda que no tienes otro tiempo para vivir más que el aquí y ahora. El pasado pasó y el futuro no ha venido”.

Luisa reflexionó sobre todo lo que le había dicho Sara y dijo finalmente: “Tienes razón, Sara. Voy a cerrar mi móvil y disfrutar de este día tan bonito en la playa, aquí y ahora. Y luego disfrutaré de salir esta noche y de todo lo que hagamos hasta que se acaben las vacaciones. ¡Muchas gracias por tus palabras!”