Aprendiendo a elaborar pérdidas

Aprenciendo a elaborar pérdidas

Carlos, Luis y Laura estaban tomando café en una terraza. Carlos propuso quedar el sábado por la noche para ir a conocer un bar que inauguraban ese día. Laura dijo que le encantaría. Pero Luis dijo que no tenía ganas. Carlos, al ver a Luis cabizbajo, le preguntó: “¿Qué te pasa Luis?”. Luis contestó: “Disculpad. No os lo había comentado. Mi abuela falleció hace tres meses”. Laura dijo: “Lo siento mucho Luis. ¿Estabais muy unidos?” Luis contestó: “Ella me crio de pequeño porque mis padres trabajaban los dos. Desde que me independicé, la he visto menos, pero la quería mucho”.

Carlos pensó un momento y dijo: “Pues en estos tres meses yo te he visto bien”. Luis dijo: “Es que no me lo creía. Estaba genial. Incluso se iba a ir con el Imserso de viaje. Pero le dio un infarto y falleció. Ni siquiera he podido despedirme de ella…”. Carlos dijo: “Pues entonces, con más razón tienes que venir con nosotros. Lo pasaremos muy bien y se te olvidarán las penas”.

Laura dijo entonces: “Déjale tranquilo, Carlos. ¿No ves que está de duelo?” Carlos le preguntó: “¿Qué significa que “está de duelo”?” Laura contestó: “Verás, el duelo es la forma que los seres humanos tenemos de elaborar las pérdidas y despedirnos de ellas. Cuando perdemos a un ser querido, ya sea porque fallece o porque se separa de nosotros, es una pérdida. Pero también lo es el perder un trabajo, cambiar de casa, o incluso, perder la salud o la juventud. Para todo eso hay que hacer el duelo”. Luis entonces le preguntó: “¿Y cómo se hace el duelo? ¿Qué se supone que tengo que hacer?” Antes de que Laura respondiera, Carlos añadió: “Pues cuando falleció mi abuela, yo no hice nada. Seguí saliendo con mis amigos. Luis, te lo digo yo, que he pasado por eso. Vente este fin de semana, que te vendrá muy bien”.

Laura dijo: “No hay que hacer nada. El duelo, como dice la palabra, “duele”, y ese dolor aparece en mí cuando me doy cuenta de que he sufrido una pérdida importante, y termina cuando he superado esa pérdida, cuando la he aceptado y he aprendido a vivir sin ello. Tiene varias fases: primero está la fase de negación, que es la que has tenido hasta ahora, Luis. No te creías que había fallecido. Cuando ya te lo crees, las siguientes fases son: rabia, culpa, tristeza y por último aceptación, y entonces habrá terminado el duelo. Es un proceso natural del ser humano y no se puede escapar de él, ya que, si lo evitas, para no sufrir, tarde o temprano aparecerá de nuevo”. Carlos dijo: “Pues yo no he pasado nunca por nada de eso, y mi abuela falleció hace cinco años”. Laura dijo entonces: “Carlos, parece que tú, por la razón que sea, lo estás evitando. Pero Luis está haciendo el duelo y ahora necesita entrar en contacto con sus emociones y, si le apetece estar tranquilo en casa, estar triste o llorar, es normal. Si tú no lo hiciste en su momento, puede que estés atascado en la negación. Un duelo más o menos puede durar un año. Si dura más o no conectas con él, te recomiendo que busques ayuda de una Psicóloga, para que puedas conectar con ese dolor y puedas dejarlo atrás después del duelo”.

Carlos se quedó en silencio, reflexionando sobre las palabras que Laura había dicho. Luis dijo finalmente: “Gracias por tus palabras, Laura. Ahora entiendo mejor lo que me está pasando y el proceso por el que tengo que pasar hasta que el dolor desaparezca”.

Aclarando ideas…

Aclarando Ideas

Sandra y Luisa quedaron en verse en una cafetería para hablar. Cuando llegaron, Sandra preguntó a Luisa: “Luisa, ¿de qué quieres hablar? Parecía que era urgente.” Luisa contestó: “Sandra, estoy echa un lío. No sé qué hacer. Estoy muy agobiada.” Sandra le dijo: “Soy toda oídos. Cuéntame.”

