¡Conozcamos a Lucas!

Érase una vez, en un pueblecito de una montaña, vivía un hombre llamado Lucas. Todos en el pueblo le conocían bien porque siempre tenía tiempo para ayudar a todos, de tal manera que cada vez que alguien necesitaba un favor, siempre llamaban a Lucas, pues sabían que podían contar con él. Siempre estaba disponible, a cualquier hora del día o de la noche.

Un día, llegó al pueblo un anciano sabio y venerado, que estaba recorriendo el país. Preguntó dónde podía quedarse a dormir una noche y todos le dijeron al unísono: “¡en casa de Lucas!”. Le llevaron hasta allí y cuando el anciano entró, le preguntó a Lucas si podía quedarse en su casa esa noche. Lucas dijo: “como desees”. Entonces el anciano le preguntó si él quería tenerle como huésped esa noche en su casa. Lucas se extrañó por la pregunta, ya que ya había accedido a que se quedara y le dijo que no le entendía. El anciano entonces le dijo que quería saber si a él le agradaba el tenerle como huésped esa noche. Lucas le contestó que eso no importaba, que él hacía muchas cosas que no le agradaban, solo porque todos esperaban que las hiciera.

El anciano le pidió a Lucas que siguieran hablando sentados, con una taza de té o de café delante, y le preguntó a Lucas qué le gustaba tomar. Lucas le dijo que tomaría lo mismo que él tomase. El anciano le preguntó entonces si prefería café o té. Lucas se quedó muy confuso. Por primera vez desde hacía mucho tiempo alguien le preguntaba lo que le gustaba a él, y no sabía qué contestar. Sus pensamientos sobre lo que los demás querían y esperaban de él le consumían mucho tiempo, tanto que descuidaba sus propias cosas, aunque luego se sintiera mal por ello.

El anciano, al verle así, le dijo que algunos niños, para ser aceptados y queridos, omiten lo que quieren y simulan lo que ellos creen que los mayores esperan de ellos. Luego crecen y siguen actuando igual, lo que les hace infelices. Lucas no sabía qué decir, pero seguía escuchando atentamente.

El anciano le dijo a Lucas que no es necesario complacer ni agradar a todos. Además de que, por otro lado, es normal no caer bien a todos. Le dijo que podía complacerse a sí mismo, y, cuando lo hiciera, se daría cuenta que los verdaderos amigos le aceptarían tal y como es.

Lucas agradeció al anciano todo lo hablado y desde ese momento empezó a cambiar. Cada día fue conectando consigo mismo y averiguando lo que quería y no quería hacer, actuando en consecuencia. Y a la vez descubrió que en el pueblo seguía siendo muy querido por todos, aunque ya no estuviera disponible a cualquier hora…