¡Hoy es Nochebuena!

Juanjo era un chico de 20 años, de un pueblecito de Almería, del que salió hacía ya dos años, para venir a Madrid a estudiar Medicina, su gran pasión. Allí dejó a unos padres, ya bastante mayores, a los que echaba de menos y a los que les mandaba cuando podía un poco de dinero. Por las mañanas iba a clase y por las tardes trabajaba de dependiente en una pequeña tienda de alimentación del barrio donde vivía, para poder pagarse los estudios y el alquiler de su pisito. En la tienda siempre tenía una sonrisa, una palabra bonita, un gesto amable para los clientes y aunque había cerca un supermercado grande, la gente seguía yendo a la pequeña tienda y charlaban un poco con Juanjo.

Un día por la tarde, José, su jefe, le dijo que recogiera todo, que cerrarían en media hora. Juanjo, se sorprendió mucho y le preguntó qué pasaba. José le dijo que era Nochebuena y que era un día de estar con los seres queridos. Juanjo se llevó las manos a la cabeza. ¿Cómo se le podía haber pasado que era Nochebuena? Entre el trabajo y los estudios, ni siquiera miraba el calendario. José le preguntó qué iba a hacer esa noche y Juanjo le dijo que prepararía algo de cena en casa y llamaría por teléfono a sus padres. José le dijo que se viniera a su casa a cenar con su mujer. Juanjo, se lo agradeció pero dijo que no, ya que no quería molestar. José no volvió a insistir y se alejó pensativo hacia la parte de atrás de la tienda.

Cuando ya estaba todo recogido, Juanjo compró cinco botellas de sidra y cinco turrones, se despidió de José y se fue a casa. Cuando llegó a su bloque, conforme subía las escaleras, fue dejando una botella de sidra y un turrón en la puerta de cada pisito, llamaba al timbre y salía corriendo para que no le vieran. Cuando llegó al suyo, estaba cansado pero contento. Siempre le gustaba tener algún detalle con sus vecinos pero nunca se dejaba ver. Entró en casa, habló con sus padres por teléfono, y se sentó en la cocina. Como no se había acordado que era Nochebuena, no había preparado nada especial. Miró en la nevera, vio que le quedaba algo de las lentejas que se hizo el día anterior y decidió cenar eso. Cuando iba a calentarlas, sonó el timbre de la puerta. La abrió y no había nadie. Entonces miró al suelo y vio un queso, chorizo, salchichón y caña de lomo. Encima tenía una nota que decía “Feliz Navidad”. Se sorprendió mucho, ya que nunca le habían regalado nada. Cogió todo y, cuando lo estaba guardando, tocaron el timbre de nuevo. Fue a abrir y solo encontró en el suelo una bandeja con gambas, con otra tarjeta de “Feliz Navidad”. Acababa de cerrar la puerta cuando llamaron de nuevo y, pensando qué se encontraría ahora, abrió y vio a José, su jefe, con su esposa. José le dijo que para ellos sería un gran honor el poder compartir con él la cena que traían, y se habían encontrado una cesta de Navidad en la puerta, con una nota de “Feliz Navidad”. Juanjo se emocionó. José y su mujer le abrazaron y le dijeron que toda la bondad que él tenía con los demás le estaba volviendo con creces. Aquella noche fue inolvidable y, a partir de aquel día, Juanjo, aun estando lejos de su familia, se sintió muy querido y acompañado por todos los que le conocían.

¡Feliz Navidad!”