Luisa dijo: “Verás, llevo tres meses conociendo a un chico. Es encantador, detallista, cariñoso, me escucha, mira mucho por mí, es todo lo que siempre he querido…” Sandra preguntó: “¿Y cuál es el problema?” Luisa dijo: “No lo sé. Él parece muy ilusionado conmigo y yo estoy agobiada.” Sandra dijo entonces: “Bueno, vamos a ver qué es lo que te agobia. ¿Ha pasado algo entre vosotros que no te haya gustado?” Luisa contestó: “No.” Sandra dijo entonces: “Vale. Cuéntame cómo ha sido vuestra historia.”

Luisa comentó: “Le conocí a primeros de julio. Empezamos a hablar y teníamos muchas cosas en común. Al poco tiempo, nos besamos y empezamos a quedar más días. El verano ha pasado rápido y ahora él está en Asturias porque vive y trabaja allí.” Sandra preguntó: “¿Y hay algún problema con que sea de Asturias?” Luisa contestó: “No me gustan las relaciones a distancia.” Sandra entonces le preguntó: “Cuando empezasteis a conoceros, ¿él te dijo que era de Asturias y que tendría que volver allí después del verano?” Luisa bajó los ojos y contestó: “Sí, me lo dijo.” Sandra le preguntó: “Entonces, ¿por qué has empezado algo que sabías que no iba a seguir?” Luisa contestó: “Porque siempre he querido conocer a un chico cariñoso, detallista y él lo es.” Sandra entonces le dijo: “Parece que es alguien que merece la pena. Cuéntame otras cosas de él.” Luisa dijo: “Bueno, hay cosas que él tendría que cambiar: tiene muchos complejos, no me gusta su forma de vestir y come mucha comida basura. Además, no es muy atractivo. También tendría que venirse a vivir aquí, porque no quiero una relación a distancia.”

Sandra entonces le dijo: “Luisa, parece que realmente no te gusta ese chico y solo estás manteniendo esa relación porque él es lo que siempre has buscado. Entiendo que estés agobiada. Te conozco y sé que lo has pasado mal en anteriores relaciones, pero no puedes cambiar a una persona para que se adapte a lo que tú quieres. Por lo último que me has dicho, estás con él porque él te quiere y es cariñoso, pero no me has dicho en ningún momento que tú le quieras. Cuando quieres a alguien, le quieres con sus virtudes y sus defectos. No puedes ni debes cambiarle. Además, si estás saliendo con él porque él te quiere, deberías de salir con todos los chicos que te digan que te quieren. Pero no lo harías, ¡verdad? Antes de empezar una relación, deberías de tener claro qué quieres y qué no quieres a tu lado. Conócete a ti misma y quiérete mucho. Luego, analiza cómo te gustaría que fuera tu pareja y qué no aceptarías por nada del mundo. Así tendrás más claro lo que quieres y no quieres a tu lado y no te “agarrarás” a cualquiera que te diga que te quiere, aunque no cumpla con lo que a ti te gustaría. Y mucho menos pienses que vas a cambiar a alguien para que se parezca a lo que tú quieres.” Luisa dijo: “Sandra, tienes razón. Parece que estoy desesperada porque me quieran y no es así. Voy a conocerme y quererme. Y luego, pensaré en lo que quiero y no quiero en mi vida. Gracias por ayudarme a aclararme. ¡Voy a dejar esta relación ahora mismo!”

¡Si quieres, puedes!

¡Si quieres, puedes!

Ana y Marta se encontraron por la calle, después de varios años sin verse y decidieron ir a una terraza a tomar café y ponerse al día de sus vidas. Ya sentadas, Ana preguntó: “Dime Marta, ¿cómo te ha ido? Dejamos de vernos hace unos doce años.” Marta contestó: “Pues me va muy bien. ¿Recuerdas nuestro sueño de ser maestras algún día? Lo conseguí. Me saqué las oposiciones, con mucho esfuerzo, y conseguí plaza. Estoy trabajando de maestra en un colegio de la ciudad. Me gusta mucho lo que hago. ¿Y tú? ¿cómo te ha ido?”

