¡¡¡Tú puedes superar tus pérdidas!!!

Todos hemos pasado por momentos difíciles al perder a alguien importante en nuestras vidas, así como también nos hemos enfrentado a pérdidas importantes para nosotros, como puede ser trabajo, salud o bienes….

El duelo, como dice la palabra, “duele”, y ese dolor aparece en mí cuando me doy cuenta que he sufrido una pérdida importante, y termina cuando he superado esa pérdida, cuando la he aceptado y he aprendido a vivir sin ello. Es un proceso natural del ser humano y no se puede escapar de él, ya que, si lo evitas, para no sufrir, tarde o temprano aparecerá de nuevo.

¿Cuánto dura un duelo? Depende de la personalidad de cada individuo, si la pérdida es pequeña o grande, del apego que tenías a esa persona, de tu forma de afrontar los problemas, etc. Cada uno tiene sus propios tiempos, pero según los técnicos, el duelo por un ser querido dura de uno a dos años. Así pues, no hay que tener prisa.

Si has perdido a alguien, te has separado o divorciado, has perdido tu trabajo, o simplemente te enfrentas a una pérdida importante en tu vida, quizás te sirvan estas orientaciones:

– Permítete sentirte mal. No reprimas las lágrimas, ya que te ayudan a liberar tensión.

– No tomes decisiones importantes en estos momentos. Déjalas para más adelante, para cuando puedas pensar con más claridad.

– Confía en ti y en tus recursos. Recuerda todas las veces que te has enfrentado a situaciones difíciles y las has superado.

– Habla de lo que pasó, de las circunstancias, ya que te ayudará a ir aceptando la situación.

– No quieras terminar antes de tiempo, sé paciente, respeta tus tiempos y haz que los demás también lo respeten. No permitas que vengan a decirte que ya tendrías que haberte recuperado.

Y si después del primer año, sigues bloqueado/a, sintiéndote mal, pide ayuda psicológica.

Por último, cuando todo haya pasado, permítete ser feliz, disfrutar, divertirte, etc. sin sentirte culpable. Tu vida sigue y te quedan cosas maravillosas por vivir.

¿Te puedo ayudar?

¿Te gusta ayudar a los demás? ¿Eres de los que van ofreciendo su ayuda a todo el que se cruza en tu camino? Ayudar a los demás es muy gratificante para el que presta la ayuda y para el que la necesita de verdad.

Sin embargo, cuando vamos a ayudar a alguien, es bueno tener en cuenta algunas cosas y tener claros algunos conceptos.

Cuando quieras ayudar a alguien, ofrecer tu ayuda, piensa que esto no siempre significa que puedes ser de ayuda a esa persona. Párate a pensar cuáles son tus motivos. Si buscamos consolar y animar a alguien que está de duelo, quizá nos estamos sintiendo mal por el sufrimiento del otro y buscamos sentirnos nosotros mejor, aliviando el del otro, sin tener en cuenta que cada persona tiene sus tiempos para elaborar sus pérdidas. En estos casos, se ayuda más acompañando y escuchando al que está triste, sin hacer nada más.

Si partimos de nuestra propia necesidad, es decir, de necesitar que nos necesiten para que nuestra vida tenga sentido, haremos más de lo que nos corresponde hacer a la vez que nos hacemos exigentes con los demás, pues les exigimos la misma entrega que nosotros tenemos.

Otro punto a tener en cuenta es que, cuando voy a ayudar a alguien, parto de la posición de que yo sí sé lo que te pasa a ti y sí sé qué necesitas, y tú no lo sabes (sin tener en cuenta que yo puedo equivocarme). Nos sentimos muy importantes al ayudarles y, a la vez, a ellos los hacemos dependientes de nosotros, con lo que les privamos de la posibilidad de que ellos mismos sean los que encuentren la respuesta a lo que les preocupa y de que sientan esa satisfacción interna de haber podido ellos solos solucionar sus problemas (porque ellos sí saben qué les pasa). Por tanto, pregúntate primero si te han pedido ayuda o están intentando encontrar ellos solos la solución, porque casi siempre, la mejor ayuda es acompañar y no ayudar.

