¡Tú decides!

Seguro que alguna vez te ha pasado que, nada más levantarte, algo no te ha salido bien. Ante esto, quizás te has dicho: “empezamos mal el día…”. Y a partir de ahí, parece que todo se ha puesto en tu contra, y vas de mal en peor, para terminar diciéndote: “si hoy no tenía que haberme levantado…”.

¿Qué está pasando? Puedes decirte que te has levantado con mal pie, que hoy no es tu día de suerte o que tienes mala suerte. Pero eso significaría que tú no tienes ningún poder sobre lo que te pueda pasar, que eres una simple marioneta de “la suerte”. Seguramente, el primer acontecimiento negativo del día ha desencadenado tu malestar, con lo que has seguido haciendo las cosas que tenías que hacer con pensamientos negativos. Y esto te ha llevado a equivocarte, quizás a no pensar en lo que hacías, a no prestar la suficiente atención, etcétera, con lo que las cosas no han ido a mejor, hasta acabar pensando que es un día desastroso.

Puedes estar tranquilo/a. Tú sí tienes poder sobre lo que piensas, sientes y haces. Todos los pensamientos que tienes y elaboras, influyen en lo que sientes. Y tus pensamientos y emociones te hacen actuar de una manera u otra. Si piensas que nada te sale bien, te sentirás mal, triste, despistado, o enfadado. Y estos pensamientos negativos, junto con esas emociones te llevarán a no poner los cinco sentidos en todo lo que hagas, con lo que las consecuencias pueden no ser las esperadas por ti.

Pero si, cuando te pase algo por la mañana, piensas que ha sido algo puntual, que no has prestado atención o simplemente aprendes de tu error, te sentirás mejor y afrontarás el día de otra manera, no permitiendo que esa pequeña situación puntual te influya en el resto de tareas que tienes que hacer en las siguientes horas.

Por lo tanto, si tienes buenas ideas mentales, pensamientos positivos, ellos te llevarán a tener equilibrio psicológico, con lo que te sentirás alegre, feliz y actuarás en consecuencia.”

El jardinero

Había una vez un hombre que vivía en una casita, en la parte más apartada del pueblo. Pocas personas le conocían ya que hacía pocos meses que se había mudado y no se le veía mucho por las calles o en las fiestas populares. Parecía una persona tímida. Nadie iba a visitarle. Algunos le llamaban “el jardinero” porque le habían visto alguna vez con macetas en las manos, pero tampoco sabían a qué se dedicaba.

La verdad es que el jardinero no salía mucho de su casa, pero no porque no quisiera relacionarse con los demás, sino porque estaba dedicado en cuerpo y alma a sus plantas. Desde su llegada al pueblo, se había dedicado a recoger semillas y las había plantado en pequeños tiestos. Las cuidaba y regaba todos los días, ya que sabía que si quieres obtener resultados, tienes que tener constancia en lo que haces.

El jardinero salía cada día a mirar si habían nacido las semillas, y se emocionaba y disfrutaba cada vez que veía un nuevo brote aparecer entre la tierra, celebrando cada pequeño logro de su esfuerzo. Luego, las veía crecer día a día. Le gustaba tanto lo que hacía que no le importaba que crecieran lentamente. Sabía que, con paciencia, puedes llegar tan lejos como quieras.

Cuando los árboles que tenía plantados crecieron un poquito, cogió un pequeño carro que tenía, puso las macetas encima y salió de su casa. Conforme se encontraba con algún vecino, le regalaba uno de los árboles sonriendo. Luego fue al colegio e hizo lo mismo, Y así, regaló árboles a todos los vecinos del pueblo. Como seguían naciendo más árboles, y él disfrutaba mucho cuidándolos, empezó a regalarlos a los vecinos de los pueblos de alrededor, y así hasta que era muy conocido en toda la comunidad.

El jardinero nunca más estuvo solo ya que todos los vecinos pasaban por su casa a llevarle algún presente, un dulce, charlar o se ofrecían a ayudarle en su labor con los árboles, admirando y aprendiendo a hacer todo lo que el jardinero había conseguido con paciencia, constancia, motivación y mucho entusiasmo.”

