“¡Puedo volar!

Érase una vez, en lo alto de una gran montaña, había un nido de águilas bien hermoso. Un día de primavera mamá águila estaba feliz porque su hijo acababa de romper el huevo y veía la luz por primera vez. Era un bebé águila muy esperado, ya que sus padres habían perdido los últimos huevos que pusieron, así que estaban muy contentos de poder criar a su nuevo bebé. Su madre se volcaba en cuidarlo y protegerlo, mientras que su padre le traía constantemente comida y agua.

El bebé creció rápidamente, pero sus padres seguían protegiéndolo y trayéndole mucha comida, con lo que él no tenía que hacer nada, solo comer y dormir. Las demás parejas de águilas lo miraban, extrañados de que no saliera a volar y cazar, pero él no se preocupaba de nada. Tenía todo lo que necesitaba allí en el nido.

Un día, se despertó temprano y hambriento, pero no vio nada para comer cerca. Buscó a sus padres, y, al ver que no estaban, empezó a llamarles. Estuvo un rato largo llamándoles, pero no acudió nadie. Pasaban las horas y seguía solo. Empezó a preocuparse ya que cada vez tenía más hambre. Acercó la cabeza fuera del nido y se asustó al ver la altura a la que estaba. ¿Cómo era posible que sus padres salieran del nido sin preocuparles el caerse? Siguió esperando, hasta que el hambre que sentía le hizo pensar en intentar salir a buscar algo. Con cuidado, se acercó al borde del nido, abrió las alas como siempre había visto que hacían sus padres y se lanzó al vacío. Se tambaleó un poco, pero enseguida vio que planeaba. ¡Podía volar! Miró hacia el suelo y vio algo que podía comer. Se acercó, lo cazó y se lo comió. ¡Estaba contentísimo de haber podido salir y encontrar comida él solo, sin ayuda de nadie! Siguió cazando y comiendo, hasta que se cansó y volvió al nido. Allí se encontró con sus padres, que lo miraban felices. Él les contó que había volado y cazado, pero que pasó mucho miedo al principio. Sus padres le dijeron que él sabía volar y cazar desde siempre, que estaba en su naturaleza, y que no lo había hecho antes porque ellos, equivocadamente, le habían hecho la vida demasiado fácil, sin darle opción a ver todas las capacidades que realmente tenía.

A partir de ese día, voló y cazó él solo, descubriendo que, con la práctica, cada vez lo hacía mejor. Y así aprendió que tod

“¡Sonríe por favor!

Una tarde de primeros de marzo, Laura se acercó a su abuela con cara de aburrimiento. Su abuela, al verla, le preguntó qué le pasaba. Laura dijo: “Estoy cansada y aburrida del invierno. Hace frío, casi siempre está nublado y llueve.… Estoy deseando que llegue la primavera para que me “altere la sangre”. Quiero salir, disfrutar y ser feliz”. Su abuela sonrió y le dijo: “Puedes salir, disfrutar y ser feliz también en invierno…” Laura entonces le dijo: “En invierno no tengo ganas de nada. Por eso quiero que llegue la primavera”.

Su abuela le pidió que se sentara a su lado y le comentó: “Parece que tu felicidad depende del tiempo. ¿Sabes que tú misma puedes producir endorfinas y sentirte bien?” Laura la miró con cara de no saber de qué hablaba. Su abuela entonces le dijo: “Las endorfinas son sustancias que produce nuestro cerebro. Son analgésicas, lo que quiere decir que te alivian el dolor, y además te hacen sentirte muy bien, te hacen ver que los problemas no son tan importantes, que tenemos recursos para solucionarlos y que la vida merece la pena vivirla”.

Laura se quedó pensando en ello y preguntó: “¿Y cómo le digo a mi cerebro que produzca endorfinas? Su abuela le dijo: “Tu cerebro ya las produce sin que se lo pidas. ¿Cómo te sientes cuando escuchas a tu grupo musical favorito?” Laura sonrió y dijo: “¡Genial!” Entonces su abuela le dijo: “Tu cerebro produce endorfinas cuando te pones la música que te gusta, cuando disfrutas con tu comida o helado favorito, cuando haces cosas por los demás, cuando lees ese libro que te encanta, o cuando miras a la cara sonriente de un bebé. También las produce cuando te ocupas de ti, cuando te relajas, cuando disfrutas de un paisaje precioso, cuando te sientes bien oyendo las olas del mar, y cuando abrazas y te abrazan. Funciona cuando tú te sientes bien. Y puede ser aún más fácil: con solo sonreír, tu cerebro ya empieza a producir endorfinas y te sientes bien, con lo que sonríes más, y se repite el proceso”. Laura sonrió abiertamente y dijo: “¡Es verdad! ¡Me siento mejor! Ahora entiendo por qué tú siempre estás sonriendo y pareces muy feliz”.

