El jardinero

Había una vez un hombre que vivía en una casita, en la parte más apartada del pueblo. Pocas personas le conocían ya que hacía pocos meses que se había mudado y no se le veía mucho por las calles o en las fiestas populares. Parecía una persona tímida. Nadie iba a visitarle. Algunos le llamaban “el jardinero” porque le habían visto alguna vez con macetas en las manos, pero tampoco sabían a qué se dedicaba.

La verdad es que el jardinero no salía mucho de su casa, pero no porque no quisiera relacionarse con los demás, sino porque estaba dedicado en cuerpo y alma a sus plantas. Desde su llegada al pueblo, se había dedicado a recoger semillas y las había plantado en pequeños tiestos. Las cuidaba y regaba todos los días, ya que sabía que si quieres obtener resultados, tienes que tener constancia en lo que haces.

El jardinero salía cada día a mirar si habían nacido las semillas, y se emocionaba y disfrutaba cada vez que veía un nuevo brote aparecer entre la tierra, celebrando cada pequeño logro de su esfuerzo. Luego, las veía crecer día a día. Le gustaba tanto lo que hacía que no le importaba que crecieran lentamente. Sabía que, con paciencia, puedes llegar tan lejos como quieras.

Cuando los árboles que tenía plantados crecieron un poquito, cogió un pequeño carro que tenía, puso las macetas encima y salió de su casa. Conforme se encontraba con algún vecino, le regalaba uno de los árboles sonriendo. Luego fue al colegio e hizo lo mismo, Y así, regaló árboles a todos los vecinos del pueblo. Como seguían naciendo más árboles, y él disfrutaba mucho cuidándolos, empezó a regalarlos a los vecinos de los pueblos de alrededor, y así hasta que era muy conocido en toda la comunidad.

El jardinero nunca más estuvo solo ya que todos los vecinos pasaban por su casa a llevarle algún presente, un dulce, charlar o se ofrecían a ayudarle en su labor con los árboles, admirando y aprendiendo a hacer todo lo que el jardinero había conseguido con paciencia, constancia, motivación y mucho entusiasmo.”