¡Quiero ayudarte!

Marta y Leticia, amigas y compañeras de clase en la Universidad, están charlando mientras descansan de estudiar. Marta mira fijamente a Leticia y le dice: “Leti, te veo preocupada, ¿qué te pasa? ¿Te puedo ayudar?” Leticia lanza un suspiro y dice: “Hoy me han comunicado que me deniegan la beca. Contaba con ella para la matrícula y ahora tengo que buscar un plan B. Estoy dándole vueltas a varias opciones…” Marta entonces se acercó a su amiga y le dijo: “Vaya faena. Lo siento mucho. Tienes que estar hecha polvo. ¿Cómo te puedo ayudar?” Leticia la miró a los ojos y le dijo tranquilamente: “No te preocupes Marta. Estoy bien. He actualizado mi CV y buscaré trabajo. Ya tengo algunas ideas.”

Marta, sin apenas escuchar a su amiga se acercó a ella, la abrazó, y le dijo: “No tienes que disimular, sé cómo te sientes. Yo estaría fatal en tu lugar. Pero no te preocupes. Te voy a ayudar. Voy a hablar con algunas personas, y entre todos lo solucionaremos. No estás sola.”

Leticia, le volvió a decir a Marta: “Déjalo Marta, no te preocupes. Ya estoy yo en ello.” Pero Marta ya estaba mirando contactos en su móvil y abriendo a la vez en su ordenador páginas de empleo.

Leticia cogió por el brazo a su amiga y le dijo: “Marta, escúchame, no hace falta que hagas nada.” Entonces Marta empezó a enfadarse y, levantando la voz, le dijo a Leticia: “Pero Leti, ¿no te das cuenta que necesitas ayuda?”

Leticia respiró hondo y, con voz suave, preguntó: “¿Marta, qué te pasa? ¿Estás bien? No te reconozco. Escúchame. Te agradezco mucho tu interés en ayudarme, pero no te enfades por no aceptar tu ayuda. Es más, parece que mi problema te afecta más a ti que a mí.” Marta entonces le dijo: “Es que si a mí me quitaran la beca, me da algo. Estaría fatal, muy preocupada.” Leticia le contestó: “Esa es la cuestión Marta. Estás actuando desde lo que tú crees que yo pienso y siento, pero en realidad es lo que piensas y sientes tú. Estás actuando desde lo que necesitarías tú si te pasara lo que a mí.” Marta asintió con la cabeza, sin decir nada. Leticia entonces le dijo: “Piensa también en lo feliz que me sentiré yo cuando haya podido solucionar mi problema yo sola. ¡Es un importante reto para mí!” Y añadió: “Valoro mucho tu amistad, pero esto lo quiero solucionar yo sola”.

Las dos amigas se abrazaron de nuevo. Ese día Marta comprendió que lo mejor que podía hacer era acompañar a su amiga, ofrecerle apoyo y permitir que ella encontrara sus propias soluciones.”

¡Aprende de ti!

Ante errores cometidos en algún momento de sus vidas, hay personas que aprenden de sus acciones y así evitan repetir ese comportamiento específico. Aprenden de sus equivocaciones y crecen interiormente. Sin embargo, también hay personas que, tras cometer errores en el pasado, se sienten culpables, y esa culpabilidad les impide actuar en el presente.

¿Eres de los que se pasa la vida sintiéndose culpable por comportamientos pasados? Quizá piensas que has sido una mala persona por algo que pensaste, dijiste, o hiciste, aunque también puede ser que sea por algo que no dijiste o no hiciste. Te sientes mal, incluso inmovilizado en tu momento presente por un acontecimiento del pasado.

¿De dónde te viene esta actitud? Puede que, cuando eras pequeño/a, hayas sido manipulado/a por alguna de tus figuras de autoridad, con frases del tipo “por haber hecho esto, ya no te quiero” o “vuelve a la hora que quieras, yo me quedaré sin dormir esperándote, mirando por la ventana”. Y luego, al crecer, quizás has tenido una pareja que te ha dicho “si me quisieras, no saldrías con tus amigos al futbol” o “¿cómo puedo confiar en ti si aquella vez me fallaste?”. Todos éstos son mensajes dirigidos a manipular tu presente usando tu pasado.

