Reflexionando

Reflexionando

Ana y Juan, dos profesores de Primaria, estaban comiendo juntos en la sala de profesores de la escuela donde trabajaban, comentando cómo les había ido el primer día de la vuelta al colegio. Cuando Ana comentó que estaba contenta con los nuevos alumnos que le habían tocado, Juan le dijo: “Has tenido mucha suerte. Te han tocado todos buenos. Sin embargo, a mí me han tocado unos “trastos” que no va a haber quien los aguante…”. Ana, sorprendida, le preguntó: “¿A qué te refieres cuando dices que te han tocado unos “trastos”?” Juan contestó: “Pues que tengo tres o cuatro alumnos que creo que me van a dar muchos problemas este curso. Son un desastre”.

Ana, poniéndose seria, le dijo: “Vamos a ver Juan. Dime en qué te basas para decir que esos niños son un desastre”. Juan, entonces dijo: “Parece que nunca has tenido niños así, Ana. Éstos, mientras yo estaba dando la clase, se reían, hablaban con otros, tiraban al suelo los lápices, … No me prestaban atención y hacían que otros tampoco me atendieran, ya que les miraban a ellos. Vamos, un desastre”.

Ana, reflexionando sobre lo que acababa de decir Juan, dijo: “Juan, si me permites que te de mi opinión, creo que hay algo que no estás haciendo bien”. Juan la miró extrañado y le dijo: “Continúa, te escucho”. Ana entonces le dijo: “Mira, yo también tengo algún niño en mi clase que, cuando llevo media hora de lección, se cansa y se distrae. Pero yo no pienso que son unos trastos ni que son desastres. Son niños, y parte de mi trabajo consiste en, además de enseñarles, procurar hacer que la clase sea amena”. Juan le dijo: “Ana, yo también procuro hacer mi clase amena, pero creo que con éstos no tengo nada que hacer…” Ana, entonces, le preguntó: “Juan, ¿puedo preguntarte algo personal?” Juan asintió y Ana continuó: “¿A ti te han llamado “trasto” o te han dicho que eras un desastre alguna vez?” Juan, poniendo cara triste, le dijo: “Pues sí, mi padre me lo dijo muchas veces”. Ana le dijo: “Ya veo que no te gustaba mucho que te lo dijera. Mira, los niños son alegres, inquietos, pero no son “trastos” ni “desastres”. Estoy segura de que tú no te portabas mal todo el tiempo, ¿verdad?” Juan contestó: “La verdad es que yo creo que yo no era malo. Pero cuando metía la pata, mi padre me decía eso”. Ana dijo entonces: “Ahí está el problema Juan. Tú no eras un desastre. Podías equivocarte alguna vez, como todos hemos hecho en nuestra infancia, pero eso no significaba que éramos unos trastos. Los padres, y nosotros, los profesores, tenemos que acostumbrarnos a calificar los hechos, no a las personas. Si un niño hace algo mal, hay que decirle que lo que ha hecho está mal, no que él es malo. Así le estás diciendo que no todo lo que hace está mal, porque no es así. Si les señalamos lo que no han hecho bien, sin juzgar a la persona, estamos protegiendo su autoestima”.

Juan, reflexionando sobre todo lo que Ana había dicho, añadió: “Tienes razón Ana. A mí me hubiera gustado que mi padre me dijera lo que yo hacía mal, no que me dijera simplemente que yo era un desastre. Yo hacía cosas bien. No siempre me equivocaba… Y estoy haciendo con mis alumnos lo que mi padre hacía conmigo… Muchas gracias, Ana. A partir de ahora, voy a llamar la atención a mis alumnos sobre lo que hayan hecho, sin ponerles ningún calificativo. Gracias por hacérmelo ver”.