Su abuela la abrazó y le dijo: “Recuerda: puedes sentirte bien cualquier día del año. No tienes que esperar a la primavera. ¡Sonríe!”

Está en tus manos.

¿Eres de los que este invierno te has resfriado o has cogido la gripe? Son dos enfermedades muy comunes de esta época del año. Sabemos que los virus están en el aire y que podemos padecer algún que otro resfriado al año, sobrellevándolo más o menos bien. Y aunque parezca que es algo que escapa a nuestro control, nuestra actitud y costumbres pueden influir en que nos enfermemos o no, y en cómo llevemos adelante la enfermedad.

Si como hábito practicas deporte, comes sano y te proteges del frío, tu cuerpo estará más fuerte para evitar que te enfermes. Y si aun así enfermaras, los síntomas no serían muy severos porque tus defensas te ayudarían.

E igual de importante que tener buenos hábitos es tener buena actitud hacia la enfermedad. Si cuando te resfrías, aceptas que estás enfermo/a, vas al médico, te cuidas y tienes paciencia, llevarás mucho mejor la enfermedad que si te enfadas por haber enfermado y lo pagas con los demás o contigo mismo/a. Y esto también vale para la convalecencia después de una intervención quirúrgica. Te repondrás mucho más rápido si aceptas que, durante un tiempo, estarás en cama o no pudiendo hacer todo lo que quisieras. Tendrás que armarte de paciencia, y aprovechar ese tiempo que tienes de reposo o de parada en tu actividad habitual para leer, charlar, o simplemente reflexionar sobre cosas importantes que hasta ese momento no te has parado a pensar.

¿Y qué pasa cuando en vez de una enfermedad común o una intervención quirúrgica, se trata de una enfermedad crónica? Esa aceptación y actitud de algo pasajero cambia cuando te dicen que tienes para toda tu vida diabetes, lesión de cadera, problema en la vista, hipertensión, o tantas otras enfermedades crónicas. En ese momento sientes que has perdido algo muy valioso para ti, una pequeña parte de tu salud. Y como en toda pérdida, tendrás que pasar por un duelo. Pero aunque sea una pérdida importante, sigue siendo crucial tu actitud ante esta nueva etapa que te toca vivir. Puedes seguir haciendo la mayoría de las cosas que hacías y valorar las capacidades de disfrutar que tienes. Tendrás que crear nuevos hábitos, adaptarte y vivir con plenitud dentro de la adaptación que te pida tu patología. Podrás seguir saliendo con amigos, divertirte, y seguir sintiendo que merece la pena vivir. Es muy importante aceptar que esa enfermedad o ese malestar te va a acompañar el resto de tu vida y este viaje juntos será más llevadero si te adaptas a esta nueva vida. Es mejor valorar todo lo que sigues teniendo en vez de quejarte y sufrir por todo lo que has perdido.

Recuerda: tu actitud ante tu salud puede hacer que te sientas peor o mucho mejor. ¡Eso sí está en tus manos!

¡Una nueva vida!

Empieza un nuevo año. Muchos de vosotros/as recibís el mes de enero con muchos propósitos: aprender cosas nuevas, crear nuevos hábitos, o dejar algunos antiguos que no os sientan bien… Es una buena manera de enfilar el año que entra.

Esta misma actitud es la ideal para las personas que van a jubilarse en este año o acaban de empezar la jubilación. Si es tu caso, es bueno que te sientes y reflexiones acerca de la etapa de tu vida que se abre, ya que, a partir de la jubilación, vas a disponer de mucho tiempo para poder hacer todo lo que antes no tenías espacio. Esta etapa es diferente en la medida que no tendrás que madrugar para ir a tu trabajo ni estarás sujeto/a a horarios fijos. Ahora puedes organizar tú todo tu tiempo. Puedes hacer eso que tanto te gusta y antes no podías: pintar, bailar, leer, coser, restaurar muebles o pequeños objetos, trabajos manuales, etc. Busca algo en lo que disfrutes. Ahora tú eres el dueño de tu tiempo.