Antes de que empieces a responsabilizar a los demás por sentirte culpable y a no hacerte responsable de tus emociones, es bueno que hagas la siguiente reflexión: por mucho que elijas sentirte culpable, eso no te servirá para cambiar el pasado. Lo que sí te servirá es analizar ese pasado, aprendiendo de tus errores y cambiando tus pensamientos, sentimientos y conductas por otras que te hagan sentir bien.

Por último, es muy importante que te aceptes a ti mismo/a, con tus aciertos y errores. Y, por otro lado, es bueno que seas consciente que no necesitas la aprobación de los demás, siempre y cuando los respetes. Así podrás hacer desaparecer la culpa que viene de no haber conseguido la aprobación de otros.”

¿Quiero? o ¿Debo?

Una tarde soleada de enero, Ana y Luisa se encontraron en la cafetería de siempre, para tomar café y charlar. En cuanto se vieron, se abrazaron y pidieron los capuchinos que tanto les gustaban.

Después de ponerse al día de sus cosas, Ana le preguntó a Luisa qué planes tenía para el año que comenzaba. Luisa le dijo: “Este año me he propuesto muchas cosas: tengo que aprender inglés, tengo que ponerme a dieta, tengo que ir al gimnasio regularmente y tengo que cambiar de piso”. Ana, al escucharla, le preguntó: ¿Esos propósitos no son muy parecidos a los del año pasado?” Luisa, bajando un poco la voz, dijo: “Sí, pero es que el año pasado, entre una cosa y otra, no pude cumplir ninguno, así que este año lo intento otra vez…”

Ana sonrió y le preguntó: “¿Y todo lo que “tienes que hacer” tiene que ver con tu trabajo?” Luisa, sorprendida por esa pregunta, le dijo: “¡No, para nada! ¿Por qué me lo preguntas?” Ana entonces dijo: “Los “debo” y “tengo que” forman parte de tu vida comprometida con tus obligaciones, tu trabajo o tus responsabilidades. Cuando usas las palabras “tengo que”, tu cerebro lo recibe como una obligación, como algo que te cuesta mucho hacer, pero que si no lo haces, la consecuencia será negativa. Si tus propósitos son cosas que has elegido hacer, es mejor que uses la palabra “quiero, me gusta o me apetece”. Los “quiero” tienen que ver con tu decisión, tu vida privada, elegir lo que te apetece y te gusta. Si de verdad quieres hacerlo, es mejor decir “quiero hacerlo”, y verás cómo tu cerebro lo recibe de otra manera, te sientes con ganas de ponerte manos a la obra, te vienen ideas, formas de conseguir lo que deseas y tu actitud hacia ello es más positiva”.

Luisa, reflexionando sobre lo que su amiga Ana le acababa de decir, dijo: “Entonces, ¡este año quiero aprender inglés, quiero ponerme a dieta, quiero ir al gimnasio regularmente y quiero cambiar de piso!” Y, tras unos instantes, añadió: “Tienes razón Ana, al decirlo así, lo veo diferente, con más ganas de empezar. Muchas gracias”.

Ana entonces le dijo: “¡Muy bien, Luisa! Ahora solo tienes que organizarte con flexibilidad, usar tus recursos y ponerte a ello. Y disfruta con todo lo que hagas”.”

¡Hoy es Nochebuena!

Juanjo era un chico de 20 años, de un pueblecito de Almería, del que salió hacía ya dos años, para venir a Madrid a estudiar Medicina, su gran pasión. Allí dejó a unos padres, ya bastante mayores, a los que echaba de menos y a los que les mandaba cuando podía un poco de dinero. Por las mañanas iba a clase y por las tardes trabajaba de dependiente en una pequeña tienda de alimentación del barrio donde vivía, para poder pagarse los estudios y el alquiler de su pisito. En la tienda siempre tenía una sonrisa, una palabra bonita, un gesto amable para los clientes y aunque había cerca un supermercado grande, la gente seguía yendo a la pequeña tienda y charlaban un poco con Juanjo.