Ana desvió la mirada y dijo: “Bueno, bien. Estoy trabajando en un almacén de una mensajería, distribuyendo los paquetes.” Marta entonces le dijo: “Bueno, supongo que es un buen trabajo, pero, por tu gesto, parece que no te gusta. ¿No aprobaste las oposiciones?” Ana bajó la mirada y dijo: “No llegué a ir a la Universidad. No sirvo para estudiar.” Marta se quedó sorprendida y le dijo: “No lo entiendo, Ana. El tiempo que estuvimos juntas, se te daba bien estudiar. ¿Qué pasó para que cambiaras de idea?” Ana contestó: “Es que empecé a suspender en Bachillerato. No aprobé primero y, en vez de repetir, como era la crisis de los años 2008-2014 y mis padres tenían problemas de dinero en casa, me dijeron que me pusiera a trabajar. Desde entonces, he trabajado en este almacén. No podré ser maestra nunca…”

Marta la miró con comprensión y le preguntó: “¿Lo has vuelto a intentar?” Ana contestó: “¿Para qué? No sirvo para estudiar.” Marta le dijo entonces: “Mira Ana, cuando somos pequeños, probamos a hacer muchas cosas y, ya sea por nuestra edad o por las circunstancias de esos momentos, muchas veces no tenemos éxito en lo que hacemos. Probablemente, el ambiente estresante que vivías en casa por las circunstancias económicas de tu familia te influyó en tu ánimo para estudiar. Es muy difícil concentrarse cuando hay problemas en casa. Y tú grabaste esa impotencia, ese “no puedo” en tu mente. Ahora has crecido, eres adulta, y no te has dado cuenta de que las circunstancias han cambiado. Te has quedado en el recuerdo de hace diez años y no lo has vuelto a intentar. Pero te digo una cosa: Podrás ser lo que tú quieras, Ana. Tienes que dejar atrás esos momentos difíciles que viviste con tu familia y ver que las circunstancias han cambiado. Pide ayuda a una Psicóloga si ves que no puedes tú sola. Aún eres muy joven. Puedes sacar el Acceso a la Universidad para mayores de 25 años y estudiar para ser maestra, como tanto querías.”

Ana sonrió por primera vez y dijo: “¿Crees que puedo hacerlo?” Marta le preguntó: “¿Tú quieres?” Ana afirmó con la cabeza y Marta dijo: “¡Puedes! Ana, todos tenemos cualidades, capacidades y habilidades para hacer muchas cosas. Lo importante es que tú quieras y te lo creas. Deja atrás lo que pasó entonces e inténtalo de nuevo. Pon todo tu empeño, tus recursos y tus medios para ello, y estoy convencida que lo conseguirás.” Ana dijo entonces: “Tienes razón Marta, voy a darlo todo de mí. Vuelvo a creer que podré ser maestra algún día. ¡Muchas gracias por tus palabras!”

¡Di lo que necesitas!

¡Di lo que necesitas!

Luis y Jaime estaban tomando un café en una terraza. Jaime le preguntó a Luis: “¿Qué te pasa Luis? Parece mentira que vamos a coger vacaciones el lunes que viene. Se te ve serio.” Luis le contestó: “Uff, no me recuerdes que cogemos vacaciones. No sé cómo sobreviviré…” Jaime se quedó asombrado y le preguntó: “¿Qué es lo que te pasa en vacaciones?” Luis contestó: “No lo sé, pero mi pareja y yo acabamos discutiendo todo el tiempo.”