Si aun así ves que te sobran horas, puedes contactar con alguna Asociación o voluntariado, en los que podrás hacer cosas diferentes, conocer a gente nueva, a la vez que ayudarás a muchas personas necesitadas.

Algunas personas, al jubilarse, sienten que ya no son útiles, que sólo eran valiosos mientras trabajaban, y pueden entrar en sedentarismo o llegar a deprimirse. Es importante que entiendan que lo que se ha acabado es una etapa de sus vidas, la etapa laboral, pero eso no significa que se haya acabado todo. Tenemos que hacerles ver que siguen siendo igual de valiosos que antes. Además, disponen de una sabiduría y experiencia de vida muy importante, ya sea por su profesión o por lo que les ha tocado vivir. Sería estupendo que pudieran compartir conocimientos y/o vivencias con otros colectivos, ya sea en familia, en grupos de amigos, en voluntariados o Asociaciones.

Y por último, si tenéis curiosidad, podéis seguir estudiando o aprendiendo, en la Universidad, en masters o en cursos monográficos. El cerebro no se cansa de aprender, sobre todo si eliges un tema que te fascine.

Recuerda que es importante tener un propósito y seguirlo, pero además es primordial organizar tu tiempo y dedicarlo a lo que te gusta y disfrutas.”

¡¡Es bueno soñar!!

Sandro era un joven que vivía en un pueblo de un lejano país. Aunque no era un pueblo principal, tenía todo lo necesario para que sus habitantes vivieran bien y felices. Sandro había nacido allí y nunca había ido a la ciudad. Desde pequeño se había hecho la ilusión de poder ir allí, trabajar, hacer mucho dinero y convertirse en un hombre poderoso y adinerado. El problema es que no se le daba bien estudiar, pero Sandro no lo veía como un obstáculo, ya que, para él, en la ciudad todo era posible.

El día que cumplió su mayoría de edad, les dijo a sus padres que se marchaba a la ciudad. Su padre le dijo que no tenía necesidad, que varias personas le habían ofrecido para él trabajo en el pueblo y podría ganarse bien la vida allí. Pero Sandro no escuchaba. Quería conseguir todo lo que soñaba en la ciudad. Sus padres no le entendieron pero lo aceptaron y, tras darle unos pequeños ahorros que tenían, se despidieron de él, con lágrimas en los ojos, deseándole lo mejor en su viaje.

Cuando llegó a la ciudad, enseguida se puso a buscar trabajo y pronto se dio cuenta que los mejores trabajos eran para los que tenían estudios y experiencia. Y él no tenía ninguna de las dos cosas. Empezó a ver que vivir en la ciudad no era tan fácil como él creía. Por fin encontró trabajo de reponedor de una tienda, pero no le llegaba el dinero para mucho. Además, cuando todo el mundo salía, el entraba a trabajar, con lo que tampoco se podía relacionar mucho ni conocer a nuevos amigos.

Conforme se acercaba el invierno y la Navidad, Sandro empezó a entender las palabras que su padre siempre decía: “Para ser feliz, no te fijes solo en lo que no tienes. Valora lo que sí tienes”. Empezó a recordar los buenos días que sus vecinos del pueblo siempre le daban al verle, los momentos felices que pasaba charlando con sus amigos, los diferentes trabajos que los conocidos le ofrecieron, mucho mejores que el que ahora tenía, el cariño que su familia le tenía, apoyándole en todo, y empezó a echar de menos su vida anterior en el pueblo. Ahora sí valoraba todo lo que había tenido a su alcance y no había sabido ver, pero le daba vergüenza volver, después de todo lo que había dicho.

El día de Nochebuena, después de trabajar, se durmió sintiéndose muy triste. Un ruido le despertó y, al abrir los ojos, se encontró a sus padres felicitándole por su 18 cumpleaños. Miró sorprendido y se vio en su habitación de siempre, en casa de sus padres. ¡Todo había sido un sueño! Se alegró tanto que saltó de su cama y abrazó a sus padres fuertemente. Su padre le dijo que quería regalarle unos ahorros que él tenía, para que pudiera ir a la ciudad, y Sandro le dijo que se lo agradecía pero que quería quedarse en el pueblo. Ese mismo día consiguió un buen trabajo y salió a celebrarlo con sus amigos. Cuando llegó la Navidad, Sandro la vivió como la mejor de su vida, ya que ahora valoraba muchísimo todo lo que sí tenía.