Con todo esto lo que quiero decir es que sí es bueno ayudar, pero no decidiendo por el otro sino ofreciéndole apoyo e ideas que le permitan a él encontrar sus propias soluciones.

Tu opinión es importante.

A lo mejor te reconoces en alguna de estas conductas: cambiar de forma de pensar o suavizar lo dicho ante la desaprobación de alguien, adular al otro aunque no estés de acuerdo con él o ella para recibir cariño, sentirte triste cuando no te dan esa aprobación, comprar algo que no quieres o no te gusta, por sentirte intimidado por un vendedor agresivo, pedir permiso a tu pareja o a tus padres para hacer algo porque temes su desagrado, etc. Todas estas actividades se suelen hacer para buscar la aprobación de los demás.

Los niños pequeños necesitan la aprobación y aceptación de sus padres. Su apoyo les ayuda a crear confianza en ellos mismos. Y esta aprobación debe ser dada libremente, no como premio a la buena conducta, para que no confundan su propio valor como personas con tener o no tener esa aprobación.

Claro que nos gusta que nos alaben, nos adulen, y nos reconozcan, pero si para ti es una necesidad, si no consigues esa aprobación te sentirás triste, hundido e inmovilizado. Pensarás que no vales nada y con ello estás diciéndote a ti mismo que te importa más lo que los demás piensen de ti que lo que tú piensas de ti mismo/a. Además, la otra persona tiene en sus manos un gran poder de manipularte, ya que puede usar esa aprobación para que te comportes como él o ella quieran.

Fíjate en cómo hablas, ¿eres de los que, tras dar tu opinión preguntas pidiendo aprobación? (como por ejemplo: “es una idea estupenda, ¿no?”).

Es importante que te des cuenta que es imposible vivir complaciendo a todos, sin provocar la desaprobación de alguien. Siempre habrá alguna persona que no esté de acuerdo contigo, digas lo que digas, hagas lo que hagas y pienses lo que pienses. Y si alguien te dice que le desagrada lo que has dicho, acepta lo que te dice y reflexiona, pues siempre nuevas ideas pueden enriquecerte y completar tu pensamiento.

Por último, recuerda que tú vales por lo que eres, por lo que sientes, por lo que piensas, por lo que haces y dices… por todo tú.

¡¡¡PUEDES!!!

¿Cuántas veces has querido hacer algo, enfrentarte a una situación que considerabas difícil, hablarle a ese chico o esa chica y decirle lo que sientes, pedir un aumento de sueldo, o simplemente, exponer ante un grupo tus opiniones? Te dices a ti mismo que no puedes, que quieres de verdad hacerlo pero es superior a ti y no puedes.

Hay un cuento muy bonito e ilustrativo, que Jorge Bucay relata en su libro “Cuentos para pensar”. El cuento se llama “El elefante encadenado”, (Bucay, 2002). Resumiendo un poco, la historia habla de un niño que, cada vez que iba al circo, se preguntaba porqué el elefante, ese animal tan grande y con tanta fuerza, estaba sujeto solamente por una cadena alrededor de una pata y con una pequeña estaca clavada en el suelo. No entendía cómo no huía tirando de la estaca, cuando es un animal que puede derribar árboles. Cuando preguntaba a los adultos, le decían que estaba amaestrado. Pero si estaba amaestrado, no tendrían que encadenarle… Un día por fin encontró la respuesta: el elefante del circo no escapaba porque ha estado atado a una estaca parecida desde que nació. Desde pequeño, el elefantito tiró y tiró día tras día de esa cadena y de esa estaca sin poder soltarse, hasta que un día terrible y desafortunado aceptó su impotencia y se resignó. Ahora, de adulto, aún sigue creyendo que no puede y jamás se ha vuelto a cuestionar lo contrario.

Cuando éramos pequeños, abiertos a experimentar lo nuevo, probamos a hacer muchas cosas que, por la edad que teníamos o por las circunstancias de entonces, no pudimos conseguir, y entonces grabamos en nuestro recuerdo esa impotencia, ese “no puedo”. Luego crecimos, nos hicimos adultos, y algunos de nosotros no nos dimos cuenta que tanto nosotros como las circunstancias han cambiado. Hemos seguido con ese recuerdo de que no podíamos, y no lo hemos vuelto a intentar.