Jaime le dijo: “Vamos a ver, no creo que sea tan grave. Os he visto juntos y parecíais estar bien. Dame un ejemplo de lo que dices.” Luis le dijo: “Es que nos has visto antes de la pandemia, cuando fuimos juntos de viaje. Lo pasamos muy bien. Pero el año pasado, con todo el lío del coronavirus, nos quedamos en casa y fue horrible. Este año no nos atrevemos a viajar aún y me lo veo venir que va a ser como el año pasado.” Jaime le preguntó: “¿Y cómo fue el año pasado?” Luis contestó: “Fue horrible. Los dos tenemos unos trabajos que nos ocupan mucho tiempo, y quizás el no hacer nada nos influyó. Estábamos todo el tiempo discutiendo por tonterías: que si recoge esto, que si haz lo otro… Tanto es así que agradecía las veces que mi jefe me llamaba para preguntarme algo. Y creo que ella también agradecía cuando su jefa no paraba de llamarla. Menos mal que las vacaciones pasaron rápido.”

Jaime escuchó todo lo que le decía Luis, reflexionando. Entonces le dijo: “Bueno, Luis, supongo que tú también te quejarías hacia ella y no era solo de ella hacia ti, ¿verdad?” Luis bajó la cabeza y dijo: “Sí, quizás yo también me quejé alguna que otra vez, quizá más veces que ella…” Jaime, entonces, le preguntó: ¿Recuerdas el curso de inteligencia emocional que nos dio una psicóloga en la oficina hace tres años? Allí hablaron sobre todo esto.” Luis puso cara de no entender, y Jaime siguió hablando: “Sí, hombre, recuerda que hablaron de que toda queja oculta detrás una necesidad que quieres satisfacer. Pero si te quejas, en vez de decir tu necesidad, la persona que te oye quejarte se pone a la defensiva y no va a ver esa necesidad. Si en vez de quejaros el uno del otro, hubierais expresado cada uno vuestra necesidad, habría sido diferente. Piénsalo por un momento. ¿Qué necesitabas de ella y no le decías?”

Luis reflexionó unos instantes y dijo: “Pues la verdad, me fastidiaba mucho que su jefa no parara de llamarla. Durante el año, nuestros trabajos nos absorben mucho y tenemos poco tiempo para hablar y estar juntos. Yo quería aprovechar que no nos íbamos a ningún sitio para poder comunicarnos mucho más y disfrutar de estar juntos, sin hacer nada en especial. Pero no se lo dije a ella así como te lo estoy diciendo a ti… Y creo recordar que ella también se quejó cuando era a mí a quien llamaban. Creo que los dos echamos de menos el estar juntos y hablar, sin quejarnos”. Jaime añadió: “Y si veis que os cuesta mucho trabajo comunicaros, podéis acercaros a que os oriente un/a psicólogo/a. Os ayudaría mucho.”

Luis dijo: “De acuerdo Jaime. Me parece muy buena idea. Voy a ponerlo en práctica en cuanto llegue a casa. Dejaré de quejarme y diré lo que necesito. Y si veo que me cuesta mucho trabajo, pediré ayuda a un/a psicólogo/a. ¡Muchas gracias por tus palabras!”

¡Deja de posponer!

¡Deja de posponer!

Ana y Sandra estaban hablando de los planes que tenían para las vacaciones de agosto. Ana comentó que iba a irse unos días a la playa con su pareja y luego se iba a quedar en la ciudad, para descansar, leer, e ir al teatro. Sandra, la escuchaba, pero no decía nada. Ana, al verla como distraída, le preguntó: “Sandra, ¿qué te pasa? Parece que no estás aquí conmigo ahora…”

Sandra volvió en sí y le dijo: “Disculpa Ana, es que estaba pensando en todo lo que tengo que hacer para organizar las vacaciones. Este año me toca organizarlo a mí porque mi pareja está muy ocupada, pero aún no me he puesto a ello.” Ana le preguntó: “¿Y qué tenéis pensado? Yo tuve que reservar en la playa con mucha antelación, ya que, desde que se levantó el Estado de Alarma, se empezaron a llenar los hoteles…” Sandra, bajó la cabeza y dijo: “Ya, nosotros vamos a ir a una casa rural, pero aún no he encontrado una que me guste…” Ana, al ver que Sandra no la miraba a los ojos, le preguntó: “¿Qué es lo que está pasando Sandra? No pareces muy contenta con irte de vacaciones…”

