Te acompaño.

Todos tenemos amigos que nos cuentan sus problemas, sus preocupaciones, o lo que les ronda la cabeza en ese momento. Necesitan desahogarse, ser escuchados y escucharse a sí mismos, para poder ver un poco de claridad entre tanta penumbra. Buscan nuestro acompañamiento. Pero no todo el mundo sabe acompañar.

Cuando alguien viene a contarnos un problema que tiene, muchas veces nuestro primer impulso es señalarle el fallo que ha tenido, y juzgarle, sin escuchar toda la historia. Empezamos a adivinar qué ha pensado esa persona y cómo ha transcurrido todo, como si pudiéramos meternos en su cerebro y supiéramos exactamente cómo ha sucedido todo. Entonces, juzgamos sus acciones y le hacemos sentir peor de cómo se siente, para luego darle la solución a su problema, sintiéndonos contentos de haberle ayudado. ¿Pero realmente le hemos ayudado?

Lo primero que tenemos que tener en cuenta es que nosotros no podemos “entrar” en la mente de nadie, por lo que no podemos saber a ciencia cierta cómo se siente esa persona y porqué ha actuado así. Tampoco estábamos presentes cuando ha ocurrido el problema que nos están contando, con lo que no tenemos todos los detalles necesarios para tener una idea exacta de qué ha pasado. Y, sobre todo, ser conscientes de nuestra necesidad de ayudar a los que vienen a contarnos algo, y ser capaces de darnos cuenta de que ellos no siempre buscan que les solucionemos el problema. Muchas veces sólo quieren que les escuchemos, sin decir nada.

Por tanto, lo primero que hay que hacer es escuchar. Y si nos piden nuestra opinión o un consejo, debemos estar seguros de que nos han dicho todos los detalles necesarios para poder tener una idea bastante clara de la situación. Es importante que nos centremos en los hechos y no juzgar al otro, ya que, si no, le pondremos a la defensiva y ya no nos escuchará más, con lo que no podremos ayudarle. Es decir, es mejor decir: “como lo has hecho hasta ahora, no parece que te haya ayudado mucho” a decirle: “eres un desastre”.  Además, es importante reflexionar bien antes de hablar, ya que podemos darle una solución que nos vendría bien a nosotros, pero no siempre les puede venir bien a los demás.

Otro problema añadido es que, si acostumbramos a alguien a que le resolvamos todo, se hará dependiente de nosotros y no hará nada sin preguntarnos, con lo que nos cargaremos también con sus problemas. Además de que nos hará responsable de sus decisiones y de sus fracasos.

¿Entonces, qué podemos hacer? Lo mejor es acompañar, escuchar y ayudarle a reflexionar para que él encuentre sus propias soluciones y sea responsable de sus decisiones. ¿Y cómo se hace eso? Haciéndole preguntas que le ayuden a pensar o a ver el problema de otra manera y a sacar nuevas conclusiones.