¿Hablamos?

Seguro que alguna vez has querido hablar con un ser querido (padre, madre, hijo, hermano, amigo, pareja, etc.) de un tema “difícil” para ti y no te has atrevido. Quizás tienes miedo a su reacción, o simplemente no sabes cómo empezar. Y el tiempo pasa sin que hayas hablado sobre lo que te preocupa o te hace sentir mal. ¿Qué puedes hacer?

En primer lugar, estaría bien que analizaras tu forma de decir las cosas. Si hablas quejándote o reprochando una conducta, es normal que la reacción de la otra persona sea de defensa o quizás te responda con otros reproches. En vez de “no te veo nunca” o “ya no quieres hacer nada conmigo”, podemos decir “últimamente pasas mucho tiempo fuera de casa” o “me gustaría compartir más tiempo contigo y salir juntos”. En vez de quejarte, estás poniendo la semilla de comienzo de un diálogo.

Otra manera muy útil de empezar la conversación es hablando de lo que sientes, en primera persona, sin culpar al otro. Al hablar de ti mismo/a, ayudas a la otra persona a entender tu malestar. Le ayudas a saber cómo te sientes y cómo te influye lo que está pasando. En vez de “no me cuentas nada, ya no me quieres”, podemos decir “cuando no me comentas las cosas, yo me siento mal. Me gustaría hablar más contigo”.

De la misma manera, si es la otra persona la que te plantea una queja, pregúntale qué es lo que realmente quiere decirte o saber de ti, en vez de adivinar lo que puede estar pensando. En vez de quejarte tú también con frases como “no hablas conmigo”, puedes ayudarle a hablar diciendo “te escucho, quiero saber lo que piensas” o “¿qué puedo hacer para que me digas lo que te ocurre?” Y no te olvides de agradecerle el haberte contado lo que siente, para que vuelva a hacerlo más a menudo.

Ten siempre presente que el diálogo y la comunicación es uno de los pilares principales de toda relación. Y recuerda que, antes de adivinar, es mejor preguntar.”

¡Reflexiona!

Hay un cuento de sabiduría popular que narra la historia de una yegua y su potrillo: Un día, una yegua le dijo a su potrillo: “Coge el saco de grano que ves delante de ti y ve al molino para molerlo”. El potrillo, cogió el saco y se fue contento de que su madre confiara ya en él para llevar el grano al molino. Cuando iba por el camino, se encontró con que tenía que cruzar un río. Fue a meter la pata en él y una ardilla le gritó: “¡Quieto, no lo hagas! Yo lo intenté una vez y casi me ahogo en él”. El potrillo dio un paso atrás, pero entonces un búfalo le dijo: “Tranquilo. Yo he cruzado cientos de veces el río y no pasa nada”. El potrillo se quedó confuso y, al no saber qué hacer, se dio media vuelta y volvió donde su madre. Cuando la yegua lo vio, le dijo: “Has vuelto muy pronto. ¿Ya está molido el grano?”. El potrillo, bajó la cabeza y le dijo: “No he llegado al molino. A mitad del camino hay un río y, cuando iba a cruzarlo, una ardilla me dijo que era muy peligroso y un búfalo me dijo que no pasaba nada. No supe qué hacer y me volví a casa”. Su madre entonces le dijo: “Vuelve de nuevo a la orilla del río y siéntate a observar. Mira quién lo cruza, reflexiona y saca tus conclusiones de lo que veas”.

Hay personas que son muy inseguras y confían más en lo que le dicen los demás, en vez de crear su propio criterio. Y en el momento en que tienen opiniones contrapuestas, no saben qué hacer, se vuelven indecisas y acaban por no hacer nada. Este cuento nos enseña que no es suficiente escuchar las opiniones de los demás a la hora de tomar decisiones, ni tampoco hace falta pasarlo mal para aprender a hacer las cosas. Es muy importante el poder observar a los demás, para crear nuestro propio criterio y sacar nuestras propias conclusiones, antes de intentar hacer algo nuevo y desconocido, sobre todo porque si el intento no obtiene el éxito esperado, hará que el ánimo de la persona decaiga.