Sandra suspiró y le dijo: “No sé qué me pasa Ana, me pongo a buscar por internet alguna casa, pero me distraigo con una llamada de teléfono o unos mensajes de whatsapp, y luego ya no tengo tiempo para volver a buscar casas. O simplemente me pongo a hacer otras cosas y se me olvida, y me acuerdo cuando no puedo hacerlo. Todas las mañanas me levanto pensando en todo lo que tengo que hacer y acabo el día sin haber hecho ni la mitad de las cosas.” Ana entonces le preguntó: “Sandra, ¿realmente quieres ir a una casa rural?” Sandra lo pensó por unos instantes y dijo: “Bueno, me hubiera gustado ir a Europa y ver sitios nuevos, pero con la pandemia, no nos atrevemos. La playa no nos gusta, así que solo queda ir a una casa rural para salir de la ciudad.”

Ana sonrió y le dijo: “Eres el vivo ejemplo de postponer. Ya sabes, eso de “dejar para después”. El problema es que “después” tampoco lo haces. Mira, mi abuela decía que “mañana es un caminito que está muy cerca de nunca”. Y lo peor de todo es el tiempo que pasas en organizarte para hacer esas cosas que luego aplazarás, y tendrás que organizarte otra vez para hacerlas. Si en vez de pensar tanto en todo lo que no haces, dedicas 10 ó 20 minutos en hacer un poco de todo eso, conseguirás pequeñas metas, que te motivarán a seguir adelante y encontrar otro momento para avanzar otro poco. Y antes de buscar la casa, piensa en algún sitio que tengas ganas de visitar, para que tengas más interés en organizarlo.”

Sandra se quedó pensando y dijo: “Mira, se me ocurre una idea: ¿Y si busco la casa rural en un pueblo medieval que no conozcamos, para que sea lo más parecido a ir a Europa? Eso me motivaría mucho más. Tienes razón Ana. Voy a dejar de postponer y empezaré a hacer. Muchas gracias por tus palabras.”

¡Siéntete orgulloso/a de ti mismo/a!

¡Sientete orgulloso/a de ti mismo/a!

Julián y Antonio quedaron a comer en una terraza, tras salir de la oficina. Mientras comían, Antonio felicitó a Julián por su ascenso. Julián le dijo: “Muchas gracias, Antonio. He hecho un buen trabajo todos estos años y me lo merezco.” Antonio entonces le dijo: “Bueno, bueno, tampoco hay que ser tan vanidoso…” Julián se extrañó por las palabras de Antonio y le preguntó: ¿Por qué crees que soy vanidoso? Tú mismo me has felicitado y yo solo he dicho que es algo para lo que he trabajado mucho estos años.” Antonio entonces, un poco cortado, le dijo: “Vale, no quería que te molestaras. Solo te lo decía porque lo has dicho con un tono de “soy superior” y eso no suena bien…” Julián le dijo: “No Antonio. Sencillamente es que estoy orgulloso de mí mismo.”

Antonio le miró sin entender y Julián prosiguió: “Mira, Antonio, lo ideal y natural sería que todos nos sintiéramos orgullosos y satisfechos de nosotros mismos. Seríamos más felices y tendríamos relaciones mucho más sanas con las otras personas. Pero nuestra sociedad actual no promueve que esto suceda. Si te sientes así, te llaman vanidoso o narcisista. Y hay una diferencia importante, porque el vanidoso menosprecia a los otros y se siente superior en relación y en comparación con ellos. El que se siente orgulloso de sí mismo no necesita compararse con los demás.” Antonio le dijo: “Háblame un poco más sobre eso, para entenderte mejor.” Julián entonces dijo: “Verás, Antonio. Esto tiene que ver con la autoestima. Quien se siente orgulloso de sí mismo no depende de que los demás le aprueben, y por supuesto, no permite que le falten al respeto. Pondrá límites a los demás que quieran pasarse con él y no temerá el rechazo.”