La buena noticia es que sí puedes, si de verdad quieres. Sólo tienes que dejar a un lado aquella experiencia del pasado e intentarlo de nuevo, poniendo todo tu empeño.

Y recuerda, todos tenemos capacidad para hacer muchas cosas, sólo tienes que creer que puedes hacerlo y así pondrás los medios y recursos necesarios para ello y lo conseguirás.

Mejor acompañados que solos.

Empieza el verano, y llega el buen tiempo, las vacaciones, las ganas de salir, de quedar con amigos, de divertirnos, etc. Tener amigos, apoyo social, es muy importante en nuestras vidas. Un amigo te acepta tal como eres, te escucha, te ayuda, llora contigo cuando estás triste y ríe contigo cuando estás alegre. Y lo mismo haces tú con él.

Todos queremos tener amigos/as, pero hay algunas personas que les cuesta un poco más hacer nuevas amistades. Si te encuentras entre ellas, quizás te ayuden estas orientaciones:

– Antes de “lanzarte” a conocer nuevos amigos/amigas mira en tu interior y conócete mejor. Reconoce tus puntos fuertes, tus gustos, tus pasiones, tus hobbies y eso te dará una idea de dónde buscar personas con las mismas pasiones y hobbies, para que tengáis mucho que compartir y disfrutar.

– Cuando empieces a conocer gente, escúchales, interésate por lo que dicen, en vez de hablar exclusivamente de ti mismo/a.

– Dirígete a ellos/ellas por su nombre, así mostrarás cercanía.

– Si alguna vez te preguntan tu opinión sobre un tema delicado, y crees que tu respuesta pudiera molestar al otro, piensa primero y, siendo fiel a tus ideas, suavízala para que al final os entendáis y os sintáis bien.

– Piensa que es muy difícil que todos opinen igual que tú, así que acepta que los demás son diferentes y recuerda que ambos os podéis enriquecer con esas diferencias.

Por último recuerda que la amistad es una relación de dar y recibir. Ayuda a llenar la necesidad de las personas de estar acompañados y sentirse comprendidos y queridos. Es una fuente de disfrute y enriquecimiento personal, aprendemos a dar y recibir cariño, a ser más generosos, a desarrollar nuestra empatía, poniéndonos en el lugar del otro, pero además podemos aprender de las experiencias del otro, de sus conocimientos y vivencias

¡Di adiós a la culpa y hola a la responsabilidad!

¿Cuántas veces te has sentido mal por algo que has hecho o has dejado de hacer y que ha causado daño a ti o a otras personas? Te puedes sentir triste, angustiado/a, o quizás puedes llegar a bloquearte o deprimirte, además de perderte el presente, tu presente, por seguir con tu mente en ese hecho o situación del pasado.

O puede que tengas tendencia a culpabilizar a los demás de hechos que has realizado tú, para eludir la responsabilidad y las consecuencias de dichas acciones, creyendo así que estás salvando la aceptación de los demás. Pero así no te vas a sentir mejor, ya que no estás siendo fiel a tus valores y principios.

Entonces, ¿qué puedes hacer? Puedes utilizar ese sentimiento de culpa para reflexionar, pedir perdón, aprender, crecer y convertirte en la persona que quieres ser. Así habrás cambiado el sentimiento de culpa por el de responsabilidad. Repara el daño que has hecho, con palabras y/o acciones. Y si la persona a la que queremos resarcir ya no está presente, podemos hacer algo en nombre de ella o podemos compensar a terceras personas.

Y después de asumir responsabilidades por lo que hiciste y reparar el daño, decide lo que vas a hacer para asegurarte de que tus actos futuros estén en armonía con tus principios. Entonces podrás perdonarte a ti mismo para liberarte del sufrimiento.