Recuerda: Observa, reflexiona y saca tus conclusiones de lo que veas, antes de tomar una decisión difícil.”

¡Cada cosa en su sitio!

Rosa y Silvia están charlando tumbadas en una hamaca en la piscina. Rosa ve a su amiga un poco triste y le pregunta: “Silvia, ¿te pasa algo? Te veo triste. ¿Es porque se acaban ya las vacaciones?” Silvia le contesta: “No sé, puede ser. Ojalá duraran más tiempo. He estado tan a gusto estos días que creo que me va a entrar la depresión post-vacacional”. Rosa se ríe y le dice: “Anda ya. No te creo. Tú eres una persona muy alegre” Y luego añade: “Las vacaciones están bien para descansar, cargar pilas de nuevo y volver con fuerzas renovadas al trabajo”. Entonces Silvia le susurra: “Es que no quiero volver al trabajo…” Rosa se queda extrañada y le dice: “No lo entiendo Silvia. A ti te encanta tu trabajo, disfrutas con lo que haces. ¿Qué ha cambiado?” Silvia mira hacia abajo y le responde: “Hay algo que no te he contado. El último día, antes de empezar las vacaciones, tuve un problema con mi compañero Luis. No nos poníamos de acuerdo en el informe que estábamos haciendo y teníamos que acabarlo para poder irnos de vacaciones dejándolo todo terminado. Discutimos y mi jefe nos oyó. Vino a llamarnos la atención y yo me sentí fatal. Al final, para no discutir más, lo dejé como decía Luis y nos fuimos”.

Rosa entonces se sienta, mira a los ojos a su amiga y le comenta: “No me has dicho nada en todas las vacaciones, y parece que te ha afectado mucho”. Silvia le dice: “No quería pensar en ello. Lo aparté de mi pensamiento. Pero ahora se acaban las vacaciones y tengo que volver a enfrentarme a Luis y mi jefe. Solo de pensarlo, me siento mal otra vez”.

Rosa coge las manos de su amiga y le dice: “Silvia, oyéndote hablar, no parece que hables de un compañero de trabajo y de tu jefe. Parece que hayas discutido con alguien de tu familia. Tengo la impresión de que no separas trabajo y relaciones personales. Entiendo que te guste mucho tu trabajo, pero es eso “trabajo”, y te sentirías mejor si lo vieras así. No has tenido una discusión familiar, has tenido diferencias de opinión con relación a un informe, y tanto tú como tu compañero sois lo suficientemente profesionales y responsables para arreglarlo como adultos. Si no lo hicisteis así, es normal que vuestro jefe os llamara la atención”. Silvia entonces le contesta: “Tienes razón Rosa, me sentía como si hubiera discutido con mi hermano, y no es así. Mi familia es mi familia y mi trabajo es mi trabajo”. Rosa añadió: “Y en la medida en que lo vivas así, podrás ser la gran profesional que eres. Verás cómo, cuando vuelvas al trabajo, todo va a ir bien”. Silvia se abrazó a su amiga y le dijo: “Sí, sé que va a ser así”.”

¡Atrévete!

Verano, sol, calor, luz, y ¡vacaciones! ¡Qué bien sienta tomarte unos días de descanso y trasladarte fuera de tu entorno habitual, ya sea para ir al campo, a la playa, o a una visita cultural, bien aquí o en cualquier país que te guste. Cualquier opción es agradable y muy apetecible.

Tanto si has decidido visitar alguna población de España como irte al extranjero, la forma en que gestiones tu viaje dice mucho de ti. ¿Llevas todo programado y cerrado, o te vas “a la aventura”?

Hay personas que necesitan llevar todo bien cerrado y confirmado. Necesitan saber cuál será el recorrido, qué excursiones harán, en qué hotel se quedarán, qué tiempo encontrarán, y el horario exacto de todo. Toda esta información les produce una sensación de control, que a su vez les relaja y les da seguridad. Necesitan “saber lo que va a pasar”, prever todo, para estar tranquilos. Son personas que solo se mueven dentro de lo que se llama su “zona de seguridad”, es decir, se mueven dentro de lo previsible, de lo rutinario, de lo ya conocido, de lo que controlan, porque les crea ansiedad todo lo que no conocen y no controlan.