Antonio entonces le preguntó: “¿Y cómo se consigue llegar a estar orgulloso de uno mismo? ¿Tienes que ser perfecto en todo lo que hagas?” Julián contestó: “Para nada, Antonio. Como te digo, tiene que ver con la autoestima, que se crea sobre todo con la educación que recibimos de nuestros padres. Para los que no han conseguido una buena autoestima, tienen que hacer un trabajo personal diario. Se trata de esforzarte para conseguir éxitos, además de aceptar tus equivocaciones y tus defectos, viéndolos como una oportunidad de mejorar y aprender. Crea tus objetivos y tus metas, y lucha por ellas. Dales valor, aunque los demás no estén de acuerdo contigo. Avanza cada día hacia la persona que quieres ser. Y si lo ves muy difícil, siempre tienes la opción de buscar un psicólogo que te ayude a trabajar y aumentar tu autoestima.”

Antonio le dijo: “Vaya, yo también quiero llegar a sentirme orgulloso de mí mismo. Me voy a poner a ello inmediatamente. ¡Muchas gracias por tus palabras Julián!

Valora tus logros y aprende de tus errores

Valora tus logros y aprende de tus errores

Hace unos días, una amiga me hizo llegar una historia que de vez en cuando corre por internet y que a ella le llegó por Facebook. La historia habla de un profesor que se puso a escribir la tabla de multiplicar del 9 en la pizarra (9 x 1 = 9, 9 x 2 = 18, …) Y cuando llegó al final, cometió un error y escribió: 9 x 10 = 91. Los alumnos se empezaron a reír, y cuando el profesor preguntó de qué se reían, varios dijeron que la tabla estaba mal, que se había equivocado en la última parte. Entonces, el profesor les comentó que se había equivocado a propósito para enseñarles cómo ellos no habían visto que había tenido 9 aciertos y sólo fueron a señalar el error final.

Esta historia nos muestra algo que suele pasar muy a menudo y sobre lo que apenas reflexionamos: la mayoría de las personas tienen aciertos a lo largo de su vida, en su jornada laboral, en su vida familiar, con sus parejas, con sus amigos, con sus estudios, etc. Y muchos no reciben elogios en ningún momento o solo una o dos veces en su vida. Pero si se equivocan, prácticamente todo el mundo les señalará el error cometido y, a veces, les humillarán y se burlarán de ellos, igualándolos a “fracaso”, como si no hubieran hecho nada bien en toda su vida. Es decir, “no importa lo que hagas, porque si lo haces mal, irán a por ti”.

Seguramente, en el momento en que esas personas critican a alguien que se ha equivocado, no se han parado a pensar si esas personas a las que critican fueran ellos mismos. Deberíamos observarnos cómo nos sentimos nosotros mismos cuando no se nos reconoce todo lo valioso que somos y hemos hecho, mientras nos apuntan con el dedo para señalar un error cometido frente a miles de aciertos conseguidos.

Además, el ser humano aprende de los errores, no de los aciertos. Gracias a los errores cometidos por muchas personas que vivieron antes que nosotros, la sociedad y la ciencia actuales han avanzado muchísimo hasta nuestros días.

Por tanto, aprendamos a valorar a las personas por sus aciertos y sus logros, y dejemos de estar pendientes de ver cuándo comenten un error. Nunca sabemos cuándo nos tocará a nosotros.

¡Usa bien tu espejo!

¡Usa bien tu espejo!

Laura y Silvia estaban tomando un café en la cafetería del Campus Universitario. Silvia estaba mirando a otra compañera de clase, sentada en otra mesa más alejada de ellas. Laura, al verla, le preguntó: “Silvia, ¿qué te pasa con esa chica? La estás mirando con cara de enfado…” Silvia contestó: “Mira Laura, es que no la soporto.” Laura le preguntó: “¿Y qué te ha hecho para que no la soportes? Silvia entonces le dijo: “No, si no la conozco. Pero es que la veo y me pone de los nervios.” Laura, sonriendo, le dijo: “Pues si te pone de los nervios, no la mires y ya está.” Silvia entonces le dijo: “Es que no puedo evitarlo. Cada vez que me la encuentro por el Campus, me pone mala…”

Laura, confundida, le preguntó: ¿Qué es lo que te pasa con esa chica, Silvia? No te entiendo.” Silvia entonces le dijo: “¿Pero es que no la ves? Está todo el tiempo con una actitud sumisa con su pareja. Si él le levanta la voz, se calla y baja la cabeza, él no le echa mucha cuenta y ella sigue ahí, como esperando sus migajas. ¡Es que no lo soporto!” Laura le dijo: “Cálmate Silvia. Entiendo que no te guste que él la grite, pero ella, aunque parece enamorada, puede irse de allí cuando quiera.” Silvia, aún alterada, dijo: “Si es que parece tonta. Me entran ganas de ir para allá, cogerla de los brazos y sacudirla, a ver si espabila.”