Es importante tener en cuenta el diferenciar entre la culpabilidad justificada, esa que sentimos cuando hemos cometido una falta con un perjuicio real a alguien, y la culpabilidad que se siente sin haber cometido una falta, como por ejemplo la persona que se siente culpable por la enfermedad de un ser querido, por no ser tan brillante como su hermano, por no visitar a sus padres más a
menudo, etc. Aquí también pueden entrar en juego frases que te repitieron una y otra vez cuando eras más pequeño/a, como “tienes que esforzarte más para ser como tu hermano” o “si no vienes a verme, me sentiré muy mal”. Quieren hacerte sentir culpable si no haces las cosas como ellos quieren o simplemente quieren aprovecharse de ti. Tú no tienes el poder de hacer feliz o infeliz a otra
persona. Ni ella a ti. Cada uno es responsable de lo que siente. No es la situación o las persona las que nos hacen infelices o sentirnos culpables sino lo que yo pienso de esa situación o de esas personas. Por eso es tan importante que nos hagamos responsables de nuestros actos, aprendiendo a tomar contacto con nosotros mismos. Así sentiremos que somos maravillosos por lo que somos, no por lo que hagamos.

Libro: Cuando digo no, me siento culpable

Ahora os presento el libro “Cuando digo no, me siento culpable”, de Manuel J. Smith. Este es un libro que, con técnicas sencillas, nos ayuda a decir lo que pensamos y sentimos sin dejarnos manipular por el otro. Esta es la contraportada. ¡Adelante!

“Tanto en nuestra vida profesional como en la social o familiar, todos nosotros tenemos constante necesidad de relacionarnos con otras personas. Unas relaciones que a veces se convierten en una tortura: cuando sentimos que manipulan nuestra voluntad para plegarla a sus proyectos… y, aun sabiéndolo, somos incapaces de negarnos. A partir de técnicas conductistas, Cuando digo no, me siento culpable ofrece un método fácil y de excelentes resultados para afirmar los propios derechos y aspiraciones sin necesidad de manipular los ajenos, y sin tener las frustrantes reacciones defensivas que, a veces con incomodidad, experimentamos”.

(Smith, M.J. (2011). Cuando digo no, me siento culpable. Barcelona: Debols!llo Clave).

¿Te quieres? ¿Te aceptas? ¿Te valoras?

¿Cuántas veces hemos oído desde pequeñitos a nuestros padres decirnos “Piensa en los demás”, “Comparte”, “No seas egoísta”…? Hemos crecido pensando que los demás eran siempre más importantes que nosotros y hemos actuado en consecuencia, para que nos dijeran “¡qué buena persona eres!” en vez de “¡qué egoísta eres!”.

Sin embargo, el darte a los demás, el amar a los demás, tiene mucho que ver con cómo te quieres a ti mismo, cómo reconoces lo que vales. Lo verás claramente con el siguiente ejemplo: Imagina que viene un amigo o amiga y te pide una herramienta para arreglar algo, o un paraguas porque empieza a llover, etc. Vas al armario y se lo dejas, porque sabes que lo tienes. Ahora imagina que viene a pedirte un collar de diamantes, para una fiesta, o que le dejes 30.000 euros para unos pagos que tiene que hacer. Por mucho que quieras ayudar a tu amigo/a, difícilmente puedes darle algo que no tienes. De la misma manera, si no te quieres a ti mismo/a, si no te crees valioso/a, ¿qué valor puede tener el amor que das? Tampoco podrías recibir amor porque nadie da amor a quien no se ama a sí mismo, ya que los demás aprenden a tratarte viendo cómo te tratas a ti mismo. Es por ello que hay que empezar por amarse a uno mismo, aceptarse, valorarse, para poder dar, darse a los demás.

Otra idea importante es que no debes confundir tu valor como la persona única en el mundo que eres, con tu comportamiento o con el comportamiento que los demás tienen contigo. Tu valía no depende de lo que los demás piensen. Tú eres quien decide lo que tú vales, y no necesitas que los demás te lo digan, te apoyen o te refuercen. Así, si no obtienes ese refuerzo, tu autoestima no se verá afectada.

Algo a tener en cuenta es que si nos aceptamos como somos, con nuestras virtudes y nuestros errores, no quiere decir que debamos aprobar todo lo que somos. La aceptación es el primer paso para cambiar lo que no nos gusta de nosotros mismos. Y al igual que cuando tenemos que corregir a otras personas no queremos hacerles daño, deberíamos actuar igual con nosotros mismos y tratarnos con respeto y amor.