Sin embargo, es importante tener en cuenta que es imposible controlarlo todo. La vida y nosotros estamos en constante cambio, aunque no te des cuenta de ello. Y si aceptamos eso, podremos empezar a abrirnos poco a poco a la posibilidad de que los planes pueden cambiar, las circunstancias pueden no ser las que preveíamos, y no pasa nada. Puedes empezar por cambiar tu restaurante favorito, probar sabores nuevos, tomar un vino que no conoces, es decir, empezar haciendo pequeños cambios en tu ambiente cotidiano. Luego puedes pasar a hacer una visita a Cuenca, por ejemplo, sin llevar nada preparado. Eso te hará buscar un hotel cuando llegues a la ciudad, comer en un restaurante desconocido, y ver cómo te orientas sin plano. Así  irás poco a poco flexibilizando tu mente y preparándola para el siguiente paso, cuando estés preparado, además de desarrollar tu creatividad.

Atrévete, en tus viajes y en tu vida diaria, a empezar a salir, poco a poco, de tu “zona de seguridad”, a dejar alguno de los detalles de tus viajes a lo imprevisible, a decidir en el momento lo que hacer en el día, y disfrutarás mucho más de todas tus experiencias, ya que tus cinco sentidos estarán mucho más atentos a todo lo nuevo que te encuentres. Y eso sí te llevará a aumentar tu seguridad.”

¡Aprovecha tu presente!

Luis está sentado delante de un libro, en su habitación, pero no lo lee. En cambio, mira de vez en cuando su móvil o algo en su ordenador. Vuelve a mirar el libro, y vuelve a distraerse con otra cosa. Así lleva bastante rato. Su abuelo pasa por delante de su habitación y, tras observarle durante unos minutos, decide hablar con él.

El abuelo, golpeando el dintel de la puerta de la habitación de Luis, dice: “Hola Luis, ¿te importa si entro y hablamos un poco? Te he observado desde la puerta y pareces inquieto…” Luis le dice: “Hola Abuelo. Pasa. No sé qué me ocurre. Intento estudiar esta asignatura pero no puedo. Es muy difícil. Todas las demás se me dan muy bien, tanto que con escuchar en clase y hacer los deberes, apruebo fácilmente. Pero ésta es difícil. Voy a suspender. Y encima, no podré ir al campamento este verano si suspendo.” Su abuelo, se sentó a su lado y, apoyando una mano cariñosamente en su hombro, le preguntó: “¿Qué te pasa con esta asignatura?” Luis le contestó: “No me gusta, no es bonita, me cuesta escuchar en clase. No tengo ganas de estudiar y me pongo a ver fotos en el móvil o a jugar en el ordenador.” Entonces, su abuelo le dijo: “Verás Luis, si no haces lo que tienes que hacer en el presente, que es estudiar, no lograrás lo que quieres en el futuro, que es aprobar, y poder ir al campamento”. Luis le dijo: “Pero abuelo, es que es muy difícil. Ya cateé el primer examen y voy por el mismo camino.” El abuelo le preguntó: “¿Estudiaste para el primer examen?” Luis bajó los ojos y dijo: “No, pensé que sería como en las demás asignaturas. Pero no fue así.”

Su abuelo entonces le llevó al salón de la casa y le pidió que se sentara con él en el piano. Abrió la tapa y le pidió que tocara algo. Luis sonrió y le dijo: “Abuelo, yo no sé tocar el piano. Toca tú, que tú sí que sabes hacerlo, y muy bien” Su abuelo le preguntó: “¿Te acuerdas hace unos años, cuando decidí que quería aprender a tocarlo? Algunos me dijeron que era muy difícil, y más a mi edad. Pero yo quería hacerlo. Y sabía que, para aprender, tenía que tomar clases y practicar mucho. Y así lo hice. Si me hubiera agobiado pensando que no lo iba a conseguir, no habría empezado siquiera. Y ya ves, ahora lo toco.” Luis asintió en silencio. Entonces su abuelo le dijo: “Recuerda esto Luis: Aprende a aprovechar y disfrutar del presente, olvidándote de lo vivido en el pasado y no agobiándote pensando en el futuro, ya que el presente es el que hace que logres lo que quieres en el futuro.” Luis le dio las gracias a su abuelo y fue a su cuarto a aprovechar su presente estudiando, para conseguir lo que quería en su futuro: ir de campamento.”