Los árboles y nosotros

Los árboles y nosotros

Ahora que estamos en otoño, podemos ver cómo los árboles empiezan a cambiar de color sus hojas y a perderlas, preparándose para el “sueño invernal”. Y viendo todo esto, me viene a la cabeza la reflexión de que los árboles y los seres humanos no somos tan distintos entre nosotros.

Ambos, cuando nacemos, necesitamos que nos cuiden y nos protejan, ya que no tenemos la fuerza ni los recursos suficientes para ocuparnos de nosotros mismos. Necesitamos agua, alimento, calor, unas condiciones agradables, y en su justa medida, para que podamos crecer y desarrollarnos. Sin ellas, o con exceso de ellas, no sobreviviríamos, nos marchitaríamos. Pero no todos los árboles necesitan el mismo tipo de tierra, la misma cantidad de luz o de agua. Cada uno es único, al igual que cada persona es única. Incluso, aunque busques comparar dos árboles de la misma especie, no serán iguales. Cada uno tendrá sus cualidades, características, que los hace únicos. Del mismo modo, cada persona es única. Incluso los hermanos gemelos, aunque se parezcan como dos gotas de agua, tienen personalidades distintas, lo que los hace a cada uno únicos también.

Y si vamos un poco más allá, podemos ver que los cambios que los árboles hacen cada año se asemejan a los cambios que los seres humanos hacemos a lo largo de nuestra vida. En primavera, los árboles “despiertan”, renacen, empiezan a florecer, a sacar hojas nuevas y nuevos tallos. Más adelante, en verano, nos dan frutos para alimentarnos a nosotros, a los pájaros y otros animales. También los hay que sueltan sus semillas para poder seguir naciendo en otro lugar y seguir reproduciéndose, o simplemente nos alegran la vista con sus colores y sus formas, además de darnos sombra. Cuando llega el otoño, el esplendor de hojas que han mantenido desde la primavera empieza a amarillear y a secarse, para caer en invierno y “adormecerse”, esperando de nuevo la primavera, para comenzar un nuevo ciclo. 

Los seres humanos tenemos nuestra primavera cuando nacemos y crecemos. Cuando somos adultos y suficientemente fuertes, llega nuestro verano, para dar fruto con hijos y/o con nuestro desarrollo personal y profesional. Más tarde, con el paso de muchos años, el otoño llega a nuestras vidas y nos hace ir limpiándonos de “esas hojas” que ya no nos son útiles, para ir poco a poco preparándonos para el invierno y fallecer.

Pero quizás podríamos hacer como nuestros árboles y no esperar tantos años para hacer cambios en nuestras vidas. Para poder crecer y sentirnos libres de lastres inútiles, podríamos, al igual que ellos, empezar de cero (o casi) cada año, soltando en otoño todo lo que no nos sirve, reflexionando en invierno sobre lo nuevo que queremos en nuestra vida, para que, cuando llegue la primavera, nos pongamos manos a ello y nos renovemos, para mostrar nuestro mejor esplendor en verano.