Por último, tened cuidado con rechazar los elogios que recibáis de vuestras habilidades, vuestros talentos, diciendo que no es nada, que es gracias a mi marido, mi mujer, mi amigo, etc. El aceptar los cumplidos forma parte importante del valorarnos y querernos. Puedes contestar con un “gracias” y aceptar ese refuerzo porque ¡te lo mereces!

Libro: El Camino de las Lágrimas

El libro que quiero compartiros ahora es: “El Camino de las Lágrimas”, de Jorge Bucay. Es un libro maravilloso y sencillo que nos ayuda a entender qué está pasando en nuestro interior cuando tenemos una pérdida, ya sea por muerte de un ser querido, por separación o divorcio, por pérdida de trabajo o cualquier cambio importante en nuestras vidas. Aunque son etapas difíciles, quiero aseguraros que se sale de ellas. El camino y la salida es mejor si lo haces acompañado o acompañada de un terapeuta. Esta es la contraportada de esta edición. ¡Espero que os ayude!

“La autodependencia, el amor, el dolor y la felicidad son los cuatro caminos que, según Jorge Bucay, conducen a la plenitud del ser humano, cuatro trayectos que cada uno ha de recorrer desde su experiencia personal y a su propio ritmo. El Camino de las Lágrimas es el más duro de los caminos, el del duelo y las pérdidas, pero es imprescindible porque no podremos seguir rumbo si no dejamos atrás lo que ya no está con nosotros.”

(Bucay, J. (2003). El Camino de las Lágrimas. Barcelona: Debols!llo).

Ser capaz de conseguir lo que quieras.

A veces, queremos hacer muchas cosas y nos damos cuenta que ha terminado el día y no hemos hecho ni la tercera parte de lo que queríamos hacer. Quizás se trata de objetivos en el trabajo, de estudiar para un examen, tareas a hacer en casa, o búsqueda de trabajo, por ejemplo. Empezamos a pensar que hemos perdido el tiempo, o que quizás necesitamos un día de 30 horas en vez de 24. ¿Qué nos ha pasado? Le damos vueltas, nos preocupamos, nos agobiamos y acabamos culpabilizándonos por no haber hecho todo. Y así un día tras otro.

La preocupación nos hace sentir mal y nos paraliza. En vez de “pre-ocuparnos”, podemos “ocuparnos” de lo que queremos hacer. ¿Pero cómo? Aquí tienes algunas ideas:

– Puedes empezar por averiguar cuál es tu meta, tu propósito. Piensa en lo que quieres hacer, no en lo que no quieres hacer. Piensa en lo que harás, en vez de fumar, enfadarte, quejarte, agobiarte…

– Examina tus objetivos. ¿Son demasiado amplios? ¿Demasiado grandes? ¿Demasiado inalcanzables? Es mejor empezar por objetivos fáciles y asequibles a corto plazo. El conseguirlos nos animará a seguir adelante con el resto.

– Crea un plan. ¿Qué harás? ¿Cuándo lo harás? ¿Cómo lo harás? Es importante que concretes. No es lo mismo decir “Quiero aprobar el examen” que decir “voy a estudiar de lunes a viernes desde las siete hasta las once y los sábados, todo el día”. Y responsabilízate de cumplir ese plan.

– Párate a pensar qué te está paralizando. Puede que si lo miras desde otra perspectiva, se vea mejor, más claro. Si te agobia el tener que atravesar un bosque muy grande, céntrate en el primer árbol, luego el segundo, luego el siguiente. Y así hasta que descubras que lo has atravesado casi sin darte cuenta.

– No te boicotees a ti mismo. No pongas excusas para no hacer nada o te conformes con decir “lo he intentado”. Tienes los recursos necesarios para conseguir lo que te propongas. Si quieres hacerlo, hazlo, no lo intentes.

Y si en alguna etapa del camino fracasas, no lo tomes como algo definitivo. Busca que puedes aprender de la situación, examina tu plan por si puedes mejorar algo y vuelve a “ocuparte” para conseguir tus objetivos, tu meta