¡¡Es bueno soñar!!

Sandro era un joven que vivía en un pueblo de un lejano país. Aunque no era un pueblo principal, tenía todo lo necesario para que sus habitantes vivieran bien y felices. Sandro había nacido allí y nunca había ido a la ciudad. Desde pequeño se había hecho la ilusión de poder ir allí, trabajar, hacer mucho dinero y convertirse en un hombre poderoso y adinerado. El problema es que no se le daba bien estudiar, pero Sandro no lo veía como un obstáculo, ya que, para él, en la ciudad todo era posible.

El día que cumplió su mayoría de edad, les dijo a sus padres que se marchaba a la ciudad. Su padre le dijo que no tenía necesidad, que varias personas le habían ofrecido para él trabajo en el pueblo y podría ganarse bien la vida allí. Pero Sandro no escuchaba. Quería conseguir todo lo que soñaba en la ciudad. Sus padres no le entendieron pero lo aceptaron y, tras darle unos pequeños ahorros que tenían, se despidieron de él, con lágrimas en los ojos, deseándole lo mejor en su viaje.

Cuando llegó a la ciudad, enseguida se puso a buscar trabajo y pronto se dio cuenta que los mejores trabajos eran para los que tenían estudios y experiencia. Y él no tenía ninguna de las dos cosas. Empezó a ver que vivir en la ciudad no era tan fácil como él creía. Por fin encontró trabajo de reponedor de una tienda, pero no le llegaba el dinero para mucho. Además, cuando todo el mundo salía, el entraba a trabajar, con lo que tampoco se podía relacionar mucho ni conocer a nuevos amigos.

Conforme se acercaba el invierno y la Navidad, Sandro empezó a entender las palabras que su padre siempre decía: “Para ser feliz, no te fijes solo en lo que no tienes. Valora lo que sí tienes”. Empezó a recordar los buenos días que sus vecinos del pueblo siempre le daban al verle, los momentos felices que pasaba charlando con sus amigos, los diferentes trabajos que los conocidos le ofrecieron, mucho mejores que el que ahora tenía, el cariño que su familia le tenía, apoyándole en todo, y empezó a echar de menos su vida anterior en el pueblo. Ahora sí valoraba todo lo que había tenido a su alcance y no había sabido ver, pero le daba vergüenza volver, después de todo lo que había dicho.

El día de Nochebuena, después de trabajar, se durmió sintiéndose muy triste. Un ruido le despertó y, al abrir los ojos, se encontró a sus padres felicitándole por su 18 cumpleaños. Miró sorprendido y se vio en su habitación de siempre, en casa de sus padres. ¡Todo había sido un sueño! Se alegró tanto que saltó de su cama y abrazó a sus padres fuertemente. Su padre le dijo que quería regalarle unos ahorros que él tenía, para que pudiera ir a la ciudad, y Sandro le dijo que se lo agradecía pero que quería quedarse en el pueblo. Ese mismo día consiguió un buen trabajo y salió a celebrarlo con sus amigos. Cuando llegó la Navidad, Sandro la vivió como la mejor de su vida, ya que ahora valoraba muchísimo todo lo que sí tenía.