Laura se quedó mirando un momento a aquella chica, y luego miró a su amiga Silvia y le dijo: “Tú estás queriendo romper el espejo”. Silvia la miró sin comprender, y Laura continuó hablando: “Mira, Silvia. Te voy a poner un ejemplo. Si un día antes de salir te pones un conjunto de ropa, te miras al espejo y no te gusta cómo te queda, ¿romperías el espejo?” Silvia, extrañada, dijo: “Claro que no, Laura. Iría a cambiarme de ropa y me cambiaría hasta verme bien para poder salir.” Laura entonces le dijo: “Muy bien, es lo que yo haría también. Sin embargo, en este caso, estás queriendo romper el espejo. Quiero recordar que el año pasado, cuando empezaste a salir con David, tú estabas con él exactamente igual que esa chica con su pareja. Y no solo eso, sino que no querías escuchar a nadie que te dijera que tu actitud no era la adecuada. ¿Lo ves? Lo que te enfada no es esa chica. Ella te está haciendo de espejo de cómo te comportabas tú con David hasta que él te dejó. Y en vez de pensar en cambiar eso que no te gusta de ti, estás queriendo romper el espejo…”

Silvia se quedó callada, reflexionando sobre lo que su amiga le había dicho, y finalmente dijo: “Vaya, Laura. Creo que tienes razón. Cuando David terminó conmigo no pensé en mi actitud. Solo le eché la culpa de todo a él. Ahora que lo pienso, es verdad que el año pasado yo era como esa chica. Ella solo me ha mostrado algo de mí que no me gusta. De acuerdo, Laura, no romperé el espejo, Voy a cambiar mi actitud para que, cuando esté con algún chico, no volver a comportarme así. ¡Muchas gracias por hacérmelo ver!

.

¡Seamos solidarios!

¡Seamos Solidarios!

Lucía y Ana estaban desayunando juntas tras dejar a sus hijos en el colegio. Ambas comentaban lo difícil que había sido todo por la nieve en enero, debido a “Filomena”, cómo habían estado incomunicadas por la nieve y el hielo durante varios días, y lo difícil que había sido volver a la normalidad.

En un momento dado, Lucía dijo: “Me quedé alucinada cuando un vecino de varias casas más abajo, al que no conocía apenas, vino a ayudarme a limpiar los accesos a mi casa y al garaje. Se lo agradecí muchísimo. Y fíjate que, cuando le ofrecí darle algo de dinero, no lo aceptó…” Ana le dijo: “Claro, Lucía, la solidaridad es eso: apoyar incondicional y desinteresadamente a personas, causas o intereses ajenos a nosotros. Yo también estuve ayudando a una vecina que ya es mayor y no podía ponerse con una pala a quitar nieve.” Lucía dijo entonces: “Es que tú eres muy buena, Ana. Pero no hay mucha gente como tú…”

Ana sonrió a Lucía y le dijo: “Gracias por tus palabras Lucía. Hay mucha más gente solidaria. Ahí tienes por ejemplo a tu vecino, que te ayudó con la nieve. Lo que pasa es que en el mundo actual hay mucho individualismo, mucho uso de nuevas tecnologías y la gente no se relaciona como antes. Y ahora, con el coronavirus, todavía menos. Parece que hace falta una catástrofe para que nos acordemos que vivimos en sociedad y que nuestra ayuda puede ser necesaria para la misma.” Lucía dijo entonces: “Sí. Recuerdo que en el primer confinamiento había varias personas que preguntaban a los mayores de nuestra calle si necesitaban algo de la tienda, para ir a comprar lo que pidieran y así no se tenían que exponer al virus. Pero eso desapareció después de la desescalada. Y esas personas mayores siguen estando en peligro si van a la compra…” Ana añadió: “De eso se trata Lucía. Mira, cuando yo era joven, vivía en un pueblo no muy grande. Todos nos conocíamos. Cuando alguien necesitaba ayuda, casi no tenía que pedirla porque ya estábamos allí unos pocos a prestar nuestro apoyo. Nos sentíamos felices de poder ayudar y de saber que, si alguno de nosotros también necesitara ayuda, los demás acudirían.”