Un día por la tarde, José, su jefe, le dijo que recogiera todo, que cerrarían en media hora. Juanjo, se sorprendió mucho y le preguntó qué pasaba. José le dijo que era Nochebuena y que era un día de estar con los seres queridos. Juanjo se llevó las manos a la cabeza. ¿Cómo se le podía haber pasado que era Nochebuena? Entre el trabajo y los estudios, ni siquiera miraba el calendario. José le preguntó qué iba a hacer esa noche y Juanjo le dijo que prepararía algo de cena en casa y llamaría por teléfono a sus padres. José le dijo que se viniera a su casa a cenar con su mujer. Juanjo, se lo agradeció pero dijo que no, ya que no quería molestar. José no volvió a insistir y se alejó pensativo hacia la parte de atrás de la tienda.

Cuando ya estaba todo recogido, Juanjo compró cinco botellas de sidra y cinco turrones, se despidió de José y se fue a casa. Cuando llegó a su bloque, conforme subía las escaleras, fue dejando una botella de sidra y un turrón en la puerta de cada pisito, llamaba al timbre y salía corriendo para que no le vieran. Cuando llegó al suyo, estaba cansado pero contento. Siempre le gustaba tener algún detalle con sus vecinos pero nunca se dejaba ver. Entró en casa, habló con sus padres por teléfono, y se sentó en la cocina. Como no se había acordado que era Nochebuena, no había preparado nada especial. Miró en la nevera, vio que le quedaba algo de las lentejas que se hizo el día anterior y decidió cenar eso. Cuando iba a calentarlas, sonó el timbre de la puerta. La abrió y no había nadie. Entonces miró al suelo y vio un queso, chorizo, salchichón y caña de lomo. Encima tenía una nota que decía “Feliz Navidad”. Se sorprendió mucho, ya que nunca le habían regalado nada. Cogió todo y, cuando lo estaba guardando, tocaron el timbre de nuevo. Fue a abrir y solo encontró en el suelo una bandeja con gambas, con otra tarjeta de “Feliz Navidad”. Acababa de cerrar la puerta cuando llamaron de nuevo y, pensando qué se encontraría ahora, abrió y vio a José, su jefe, con su esposa. José le dijo que para ellos sería un gran honor el poder compartir con él la cena que traían, y se habían encontrado una cesta de Navidad en la puerta, con una nota de “Feliz Navidad”. Juanjo se emocionó. José y su mujer le abrazaron y le dijeron que toda la bondad que él tenía con los demás le estaba volviendo con creces. Aquella noche fue inolvidable y, a partir de aquel día, Juanjo, aun estando lejos de su familia, se sintió muy querido y acompañado por todos los que le conocían.

¡Feliz Navidad!”

Parejas sanas: ¡Así sí!

Hay personas que hablan de su pareja diciendo que es su media naranja y que los dos son uno. Incluso llegan a decir que necesitan a la otra persona y que sin ella no son nada. La cuestión es que, cuando en una relación dos personas son una, el resultado es que son dos medias personas y dependientes la una de la otra.

Si eres de ese tipo de personas, debes saber que ese tipo de relaciones dependientes son contrarias a la felicidad. El depender de alguien psicológicamente implica que no has elegido libremente estar con él o con ella sino que te ves obligado/a a hacer algo que no quieres, por miedo a perder a esa persona porque sin ella no te sientes nada.

La independencia psicológica implica no necesitar a los demás. Con esto no quiero decir que no se pueda desear tener relaciones con los demás, sino que no les necesitas. En el momento que necesitas a alguien, te vuelves vulnerable, débil y estás a merced de que la otra persona te pueda manipular y dominar. Además, si la otra persona te dejara, creerías que no puedes seguir viviendo sin ella o que te podrías morir.

