¡Ponte en tus zapatos!

¡Ponte en tus zapatos!

Una anciana llegó a una cafetería y buscó una mesa para sentarse, pero no había ninguna libre. A su lado, Pedro, un chico de veintipocos años, se levantó y le dijo: “Siéntese, por favor”. La anciana le dijo sonriendo: “Muchas gracias, me sentaré, pero hay más sillas. Te puedes sentar conmigo”. Pedro sonrió también y le dijo: “De acuerdo, si a usted no le importa, me siento”. Se sentó de nuevo y volvió a sus pensamientos. La anciana pidió una infusión y le dijo a Pedro: “Te veo bastante serio. ¿Te puedo preguntar qué te preocupa?” Pedro lo pensó un momento y, como no conocía de nada a esa mujer, vio que podría hablar con más facilidad. Finalmente, le dijo: “Llevo varios días dándole vueltas en mi cabeza a un asunto. Pero no quiero aburrirla con mis cosas…”. La anciana sonrió y le dijo: “No me aburres. Soy yo la que he preguntado. Además, puedes tutearme si quieres”. Pedro la miró a los ojos y le dijo: “De acuerdo”.

La anciana volvió a preguntar: “¿Qué te preocupa?” Pedro contestó: “Acabo de terminar un Master, y me han ofrecido un puesto de trabajo en Alemania”. La anciana preguntó: “¿Eso es bueno para ti?” Pedro contestó: “Es una oportunidad estupenda para empezar a trabajar y labrarme mi futuro”. La anciana entonces preguntó: “¿Y cuál es el problema?” Pedro bajó los ojos y contestó: “No creo que sea lo que quieran mis padres…”. La anciana preguntó: “¿Qué crees que quieren tus padres?” Pedro suspiró y dijo: “Ellos tienen una tienda de barrio de ultramarinos. Llevan toda la vida allí y todos los vecinos van a comprarles. Quieren descansar y que yo me haga cargo de la tienda”. La anciana preguntó: “¿Ellos te lo han pedido?” Pedro respondió: “No con esas palabras, pero les veo cansados. Me pongo en sus zapatos y entiendo que quieran descansar y que yo me ocupe de la tienda”. La anciana le preguntó: “¿Y qué pasa con la oportunidad en Alemania?” Pedro bajó los ojos y dijo: “Tendré que rechazarla. Al ponerme en sus zapatos, les entiendo y no puedo decirles nada”.

La anciana pensó unos instantes y dijo: “Se te ve buena persona y parece que quieres mucho a tus padres”. Pedro asintió y la anciana le preguntó: “¿Les pedirías a tus padres que hicieran algo que no quieren, solo para tú estar bien?” Pedro la miró extrañado y respondió: “Creo que no. No sé a dónde quieres llegar…” La anciana siguió hablando: “Parece que eres muy empático al ponerte en los zapatos de tus padres para tomar tus decisiones. Pero no dejas que ellos se pongan en los tuyos. Ni siquiera te pones tú en tus zapatos. Mira, la empatía o el ponerse en los zapatos de otro se suele hacer para buscar el bienestar de esa persona, no para tu propio beneficio. Si dejaras que tus padres se pusieran en tus zapatos, estoy segura de que ellos querrían que te fueras a trabajar a Alemania, porque eso es bueno para ti. Pero lo más importante es que tú te pongas en tus propios zapatos para tomar decisiones importantes en tu vida. Eres tú el que vas a viajar o no y eres tú el que tienes que decidir desde ti, desde tus zapatos, lo que vas a hacer”.

Pedro reflexionó unos instantes lo que le había dicho la anciana y dijo finalmente: “Tienes razón. Todo el tiempo me he puesto en los zapatos de mis padres y en ningún momento me he puesto en los míos. Ahora mismo voy a hablar con ellos y contarles que quiero irme a Alemania a buscar mi futuro. ¡Muchas gracias por tus palabras!”