Lucía, bajando la mirada, dijo:” Eso ya no pasa, Ana. Ahora nos acordamos de los demás solo en las catástrofes.” Ana dijo entonces: “La solidaridad tendría que estar presente en el día a día de todos nosotros. Es algo que debería de enseñarse a los niños y niñas desde muy pequeños y fomentarla a lo largo de su aprendizaje de vida. Les ayudaría a entender mejor a los demás y a ponerse en su lugar, para poder ayudar, y crear una sociedad mejor. Y las personas adultas, como nosotras, tenemos que dar el mejor ejemplo. Que la nieve se haya derretido y se haya ido, no significa que también se vaya la solidaridad.”

Lucía se quedó pensando y dijo: “Tienes toda la razón Ana. Voy a estar atenta a las necesidades que hay en mi entorno y así me irá saliendo solo cada vez más, sin tener que pensar en ello. Gracias por tus palabras.”

¡Valora lo que tienes!

¡Valora lo que tienes!

Empezamos un año nuevo. Todos los años, tras las Navidades, empezamos a mirar el año que entra como un reto para conseguir cumplir con todos los proyectos que nos proponemos. O para seguir intentando acercarnos a ellos. Además de los proyectos de siempre de: ir al gimnasio, aprender inglés, empezar una dieta, o hacer más deporte, quizás también está el comprar un coche nuevo, cambiar de casa, de trabajo, etc.

Solemos poner atención en lo que queremos alcanzar. Y nos preparamos, nos organizamos, vemos pros y contras, posibilidades y muchas otras cosas, para ver cómo podemos conseguir cumplir nuestros nuevos proyectos. Y eso está bien, ya que hay que buscar nuevas metas que nos motiven a seguir adelante.

Pero este mes os propongo poner vuestra atención en lo que ya tenéis. ¿Y por qué? Porque en estas fechas nos solemos olvidar del valor de todo lo que tenemos. No nos paramos a valorar que tenemos salud, casa, trabajo, amigos, pareja, familia. En estas fechas en las que pensamos en las cosas que queremos conseguir, a veces no nos damos cuenta de que también tenemos que agradecer y valorar lo que ya está con nosotros.

El año pasado ha sido un año atípico. Hemos tenido tres meses de confinamiento, hemos incorporado a nuestro día a día las mascarillas, el lavado de manos, el gel hidroalcohólico, … y también hemos tenido que renunciar a los besos y abrazos. Hemos tenido que vivir lo que significa no poder salir de casa cuando uno quiera, no poder ir a donde uno quiera, ni poder tocar a las personas que queremos. Cosas que dábamos por hecho que siempre estarían ahí, han desaparecido por un tiempo.

Por todo eso, este comienzo de año os propongo que nos fijemos en todo lo que ya tenemos, y valoremos y disfrutemos de ello. Pero no solo hay que valorar que tenemos salud, trabajo, casa, pareja, etc. También los buenos recuerdos de cenas con amigos y/o familia, las fiestas de cumpleaños, los besos y abrazos, los viajes realizados, y un largo etcétera. Aunque ya hay varios laboratorios que están lanzando vacunas, aún nos queda tiempo y esfuerzo por delante para superar esta pandemia. Y nos queda aún un tiempo de renunciar a besos y abrazos. Ojalá que todo lo vivido el año pasado nos ayude a valorar tanto que ya tenemos (salud, trabajo, casa, amigos, pareja, familia, libertad,…) y nos ocupemos de ello como algo que debemos cuidar como lo más valioso que tenemos.