Historias de Navidad.

Érase una vez, en un país lejano, había un pueblecito en el que todos sus habitantes se conocían y disfrutaban mucho celebrando las fiestas navideñas. Les gustaba adornar las casas con luces de colores y guirnaldas. Las calles se llenaban de color, se hacían fiestas, se celebraban comidas de empresa, se repetían los encuentros con amigos, se preparaban cenas familiares, y muchos salían de tiendas para comprar regalos. Eran días de hacer muchas cosas y de ver a seres queridos.

Pero un año, las cosas no fueron bien para muchos de sus habitantes y, cuando llegó el momento de empezar a adornar todo, los ciudadanos no tenían medios ni ánimo, ya que no encontraban nada de lo que alegrarse.

El Alcalde de este pueblo, un anciano de barba blanca, muy querido por todos, también decidió no poner luces por las calles, para recortar gastos. Pero observaba a sus ciudadanos con mucho pesar y se puso a reflexionar acerca de qué podía hacer él para animarles.

Un día se le ocurrió algo: Emitió un Edicto en el que decía que ese año sólo se iba a decorar el gran Abeto que estaba en la plaza del pueblo. Y, para decorarlo, pidió a todos los habitantes del pueblo que pensaran en una cosa que quisieran regalar a la Humanidad, y que, el día antes de Navidad, trajeran algo que lo simbolizara, para colgarlo del árbol.

Tras la sorpresa del primer momento, empezaron a llegar niños con algún juguete, para simbolizar que querían regalar Juegos a la Humanidad. El panadero trajo un cesto con barras de pan, simbolizando su regalo de alimento al mundo. La señora de la mercería trajo varias mantas para simbolizar que regalaba calor. El carnicero trajo varios pavos y gallinas, el lechero trajo varios litros de leche, la tienda de juguetes trajo varias muñecas y coches, la pastelería trajo turrones y mantecados, la tienda de frutos secos, trajo muchas almendras…. Parecía que cada vez que llegaba alguien después de otro, éste último traía más cantidad de cosas que el anterior.

Así estuvieron todo el día, y por la tarde, el Alcalde los reunió a todos alrededor del gran Abeto. Les dio las gracias a todos por lo que habían traído, y dijo que estaba muy contento de ser el Alcalde de un pueblo donde, aun habiendo pasado un año difícil, sus ciudadanos eran ricos en algo muy valioso: la generosidad.

Todos se quedaron callados al escuchar a su Alcalde. De pronto, el panadero se acercó al Abeto, cogió el cesto con barras de pan, y se puso a repartirlas entre todos, especialmente entre aquellos vecinos que él sabía que no podían comprarle pan para la Nochebuena. Al verle, el carnicero hizo lo mismo, y luego el lechero, y todos los demás. En un momento, el Abeto quedó sin nada bajo su copa, pero los ciudadanos siguen recordando esa fecha como la mejor Navidad que habían vivido en el pueblo.

¡Feliz Navidad!