Es importante que no se confunda nunca la dependencia con el amor. En una relación basada en el amor, cada uno de sus miembros le permite al otro ser lo que él quiere, sin exigencias, sin esperar nada del otro. Es una unión entre dos personas que quieren estar juntos porque lo desean, no porque lo necesiten. Y al no necesitarse, son independientes el uno del otro para ser lo que cada uno elija, para crecer positivamente, compartiendo momentos, sentimientos y felicidad juntos, a la vez que disfrutando de momentos en los que cada uno pueda desarrollarse por separado, sin tener que estar siempre juntos.

Una buena relación de pareja, en la que ambas personas sienten verdadero amor, se produce cuando cada uno está dispuesto a dejar que el otro escoja por sí mismo en vez de tratar de manipularle o hacer valer su opinión y decisión por encima del otro. Y por supuesto tampoco habría lugar a que ninguno de los dos pensara y hablara por la otra persona, ni exigirle que haga lo que se supone que tiene que hacer o debería hacer.

Todo esto hará que la pareja florezca, crezca y se desarrolle, a la vez que cada uno desarrolla su propio respeto hacia sí mismo y hacia el otro.”

El primer paso: la soledad.

Muchos jóvenes desean vivir solos pero aún no tienen los medios necesarios para ello. Ven el vivir solos como una posibilidad de sentirse independientes, libres, felices, improvisando planes sin avisar ni dar explicaciones, haciendo lo que les apetezca en cada momento. Pero hoy en día, por decisión propia o por circunstancias de sus vidas, no pueden hacerlo. Aunque sería importante que cada joven pudiera vivir esa experiencia como parte de su crecimiento, para, posteriormente, poder compartir su vida con otra persona.

Como seres sociales que somos, nos gusta pasar una velada entre amigos o un fin de semana con diferentes actividades con ellos. Pero tras estar todo el día en el trabajo rodeado de gente, con reuniones, enganchados al móvil o a las redes sociales, la soledad nos da un espacio de tranquilidad, de conexión con nuestro interior, de reflexión sobre lo que hemos hecho a lo largo del día, necesario para poder retomar la actividad al día siguiente.

Sin embargo, hay personas que viven solas y se sienten tristes y deprimidas porque no quieren vivir así. Y también hay personas que viven con sus parejas, familia, amigos, etc. y también se sienten solas. ¿Qué les pasa? Quizá han aprendido de pequeños que hay que vivir hacia afuera y nadie les ha enseñado a conectar con su interior. Son personas que nunca contactaron consigo mismas y se sienten incómodas, dudan de lo que piensan y sienten, no reconocen sus sentimientos, con lo que se hacen dependientes de su entorno, de los demás.

Si perteneces a este segundo grupo de personas, es importante que empieces a conectar contigo mismo/a, con lo que piensas y sientes, y entres en armonía con tu interior. Y en la medida que vayas encontrando esa armonía interior, podrás estar en paz con todo lo que te rodea. Recuerda que todos los grandes pensadores y creadores de este mundo (los filósofos, los inventores, los pintores y escultores, y un largo etcétera) han necesitado estar solos para poder conectar con su interior y desarrollar su creatividad, sus ideas, sus inventos o sus obras de arte.

Quiérete mucho, cuida tu salud, organiza tu tiempo y tus actividades y disfruta de todo el tiempo que tengas. Y no olvides entrar en tu interior, para encontrarte y conocerte mejor. No te sentirás solo/a en la medida en que estés en contacto contigo mismo/a, ya que estar en compañía de ti mismo/a te traerá equilibrio, paz y armonía. Y cuando salgas de ti, encuéntrate en tu pareja, si quieres.

¡Explora!

Se termina el verano. Ya ha pasado el tiempo de las vacaciones, de salir de casa para ir al campo, a la playa, al pueblo de la familia, etc. Algunos vuelven a la rutina del hogar, del trabajo, de la ciudad; y otros se preparan para enfrentarse a una nueva escuela, Instituto o Universidad.

La mayoría de los jóvenes están ansiosos por descubrir lo nuevo que les viene, los nuevos compañeros, los nuevos estudios, los nuevos horarios, pero también hay algunos que se pueden asustar por lo nuevo que viene, por lo desconocido.

Este temor a lo que no se conoce, también aparece en muchos adultos, los cuales prefieren conservar los amigos de siempre a conocer a nuevos amigos o vecinos. Y si están en paro, prefieren seguir buscando un empleo del mismo tipo de actividad que hacían en el anterior. Quizás no se sienten capacitados para lo que supondría una actividad nueva y se asustan ante el posible fracaso.

Si eres de los que tienen miedo a lo nuevo, al cambio, te puede venir bien reflexionar un poco sobre este tema. Cuando nacemos, no sabemos hablar ni andar. Tenemos que aprender. Cuando un niño gatea, está explorando el mundo que tiene delante. Se intenta levantar, da sus primeros pasos y se cae. Pero no le importa. Decide seguir aprendiendo, levantándose, cayéndose y volviéndose a levantar, avanzando para alcanzar lo que quiere. Si tuviera miedo, no dejaría nunca el tacataca ni aprendería a andar solo.

Esta motivación, esta curiosidad, estas ganas de explorar que tienen los niños, es lo que algunos adultos han olvidado a medida que han ido creciendo. Se han acomodado en lo que les salió bien en una ocasión, y no quieren probar nada nuevo, ya que temen que esta vez no les salga bien. Pero la única manera que tienes de saber cómo va a salirte es atreverte, probar y ver los resultados. Si no lo haces, nunca sabrás qué había podido pasar si lo hubieras hecho.

Y recuerda, todos tenemos capacidad para hacer muchas cosas, sólo tienes que creer que puedes hacerlo y así pondrás los medios y recursos necesarios para ello y lo conseguirás.

¿Quieres una galletita?

¿Cuántas veces, hablando con los demás de algún tema específico, has tenido las ideas muy claras de cómo son las cosas y te has empeñado en hacérselas ver a los otros, sin escuchar lo que ellos pensaban o tenían que decir al respecto? No necesitabas oírles, pues tú tenías la razón y ellos estaban equivocados.

Jorge Bucay, en su libro “Cuentos para pensar”, tiene un cuento que se llama “Galletitas” (Bucay, 2002), que espero te ayude a reflexionar. Resumiéndolo, la historia habla de una mujer muy elegante que cuando llega a la estación para coger un tren, y le informan que viene retrasado, fue a comprar una revista, una bebida y un paquete de galletitas. Muy fastidiada por tener que esperar, se sentó en un banco. Mientras ojeaba su revista, vio por el rabillo del ojo cómo un joven, sin decir nada, coge el paquete de galletitas, lo abre, saca una y se la come. La mujer se enfada, pero se calla, ya que no quiere armar un escándalo y coge el paquete, toma una galleta y se la come. El joven le sonríe y toma otra galleta. Y así estuvieron los dos cogiendo cada vez una galletita, con enfado de la mujer y con sonrisas del joven. Cuando sólo quedaba una galletita, la mujer lo mira, pensando si sería capaz de seguir siendo tan descarado e insolente. Entonces, el joven, sin dejar de sonreír, toma la galletita, la parte por la mitad y le da una mitad a la mujer. Ésta le dice “gracias” con un tono muy enfadado, y el joven le responde “de nada” con calma y sonriendo. En ese momento llega el tren y la mujer se levanta, coge sus cosas y se monta en él. Por la ventanilla ve cómo el chico sigue sentado en el banco y empieza a pensar en lo descarado e insolente que ha sido. Al cabo de un rato, la mujer tiene sed y, cuando busca su bebida en el bolso, se sorprende al encontrar “cerrado” y “entero” su paquete de galletitas…

Muchas veces nos empeñamos en tener razón y en que los demás vean las cosas como nosotros las vemos, sin ver que podríamos estar equivocados. Lo maravilloso de que las personas pensemos de forma diferente es que los demás nos pueden mostrar puntos de vista que no se nos habían ocurrido a nosotros. Esta nueva información nos enriquece y nos puede hacer cambiar de opinión o no, pero nos sirve para seguir llenándonos de sabiduría.

Así pues, escucha a los demás y ten tu mente abierta, para poder entenderte a ti.”